Mantener el rumbo trazado

* Informe Político presentado al IV Congreso del PCE(r) – septiembre 1998.

Camaradas:

Los años transcurridos desde el III Congreso del Partido han sido uno de los períodos más importantes que hemos atravesado en nuestra ya larga historia, un período en el que hemos tenido que librar un combate decisivo para poner completamente al descubierto la naturaleza fascista del régimen a la vez que hemos realizado una amplia propaganda de nuestras ideas y planteamientos democráticos y comunistas. Esta labor nos ha permitido ganar influencia y mayor apoyo entre los obreros, la juventud y otros sectores populares. También hemos podido extraer algunas enseñanzas valiosas de nuestra práctica y errores, como se ha puesto de manifiesto durante la campaña de rectificación que hemos llevado a cabo en la fase preparatoria de este Congreso.

Desde luego, no hay motivos para repicar las campanas, pero es evidente para todo aquél que esté interesado y quiera verlo, que hemos hecho importantes progresos en nuestro trabajo, que el Partido crece y gana influencia entre las masas, destacándose como la verdadera vanguardia organizada de la clase obrera en España. El que esto esté sucediendo en medio de la crisis política del régimen y de todos los partidos que lo sostienen, y después de haber resistido por nuestra parte durante muchos años una campaña tras otra de «cerco y aniquilamiento», supone, por sí mismo, una importantísima victoria de nuestra clase.

La reacción española ha tenido que reconocer finalmente esta evidencia, después de haber cometido las mayores bestialidades para hacernos desaparecer. Claro que ese «reconocimiento» no lleva implícito el respeto de nuestros derechos, pues bien saben ellos que de esa manera estaríamos en mejores condiciones para combatirlos, para hacer una labor mucho más amplia entre los obreros y seguir atentando contra el sistema de explotación y contra todos sus privilegios.

Los fascistas y monopolistas españoles no se sublevaron contra la República Popular, arrasaron las conquistas democráticas de los trabajadores, liquidaron sus organizaciones políticas y sindicales y establecieron su reino de terror para dejar que algún día se les pudieran ir las cosas de las manos; tampoco emprendieron la reforma política de su régimen para permitir que la clase obrera y otros sectores pudieran defender pacíficamente sus intereses y organizaran y unieran sus fuerzas, de manera que ello les permitiera, llegado un momento, derribar el sistema que nos explota y nos oprime. Y si hoy «reconocen» la existencia del PCE(r) es porque ya no la pueden ocultar; porque el PCE(r) ha impuesto su derecho a la existencia a través de una lucha prolongada y tenaz; su derecho a continuar luchando junto a los trabajadores por una vida mejor y porque, en fin, el Estado y el Gobierno han perdido la vana esperanza de acabar con el Partido mediante la tortura, las cárceles, los asesinatos y la difamación e intentan ahora cambiar de táctica para conseguir idénticos o parecidos resultados: a ver si de esa manera mordemos el anzuelo, nos contentamos y nos dejamos domesticar en su legalidad, tal y como consiguieron hacer con los carrillistas y otros lacayos y rufianes más «izquierdosos», pero tan cobardes y tan rastreros como ellos. Sin embargo, no parece que esa nueva táctica pueda reportarles mejores resultados que la anterior.

Nuestro Partido hace ya mucho tiempo que fijó sus objetivos y marcó el rumbo que debería seguir, y no se va a desviar de él. También ha delimitado claramente los campos con los enemigos de clase y ha establecido unos límites que no está dispuesto a rebasar; de modo que nada ni nadie va a conseguir llevarnos al terreno de la politiquería, del engaño y la estafa a las masas populares.

De esta cuestión ya hemos hablado bastante y aún deberemos continuar haciéndolo. Lo que cabe destacar aquí es que esa posición nuestra no se debe a ningún impulso pasajero ni a ninguna «rabieta»; no es tampoco una posición «tacticista» que pueda ser modificada según la dirección que tome el viento o los avatares de la vida política diaria, sino que obedece a nuestra posición política, a nuestra Línea general, fundada en los principios marxista-leninistas, en la convicción de que estamos defendiendo una causa justa, que es la causa de la democracia, del socialismo y el comunismo; de que esa causa triunfará y de que ese camino que hemos elegido es el único que existe para hacerla triunfar.

Esto no nos lleva a perder de vista ni por un momento los problemas y dificultades que se alzan a nuestro paso, las cuales deberemos sortear y resolver del mejor modo posible. Pero, como se comprenderá, no será renunciando a las ideas, a nuestros derechos e intereses de clase; no será abandonando el programa y liquidando la organización revolucionaria como vamos a poder eludirlos o resolverlos. Eso sólo lo vamos a lograr empeñándonos en una lucha dura y prolongada, perseverando en nuestra Línea Política de resistencia, aplicando con firmeza esa Línea, perfeccionándola, llevándola a las masas para que la compartan, la hagan suya y la materialicen en la práctica; fortaleciendo al mismo tiempo la organización del Partido, su disciplina y su espíritu combativo. En este proceso, como dijera Lenin, «los revolucionarios jamás renunciarán, por supuesto, a la lucha por las reformas, ni dejarán de apoderarse de una posición enemiga, aunque fuera parcial y de escasa importancia; si esta posición sirviera para intensificar la presión y facilitar su triunfo. Pero jamás dejarán de tener presente que a veces es el propio enemigo el que cede una determinada posición con el fin de dividir a los atacantes para abatirlos mejor. Ni olvidarán jamás que sólo si se tiene siempre presente “el objetivo final”, sólo si cada paso del “movimiento” y cada reforma parcial son valoradas aisladamente, desde el punto de vista general de la lucha revolucionaria, se podrá librar al movimiento de pasos en falso o errores ignominiosos»1.

Instalados en la crisis

Ya es un lugar común —y no es poco el cansancio y la repugnancia que provoca—, hablar de la crisis política del Estado español, de los GALes, la guerra sucia, la corrupción, los escándalos judiciales, los borrones sangrientos o las autoamnistías que se están concediendo los ladrones, torturadores y asesinos que nos han gobernado y nos gobiernan. Eso por no comentar los pactos secretos entre los grupos políticos que se reparten el botín, o el navajeo entre ellos, porque no acabaríamos nunca.

Se puede asegurar que vivimos en medio de una crisis política permanente que no puede hallar solución dentro de este régimen, que sólo podrá desaparecer con el régimen que la ha generado. Éste es el verdadero «estado de la nación», el estado natural del sistema político creado por Franco y heredado por el rey y toda su corte; de manera que, por paradójico que parezca, sólo en la crisis se puede mantener este régimen. Por eso no quieren ni podrán salir de ella, no les interesa, les resulta más rentable mantenerla para justificar el aplastamiento de las demandas populares. De ahí que se pueda decir que se han instalado en la crisis, ya que ésta es su elemento, sin el cual les resultaría muy difícil sobrevivir. Este enfrentamiento frontal casi permanente del sistema con las masas populares y esa contradicción consigo mismo es lo que explica la prolongación de la crisis, para la que no existe ninguna salida hasta que las masas obreras, actuando unidas y por claros objetivos de clase, no modifiquen la actual relación de fuerzas que les resulta desfavorable. De esta cuestión ya hemos tratado en otras ocasiones, pero ahora es cuando aparece con sus perfiles más nítidos.

La crisis política es una clara manifestación de «anormalidad», de enfermedad de la sociedad burguesa, y más si se hace crónica; lo que corresponde indudablemente al proceso interno de descomposición o putrefacción que arranca desde su misma raíz, de sus relaciones económicas y que se extiende por todo su cuerpo social hasta alcanzar su cabeza, al Estado y a su «conciencia jurídica». Es entonces cuando comienza a heder.

La oligarquía dominante española se ve cada vez más impotente y necesitada, a pesar de sus deseos, de utilizar los instrumentos del Estado para intentar paliar la situación de descontrol y de lucha permanente que la enfrenta, lo que termina enredando al propio Estado en la madeja de sus contradicciones y conflictos. Esto sucede también porque el aparato del Estado no es algo independiente o que se mantenga al margen de sus clases y sus luchas. Son bien conocidos los vínculos que ligan, por múltiples lazos económicos, políticos, familiares, etc., a los altos funcionarios y capitostes del Estado, del Gobierno, del Ejército, de la Iglesia, de la magistratura, la prensa, etc., con las grandes empresas industriales y financieras. El Estado capitalista es su Estado; por lo que, inevitablemente, las contradicciones y conflictos de intereses que enfrentan a los distintos grupos monopolistas se tienen que trasladar a ese mismo Estado que les representa y les defiende.

Sin embargo, y como tantas veces hemos repetido, hay que tener en cuenta que la sangre que se está derramando en esta guerra entre oligarcas «no podrá llegar al río». De esto podemos estar bien seguros, dado que dichas contradicciones y luchas tienen un carácter reaccionario, son luchas entre tiburones y se dan, no porque alguno de ellos quiera acabar con el sistema o modificarlo en un sentido democrático, sino porque quieren mantenerlo y reforzarlo, añadiendo a esto la exigencia de un nuevo o mejor reparto del botín de la plusvalía arrancada al proletariado. Los grupos monopolistas más fuertes o mejor situados acabarán por imponerse a los otros con el apoyo más o menos directo de sus socios financieros extranjeros, y al final, como ha sucedido siempre que los caballeros han librado una batalla, «la hierba quedará aplastada bajo los cascos de sus caballos»; es decir, serán las masas populares, y en particular la clase obrera, las que tendrán que pagar —ya lo están haciendo— el festín de los vencedores y aun cargar con los platos rotos.

Para eso se unen todos como una piña, forman bloques, alianzas y pactos, cada vez que los obreros intentan defenderse. Es en esos momentos cuando aparecen unidos por encima de sus diferencias, organizan la escandalera, recurren a sus negreros y a sus perros de presa y no reparan en los medios a utilizar para neutralizar o suprimir el peligro. Para ellos todos los medios son buenos, ya que no pueden hablar de otros fines que no sean los de sus propios y exclusivos intereses. Lo que no pueden consentir, naturalmente, es que esos mismos medios se vuelvan contra el propio sistema que los utiliza, ya que eso supone, efectivamente, una «contribución especial» por su parte a la causa popular.

La cuestión consiste en que, por más que lo intenten, o por más montajes que realicen y mentiras que difundan, el régimen ya no puede evitar que los mismos medios bárbaros, terroristas, que utiliza para combatir al movimiento revolucionario acaben más tarde o más temprano volviéndose contra él. Y ya no vivimos en los tiempos tenebrosos en que podían ocultar y quedar completamente impunes todos los crímenes, atropellos y abusos del poder. Aunque a veces no lo parezca, al menos en este sentido algo han cambiado las cosas, algo hemos conseguido con nuestra lucha resuelta; aparte de que, para uno u otro sector o grupo monopolista siempre será una tentación «tirar de la manta» para que queden al descubierto las bestialidades que hayan cometido sus competidores durante su «mandato» de gobierno, aunque ello suponga poner en peligro la estabilidad y el buen nombre «democrático» del sistema. Éstas son contradicciones que nosotros debemos aprovechar, a condición de que no confundamos su carácter ni los intereses en juego.

Los felipistas están haciendo verdaderos encajes de bolillos con las leyes y los tribunales para escapar a las «tenazas» que los peperos están apretando alrededor de su cuello a fin de dejarles fuera de juego durante un tiempo en la pugna permanente que mantienen por el poder y las jugosas ganancias capitalistas. La ferocidad de este singular combate se explica, entre otros motivos, por la naturaleza de clase netamente burguesa que ha adquirido el PSOE; lo que se pone claramente de manifiesto en su decidido compromiso en el mantenimiento del régimen de la reforma que tanto ha contribuido a «estabilizar». Son los otros (los aznaristas) los «desestabilizadores», pero lo son solamente en la medida en que no pueden mangonear a manos llenas. Todo esto no ha hecho más que agravar las contradicciones que desde siempre han existido entre los poderes políticos y financieros de la oligarquía, hasta el punto de que les está resultando cada vez más difícil ponerse de acuerdo.

En buena medida esto también es el resultado de la debilidad que aqueja a nuestro movimiento. Al igual que ha sucedido otras veces en la historia, se podría decir que durante la llamada «transición» el proletariado revolucionario ha sufrido una derrota, pero sobre esta derrota ha surgido un «equilibrio» de poder dentro de la burguesía monopolista, que parece no hallar solución sino con el «aniquilamiento mutuo», es decir, de una manera «catastrófica». Esta lucha «cainita» no se habría producido sin la existencia de la legislación especial que ha legalizado el terrorismo de Estado y la guerra sucia. La misma Audiencia Nacional, heredera y continuadora del TOP, ha sido la que ha instruido todo el proceso de un terrorismo de Estado que ese mismo tribunal ha estado patrocinando hasta formar parte de él como su principal instrumento. Por este motivo advertimos hace ya tiempo que todo este aparato de la guerra sucia habría de caer sobre las cabezas de sus propios constructores y patrocinadores.

Ahora los aznaristas pretenden atemorizarnos asegurando que la ley actuará con el mismo rigor «contra todos» (menos contra ellos, naturalmente); mas lo cierto es que esa misma ley es la que nosotros, los comunistas y otros combatientes por la libertad y los derechos del pueblo hemos padecido desde siempre. Tan cierto es esto como que esos condenados de lujo (los ex-altos cargos y demás morralla policial) no habrán de permanecer en las cárceles —y eso los que lleguen a ingresar en ellas— más de unas cuantas semanas o meses. Y es que las leyes y tribunales, como el conjunto de los instrumentos represivos del Estado capitalista, no han sido hechas para ser aplicadas a sus servidores por más crímenes y abusos que cometan. Esto explica esa «anormalidad» a que me refería antes y el escándalo que se ha producido.

Naturalmente, no es muy normal que la propia oligarquía financiera decida poner al descubierto el papel de asesinos, torturadores y ladrones de sus propios servidores y sicarios, y que se vea obligada, además, a llamar abiertamente en su auxilio a los lacayos y agentes revisionistas. Todo esto supone una verdadera bancarrota política que no sólo los enfrenta, sino que también ha puesto al descubierto el entramado de sus intereses comunes contrarios a las masas populares.

De esta manera se ha cumplido lo que veníamos anunciando: con la integración en el régimen de esas pandillas de estafadores políticos, éstos no sólo unían su suerte a la del régimen fascista, sino que, además, el propio sistema se debilita al privarse de una «alternativa» de «izquierda» para los tiempos difíciles. Éste es el profundo significado de la crisis política en la que están todos sumidos y de la que no saben como salir, lo que les ha conducido finalmente a emprender una huida hacia atrás, a un regreso a sus orígenes fascistas, prescindiendo de todas las máscaras y apariencias democráticas para actuar a cara de perro. El encarcelamiento de la Mesa Nacional de Herri Batasuna y el cierre del diario y de la radio Egin suponen la más clara demostración de ese regreso a los orígenes del régimen.

Por lo demás, éste ha sido, y no podía ser de otra manera, el resultado de sus fracasos represivos contra el Movimiento de Resistencia Popular y de la reforma del régimen hecha directamente desde el poder, con el consiguiente mantenimiento de todas sus estructuras económicas y políticas. En este proceso de institucionalización del fascismo, al PSOE le ha correspondido hacer el trabajo sucio que los anteriores gobiernos de la UCD no pudieron hacer. De ahí que los peperos se hayan servido de ellos y que les haya sido tan fácil presentarles en el papel de malos de la película para descabalgarlos de las áreas del poder político y financiero que habían «usurpado» durante su etapa de gobierno para restituírselo a sus «legítimos» dueños, a los herederos directos de Franco. Así se ha cerrado un ciclo completo, que nos devuelve a la misma situación de partida, sólo que en condiciones políticas, económicas, sociales, etc., mucho peores para todos ellos.

Con algunas pequeñas modificaciones, éste es el mismo infame papel que en otros tiempos ha desempeñado la socialdemocracia en todos los países, apuñalando por la espalda al movimiento revolucionario y allanando el terreno al fascismo. Y a ese papel de traición y cobardía no pueden renunciar. Son muy ilustrativos a este respecto los últimos lances políticos de la dirección «bicéfala» González-borrelista; el hecho de que mientras están siendo juzgados y sentenciados por los crímenes que los mismos fascistas del PP han instigado, los felipistas no se hayan atrevido a airear los asesinatos de sus compinches aznaristas; tan sólo han «amagado» con hacerlo, mientras muestran su comprensión, acatan y apoyan la nueva escalada represiva del Gobierno; lo que en la práctica no es otra cosa que la legalización del terrorismo de Estado que los felipistas trataron de camuflar «democráticamente» bajo las siglas de los GAL. Y es que, como ya hemos repetido tantas veces, no obstante su bancarrota política y sus pataletas demagógicas, los felipistas no pueden dejar de sostener al régimen que les ha dado vida y les mantiene, constituyéndose por este motivo en un enemigo declarado de toda libertad y de los derechos de los trabajadores.

Los aznaristas conocen esta cualidad, y por este motivo no cesan de apretarles las clavijas, en la seguridad de que, al menos por su parte, no habrá de producirse ninguna «ruptura» o resquebrajamiento social. En realidad, hace ya mucho tiempo que los sectores representados por el PSOE han abandonado toda veleidad democrática, ya que no representan otra cosa que los intereses de un sector de la gran burguesía. De manera que lo único que se puede esperar de ellos es que formen «bloque» con los sectores más patrioteros y terroristas del capitalismo financiero en cuanto las cosas comiencen a ponerse realmente negras para todos ellos.

Proseguir con firmeza la Línea de Resistencia

Nosotros sabemos desde tiempos inmemoriales que sólo la burguesía tiene derechos, en tanto que a los obreros nos corresponden los deberes y las obligaciones, de manera que no ha de resultar extraño que recurran «a todos los medios» para tratar de impedir que nos sacudamos el yugo. Pero este yugo nos lo vamos a quitar de encima a pesar de ellos, en un proceso prolongado de lucha. Esta vía es la que nosotros hemos denominado «Movimiento de Resistencia Antifascista», el cual, como hemos explicado muchas veces, dada la situación política de opresión y terror que impera en nuestro país, no es un movimiento pacífico; tampoco puede ser, al menos en la actual etapa de acumulación de fuerzas, exclusivamente armado, ni siquiera podemos considerar la lucha armada como la forma principal para esta etapa del movimiento. Por esta misma razón no descartamos que, dada la crisis política en la que está sumido el régimen, se pueda abrir un período, por corto que sea, en que podamos desarrollar nuestro trabajo de una manera «pacífica».

En el largo proceso de lucha en que estamos empeñados no se pueden descartar estos períodos. Además, siempre se deberá tener en cuenta la situación internacional, que en estos momentos no se puede decir que sea favorable para nosotros. ¿Significa esto que el Partido deberá desarmarse en el terreno ideológico, político y organizativo? ¿Habríamos de preconizar la vía «pacífica y parlamentaria al socialismo» y rechazar como errónea o perjudicial para la causa popular toda forma violenta de resistencia y de lucha?

Así lo han interpretado algunos camaradas; otros han llegado a decir que si los GRAPO se disuelven como resultado de unos acuerdos con el Estado, estaríamos «perdidos», pues piensan que la lucha armada ya no se podría reanudar cuando fuera de nuevo necesario. Estos camaradas no han comprendido la exigencia fundamental que nuestro movimiento le ha planteado al Estado; lo que justificaría en cualquier momento, si ésta deja de cumplirse, el recurso de la lucha armada. De eso modo resurgirían, no ya los GRAPO, sino una verdadera milicia armada capaz de hacer frente a la represión y de modificar en poco tiempo la correlación de fuerzas. Lo fundamental es que el Partido no se desarme en ningún plano, ya que al igual que el mantenimiento de la lucha armada durante los últimos veinticuatro años ha dependido, fundamentalmente de él, del apoyo y la orientación que le hemos prestado, de la misma manera seguirá dependiendo en el futuro. Claro que si no se comprende bien esta relación, si se piensa que el Partido es un mero apéndice o un auxiliar de la organización armada, es muy fácil caer en ese tipo de interpretaciones.

Nosotros, los comunistas, no ocultamos nuestros fines ni la manera en que habremos de conseguirlos. ¿Cómo habríamos de ocultarlos si nuestro principal propósito consiste en hacer conscientes a las masas para que se organicen y se unan a nosotros en la lucha por el derrocamiento de la burguesía?

El Partido debe, pues, continuar sin perder el rumbo, la Línea de Resistencia que ha seguido; debe, además, completar y perfeccionar esa Línea en base a las experiencias de la lucha de masas y de los conocimientos que ya tenemos y hacer todos los esfuerzos que se requieran para alcanzar las metas más inmediatas. Para eso es preciso no confundirlas con los objetivos últimos o a más largo plazo.

Todo esto nos exige la flexibilidad política necesaria, evitando toda tentación «numantina» o militarista, toda pretensión de saltar por encima del nivel real de conciencia política de las masas y de suplirlas con acciones «ejemplares»; con lo que se conseguiría únicamente quedar atrapados en una lucha desigual, sin perspectivas, con la policía política. Por esa vía no se va a ninguna parte, por más sacrificios que estuviéramos dispuestos a hacer, y acabaríamos derrochando las energías revolucionarias.

Esa posición política flexible, como toda la táctica que estamos aplicando, es lo que nos ha permitido superar hasta las situaciones más difíciles y comprometidas, enfrentando al enemigo con la mayor firmeza en todo lo relacionado con las cuestiones fundamentales o de principio.

Con los principios no se trafica, con los principios no se puede realizar ningún tipo de negociación, ningún tipo de «transacción». Hay personas que no pueden entender esto, que son incapaces de entenderlo y que piensan, como buenos burgueses, que «todo tiene un precio». ¿Qué son, qué vienen a significar para nosotros los principios revolucionarios?, podría preguntar algún ingenuo o cualquier otra persona que no supiera muy bien de qué va esta historia. ¿Por qué nos aferramos a ellos y no aceptamos, por ejemplo, los generosos ofrecimientos que nos hace el Estado a cada momento para que nos integremos, nos «reinsertemos» en la sociedad y «rehagamos» nuestras vidas? Esas personas tan bien intencionadas ignoran seguramente que nosotros, los comunistas, hace tiempo que tenemos la vida bien rehecha y no necesitamos, por consiguiente, rehacerla de nuevo y que, precisamente, se trata de eso: de que no necesitamos ni queremos integrarnos—y menos aún que nos «reinserten»— en una sociedad y un modo de vida que nos repugna, y para lo cual tendríamos que adoptar como dóciles corderos la condición de esclavos que la burguesía nos ha impuesto. Es por esta razón que nos sentimos, en el plano personal, muy satisfechos y muy contentos luchando contra la sociedad burguesa, contra el Estado capitalista y contra todo lo que representa. Y, a decir verdad, no tenemos ningún motivo para arrepentirnos de ello, a pesar de los zarpazos, de las persecuciones, las cárceles y las torturas de que somos objeto, así como de los numerosos asesinatos de camaradas.

Para eso, para continuar siendo como somos y como queremos ser, necesitamos de los principios e ideas comunistas, marxista-leninistas (no reclamamos ni defendemos otros) ya que son esos principios e ideas los que nos sostienen y nos guían en la lucha y condicionan todo nuestro comportamiento. ¿Cómo podríamos renunciar a ellos sin dejar de ser personas decentes y sin convertirnos en unos peleles, en unos instrumentos al servicio del capital y en contra de los obreros, de nuestra propia clase? Son los principios marxista-leninistas los que nos informan de la sociedad que necesitamos combatir y cambiar y los que nos hacen verdaderamente libres para actuar contra ella.

Entre esos principios nosotros destacamos el que nos permite comprender de una manera clara el carácter transitorio y la caducidad histórica del sistema de explotación capitalista, ya que este sistema no ha existido siempre ni podrá existir eternamente. ¿Cómo podríamos nosotros aspirar a integrarnos en una sociedad parasitaria y moribunda que, para sostenerse en pie, para prolongar su agonía, recurre a los medios más bárbaros de explotación y opresión, al pillaje, a las guerras de rapiña, al exterminio en masa y la devastación de países y continentes enteros?

Otra cuestión de principios para nosotros es la que se refiere a la necesidad de la organización política independiente de la clase obrera; es decir, no sometida ni controlada por la burguesía ni por su Estado, dado que sólo de esta manera es como se está realmente en condiciones de luchar consecuentemente hasta el final contra el capitalismo.

No menos importante para nosotros es la teoría que nos demuestra, también de manera irrefutable, que la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, las dos clases fundamentales de esta sociedad, sólo puede tener como resultado el derrocamiento del poder de la burguesía y la implantación de la dictadura revolucionaria del proletariado como paso previo necesario para toda supresión de la explotación y de toda opresión. Esto, naturalmente, no se podrá conseguir de una manera «pacífica» o «parlamentaria», pues la burguesía jamás consentirá retirarse pacíficamente del poder.

El cuarto principio fundamental para nosotros es el que se refiere a la expropiación de los expropiadores, a la supresión de la propiedad privada capitalista y el establecimiento de la propiedad colectiva de todo el pueblo sobre los medios de producción, a fin de poder organizar la economía socialista planificada que satisfaga las necesidades materiales y culturales de todos y cada uno de los trabajadores.

El quinto principio que nosotros defendemos y practicamos es el que llama a la unidad de todos los proletarios, explotados y oprimidos del mundo, para hacer más eficaz e invencible la lucha contra el capitalismo, etc. Éste es el principio del internacionalismo proletario que hará posible, no sólo el derrocamiento de la burguesía en todos los países, sino también el que se puedan establecer unas relaciones más justas, de verdadera hermandad entre los pueblos que excluyan la explotación, los intercambios desiguales, la política de intervención y de fuerza, la intromisión de unos en los asuntos internos de los otros, y creen un verdadero clima de paz y de entendimiento, de colaboración y de ayuda mutua.

Y para aplicar principios y materializarlos en la práctica, para que dejen de ser un buen deseo o un proyecto «utópico», necesitamos mantener también otros principios e ideas revolucionarios igualmente importantes relativas a la táctica, a la lucha por las libertades y los derechos democráticos de los trabajadores, a la organización y su funcionamiento, etc. ¿Cómo podemos renunciar a ninguno de esos principios, aceptar la legalidad burguesa impuesta mediante la violencia más extrema, desarmarnos en todos los planos frente a los explotadores y opresores y continuar considerándonos comunistas, marxista-leninistas?… Y aunque no fueran todos, si abandonamos tan sólo uno de esos principios, desde ese mismo momento, podemos estar seguros, estaríamos liquidados como organización, ya que entre todos ellos existe una trabazón interna de la que no es posible amputar ni una sola de sus partes sin desnaturalizar todas las demás. Por estos motivos debemos defender siempre, y con firmeza, todos los principios revolucionarios marxista-leninistas, sin ceder ni un milímetro, sin hacer la más mínima concesión al enemigo. En este terreno no podemos hacer nunca ninguna concesión, ya que se trata de los intereses vitales de nuestra clase; los principios no expresan, en realidad, otra cosa.

Otra cuestión es la que se refiere a la táctica y a los métodos de lucha que corresponden a cada coyuntura política o situación concreta. En este campo cabe aplicar las formas más variadas, siempre, claro está, que se destaquen las principales (en nuestras condiciones las formas de lucha de resistencia) y no se pierdan de vista las que, en última instancia, habrán de permitir resolver los grandes problemas sociales. La firmeza en la defensa de los principios nos permite ser flexibles y facilita la búsqueda de las formas más adecuadas a cada situación o al estado real de nuestras fuerzas organizadas.

Se sabe que los espíritus inflexibles, rígidos, esquemáticos, son más proclives a quebrarse o a desmoronarse ante los golpes o las adversidades y se adaptan muy mal, o no se adaptan en absoluto, a las condiciones siempre cambiantes. Pues bien, los comunistas (me refiero a los que tienen una concepción materialista y dialéctica del mundo y actúan conforme a esa concepción), nunca podrán quedar petrificados en sus ideas y no podrán tampoco quebrarse por muy grandes que sean los problemas o las dificultades que puedan encontrar. Semejantes a esas plantas cuya estructura les permite cimbrearse ante el empuje del viento, y aún soportar los mayores ciclones, los comunistas nos fortalecemos en la lucha, venciendo las dificultades y afianzándonos en nuestras raíces, sin que nada ni nadie nos pueda romper.

Esto es, precisamente, lo que está sucediendo en nuestro Partido. Nuestra firmeza en la defensa de los principios democráticos y revolucionarios no nos ha impedido ser flexibles en cuanto a la forma de aplicarlos, de manera que podamos aprovechar, para nuestra causa y para el propio fortalecimiento del Partido, la crisis política del régimen y todos los demás vientos que soplan, incluso los más huracanados. No tememos a los ciclones, ya que éstos no sólo no nos debilitan, sino que, por el contrario, nos fortalecen.

Atrevernos a luchar y a vencer

(…) Como ya se ha señalado, nuestro Movimiento de Resistencia ha desmentido muchas veces y desde un comienzo, la supuesta fortaleza o invulnerabilidad del régimen. Siempre hemos sostenido, y la experiencia ha venido a corroborarlo, que el fascismo es débil por naturaleza y que una de las causas que explican su permanencia durante tanto tiempo en el poder es, precisamente, ese pánico que trata de inculcar y que, como vemos, consigue hacer mella en mucha gente. Éste es uno de los motivos por el que no puede renunciar a sembrar el terror, por eso lo alimenta continuamente, lo que, por otra parte, ya hemos visto también que le permite mantenerse en una crisis permanente.

Con Franco, Suárez, Felipe y ahora Aznar, ¿qué ha cambiado en este aspecto tan importante de la política represiva del régimen? No ha cambiado nada esencial. Hoy las masas son objeto de la misma presión «informativa», de la misma presión psicológica, de los mismos «partes» de guerra, de la misma manipulación futbolera de otros tiempos.

Antes se trataba de mantener a raya a los enemigos de la patria nacionalsindicalista y de la democracia orgánica, y esos enemigos eran, fundamentalmente, los rojos y separatistas; ahora los enemigos son los terroristas, los violentos, los intolerantes que atacan y ponen en peligro todos los días las instituciones «democráticas» que Dios y Franco nos dieron. El guión y las técnicas son los mismos; han cambiado algunos títulos, el formato y la potencia de los medios. También ha cambiado la distribución de los papeles y las proporciones del reparto entre los distintos grupos monopolistas y sus respectivos representantes políticos y mediáticos. Esto explica las rivalidades que se manifiestan abiertamente entre ellos. Aunque sólo fuera por este motivo habría que reconocer que el régimen no se mantiene inmune o inalterable, que tanto las contradicciones y las luchas de intereses que confluyen dentro de él como, sobre todo, la presión y la lucha resuelta del Movimiento de Resistencia Popular, que crece sin cesar, han hecho mella en él ya muchas veces y le han obligado a retroceder, a tener que «replegarse» y hacer algunas concesiones.

Éstas nunca han sidoconcesiones gratuitas ni pacíficas, como no lo serán tampoco las que tendrán que hacer en el futuro. Porque está muy claro que ellos, el Estado, el Gobierno, los partidos institucionales, la clase capitalista, en suma, no se van a «rendir» ni se van a cansar nunca de explotar y de reprimir a los trabajadores. Otra cosa es que puedan impedir que nos unamos, organicemos mejor la lucha, y les hagamos recular como otras veces.

El Estado burgués, esa «banda de hombres armados», como lo denominaba Engels, no se va a cansar de perseguir, de encarcelar, de torturar y asesinar a los que se le oponen de verdad. Ésa es su función y a ella, como se podrá comprender, no va a renunciar por más que se encone la lucha. Y si alguno de los fascistas se llega a cansar o se le empieza a rendir la mano, ya sabemos qué sucede; no faltan otros que esperan, ansiosos, para tomar el relevo. No, el Estado, como órgano especial de represión, no se puede cansar de reprimir, porque, como hemos dicho, ésa es su función. Quede tranquilo el Sr. Ministro Oreja, responsable del departamento, que por ahí no le puede venir ningún peligro.

Otra cosa nos sucede, al parecer, a nosotros, que ya nacimos cansados, con un cansancio de siglos, lo que en buena lógica debería llevarnos, si nos atenemos a lo que dice por su parte Felipito Grillo (el capo de los galosos, ese fatuo personaje), a perder toda esperanza de conseguir nada con nuestra lucha de resistencia y a cansarnos total y absolutamente de intentarlo una y otra vez. Si ese tipejo y todos los que son como él supieran de verdad la apabullante sensación de «cansancio» e «impotencia» que se apodera de nosotros cada vez que conseguimos asestarles un golpe (al menos esto sí lo conseguimos de vez en cuando) y los ponemos al descubierto en su verdadera catadura fascista y su vileza, seguro que se mostrarían más prudentes.

No entraremos a analizar aquí la utilización que vienen haciendo los distintos partidos del régimen de este tema ni de los intereses que les mueven a ello. El Sr. Arzallus tiene razón en lo que afirma sobre este particular. Tenemos que reconocer también que los intereses que les mueven a él y a su partido en el País Vasco son algo más «legítimos», un poquito menos o la mitad de «bastardos» que los que defienden los partidos españoles. La cuestión es que, independientemente de esa utilización o de ese bastardeo, más tarde o más temprano tendrán que ceder y que cuanto más esperen, cuanto más tiempo tarden en decidirse, más caro les va a costar, ya que nuestro movimiento se sentirá más fuerte y, por consiguiente, mayores podrán ser también nuestras demandas y exigencias.

Por lo demás, el que podamos arrancar alguna concesión política al régimen no nos va a llevar a ningún tipo de confusión ni de ilusiones. La lucha, de todas formas, va a proseguir e incluso se va a intensificar. Hemos de tener muy claro que mientras se mantenga en pie el sistema capitalista, a los fascistas siempre les quedará el recurso de «volver a sus orígenes». Ése es un claro síntoma de que no se sienten muy seguros y de que quieren asustarnos. ¿Qué más pueden hacer que no hayan hecho ya para obligarnos a claudicar, a renunciar a nuestras libertades y derechos? La violencia terrorista del Estado, la guerra sucia, las detenciones, la tortura, los asesinatos y las decenas de años de cárcel en condiciones de aislamiento se han mostrado ineficaces y han obrado, en fin de cuentas, en contra suya. Claro que pueden extender esa misma represión y terror a toda la población para tratar de aislarnos y restarnos apoyo. Por ahí se están encaminando últimamente, legalizando las mismas prácticas terroristas de los GALes.

El régimen está adaptado, con sus leyes, tribunales, cuerpos represivos, etc., para ese regreso triunfal a su unidad de «destino en lo universal» sin necesidad de que se produzca ningún golpe de fuerza y ninguna ruptura de continuidad; para ello cuenta con el apoyo más o menos decidido de, al menos, una parte considerable de los socialfascistas que en la última etapa se han enriquecido e integrado en él y comparten su suerte. De esta forma, esos canallas buscan justificación a sus hazañas bélicas y financieras y podrían tratar de repetirlas e incrementarlas con una represión y una rapiña mucho más general. ¿No asegura Felipe González que en España no ha habido guerra sucia durante su mandato porque los escuadrones que él comandaba no han llegado a asesinar a mansalva, como hicieron los escuadrones de la muerte en Argentina? El problema es que eso no se puede hacer hoy en España como lo hacían en los años 30 y 40. Tampoco podrían disponer de toda la cal viva que sería necesaria para hacer desaparecer, sin dejar rastro, a tantísimos torturados y asesinados. Eso sólo se puede hacer como desde entonces se ha hecho: poquito a poquito, para mantener la tradición y que no se note demasiado.

En realidad éste es el reproche que les están haciendo sus cómplices de los otros partidos; y es por esa «chapuza», que ha supuesto la guerra sucia de los GAL, por lo que están siendo juzgados. De lo que no cabe ninguna duda es de que con esos juicios farsa, la oligarquía española no pretende depurar el aparato del Estado que ha cometido tales fechorías y crímenes, sino mantenerlo y encubrirlo para que pueda seguir cometiéndolos.

Por eso, los socialfascistas, y sus compinches del PP, todavía tienen la posibilidad de poner en práctica a gran escala sus habilidades de matarifes y de trincar todavía más de lo que ya han trincado. Ganas, desde luego, ya vemos que no les faltan. Pero una cosa es lo que los fascistas quisieran y están dispuestos a hacer una y mil veces, y otra muy distinta lo que pueden o intentan hacer sin arriesgar más de la cuenta. En esta contradicción existente entre sus deseos y necesidades, por una parte, y las posibilidades reales, por otra, es donde reside el meollo del asunto que estamos tratando.

Por lo demás, el que «quieran y no puedan» no significa que no tiendan a ello por las propias necesidades de sobreexplotación y de control policíaco sobre las masas que les exigen los monopolios y el capital financiero, y porque los fascistas jamás dejarán de serlo por conveniencia y por su disposición. El mero hecho de que adopten una posición «centrista» unas veces y otras se muestren descaradamente ultraderechistas, así lo demuestra. Para ellos ésta es una cuestión táctica, que no modifica sus objetivos totalitarios absolutamente implacables con las necesidades, los derechos y la voluntad popular. Y para eso, para imponer el yugo a las masas se ven precisados a modificar su voluntad por medio del terrorismo físico, moral y psicológico. Sólo de esta manera pueden pretender mantenerlas sometidas hasta el tuétano.

Por estos motivos nosotros tenemos que desenmascarar a los fascistas y combatirlos sin cesar teniendo en cuenta esa particularidad de su política a fin de impedir o dificultar sus maniobras de enmascaramiento y hacerles pagar por ellas un alto precio. De modo que, de la misma manera que les hemos ayudado a «democratizarse», hemos de seguir ayudándoles para que se democraticen todavía más.

Hay que hacer notar también que el régimen ha tratado en todo momento de circunscribir al marco de su propia legalidad cualquier concesión política que se ha visto obligado a hacer al movimiento obrero y popular. ¿Qué fue la reforma, sino el resultado de un pasteleo, de un compromiso entre el viejo aparato burocrático-militar fascista y la llamada oposición «extramuros», que permitió meter a esta última dentro del sistema y «legitimar» con ello la continuidad del mismo con apenas unos cuantos retoques? De aquí arranca, como hemos explicado, la tragedia de todos ellos, pues es evidente que se han quedado sin «alternativa».

¿Puede ser una alternativa el Anguita y su banda de lacayos y cretinos, que defienden a capa y espada la Constitución monárquico-fascista que le ha sido impuesta a los trabajadores de la manera que ya hemos visto? Tampoco nuestro Partido representa, aunque por motivos muy diferentes, una alternativa al régimen; no somos, nunca hemos sido ni podremos ser una alternativa, ni siquiera «extrema». Somos una organización independiente que lucha contra el sistema capitalista, que se opone a él, pero no forma parte de él.

Desde siempre nos hemos negado de manera clara y tajante, a entrar en ese juego indecente, antiobrero y antidemocrático, que hurta a los trabajadores sus derechos y que supone una entera supeditación a los intereses y privilegios de la oligarquía y a su política de «reformas». Y claro está que siempre nos vamos a oponer y vamos a luchar para que cambie cuanto antes esta situación.

Conseguir en tales condiciones crear la organización política de la clase obrera y asegurar esa independencia en su lucha contra la confusión y el miedo generalizado, las repetidas campañas de represión e intoxicación, no ha resultado una tarea fácil, y menos aún, como se podrá comprender, desde la «orfandad» en que nos hemos encontrado desde el principio, faltos de apoyos, de los medios necesarios y de experiencias. Pero nos pusimos manos a la obra sin vacilar, conscientes no sólo de las extraordinarias dificultades que habríamos de vencer, sino también de la necesidad e importancia de este trabajo, ya que sin crear antes la organización y sin prepararla en la lucha más decidida, resultaba ilusorio plantear cualquier proyecto emancipatorio y de transformación social.

Y esa organización la hemos creado siguiendo el proceso de todos conocido, lo cual supone un logro de enorme trascendencia ya que, entre otras cosas, ha venido a romper la tendencia entreguista, capituladora y de verdadera traición a la causa obrera y popular que han seguido los llamados partidos «obreros», «socialistas» y «comunistas» durante muchas décadas en España. Esto permite también situar el desarrollo de la lucha de clases en su verdadera perspectiva histórica y en terreno firme, democrático (…).

La lucha ideológica ha de redundar
en el mejoramiento de toda nuestra labor

Aunque a veces parece que amaina el temporal y que las aguas turbulentas quieren volver a su cauce, la realidad es que la lucha ideológica, que siempre hemos mantenido en el seno del Partido, se ha recrudecido últimamente, sobre todo a raíz de la campaña de rectificación que hemos llevado a cabo.

Al comienzo, algunos interpretaron erróneamente el planteamiento de esta campaña creyendo que iba dirigida a corregir sustancialmente nuestra Línea de Resistencia; otros la entendieron en el sentido de una mayor «bolchevización» del Partido, es decir, de una mayor «disciplina», centralización, etc., de la Organización. No entendieron que la crítica al subjetivismo que hemos padecido no apunta en ninguna de esas direcciones, ni afectaba al contenido esencial de nuestra Línea Política, sino al ritmo de su aplicación, al objeto de conseguir que esa misma Línea sea asumida y aplicada de manera consciente, organizada, por sectores cada vez más amplios de trabajadores y de obreros avanzados.

Para ello tenemos que ser pacientes y perseverar en nuestra labor, evitando al mismo tiempo las precipitaciones a la hora de conceder el título de militante del Partido. Estas dos cuestiones, el trabajo para elevar la conciencia política de las masas y lograr un mayor desarrollo orgánico del Partido, están estrechamente relacionadas, de modo que no podremos avanzar en un terreno sin dar importantes pasos en el otro. Esta relación se va comprendiendo cada día mejor, y la prueba de que es así la tenemos en el incremento de la influencia del Partido, la extensión de nuestra labor de propaganda y la consolidación de la Organización. También se ha podido comprobar este avance en la participación de los militantes y simpatizantes en la campaña de crítica y autocrítica.

Por cierto, que no todos los problemas han sido aclarados y resueltos. Todavía quedan algunas ideas confusas respecto a los métodos de trabajo y de «pensamiento», sobre el vínculo que debe establecerse entre la teoría (las ideas y planes revolucionarios) y la práctica. No se acaba de comprender entre nosotros lo que hemos denominado como «el método de aproximación», que exige no sólo fijar las metas u objetivos, sino también buscar las vías y las formas que nos van a permitir llegar hasta ellas. Todavía hay camaradas que confunden la firmeza revolucionaria con la cerrazón; camaradas que no comprenden que para llevar a cabo una tarea no basta con impartir una orden o una directriz, que para eso hace falta, además, estudiar en la práctica los problemas, establecer un plan concreto de trabajo en base a ese estudio y procurar los medios que nos van a permitir resolverlos.

Algunos camaradas todavía no comprenden la función de la crítica y la autocrítica como método para resolver los problemas y las contradicciones que surgen en el Partido y como principio de dirección. Hemos criticado el subjetivismo, pero no hemos insistido bastante en señalar que la causa de éste reside, en la mayor parte de los casos, en el voluntarismo que prescinde de la Organización, en la falta de preparación de los militantes y la inmadurez política. Ésta es la razón de que no sólo no se comprendan las críticas, sino que se tomen frecuentemente en sentido personal, impropio de verdaderos comunistas.

Esta actitud respecto a las críticas habrá que corregirla, puesto que lo más dañino no consiste en el error en sí, sino en la incapacidad de reconocerlo y corregirlo. Lenin decía que «no es inteligente quien no comete errores. Hombres que no cometan errores, ni los hay ni puede haberlos. Inteligente es quien comete errores que no son muy graves y que sabe corregirlos bien y pronto»2.

Los problemas y las contradicciones nunca se acabarán para nosotros. Esto debe ser muy tenido en cuenta. Precisamente, el Partido Comunista no es más que el «instrumento» del que se sirve la clase obrera para resolver los problemas que se le presentan en la lucha contra la burguesía. Esta lucha se refleja de distinta manera y con distintos grados de intensidad, según los momentos, dentro del propio Partido. De ahí que aún no hayamos acabado de resolver unos problemas, cuando ya aparecen otros. Es de esta manera como se opera el avance o el desarrollo. El día que no tengamos problemas ni contradicciones sociales y políticas que resolver, ese día, el Partido dejará de ser necesario y se «extinguirá», pero ésa es una perspectiva aún muy lejana. Mientras tanto debemos continuar fortaleciendo el Partido, ligándolo a las masas y fomentando en su seno la lucha ideológica activa. También deberemos llevar a cabo, siempre que la situación lo requiera, nuevas campañas de rectificación. Todo esto hay que hacerlo evitando en todos esos casos quedar empantanados.

La lucha ideológica ha de redundar de manera inmediata en el mejoramiento de toda nuestra labor, tomando para ello las medidas que sean necesarias. Esto no quiere decir que debamos «forzar» a los camaradas a reconocer ningún error real o supuesto, nada que no hayan comprendido o no estén dispuestos a reconocer y a rectificar voluntariamente. No hay que «acosar» a estos camaradas, tenemos que dejarles una salida y darles tiempo para que recapaciten y reconsideren su posición o para que la práctica pueda enseñarles. Esto les exige también a ellos cumplir los acuerdos y las resoluciones de la mayoría. Lo que no podemos permitir en ninguna circunstancia es que continúen haciendo las cosas a «su manera», por más que se sientan «heridos» en su fuero interno y por mucha «buena voluntad» que estemos dispuestos a reconocerles. Y no lo podemos permitir, apenas hace falta decirlo, porque eso atenta contra el funcionamiento y contra la misma existencia del Partido.

Durante la campaña, hemos insistido en que no existía entre nosotros ninguna pugna en base a distintas concepciones o tendencias políticas, y esto continúa siendo cierto: la unidad política e ideológica del Partido, su cohesión en base a la línea de resistencia antifascista, son absolutas; esa unidad y cohesión internas han sido probadas ya muchas veces. Ahora bien, de aquí no podemos deducir que no exista el riesgo de una «polarización» si no reconocemos la verdadera naturaleza de algunos problemas «individuales» y de «funcionamiento» o no acertamos a darle un justo tratamiento, ya que muchas de estas cuestiones suelen encubrir otras mucho más importantes. Esto es particularmente cierto en las manifestaciones reiteradas de «personalismo» que hemos criticado.

Los personalistas, ya se sabe, se muestran a veces muy activos y toman decisiones a la ligera, ignorando las normas de funcionamiento colectivo y las experiencias que ya hemos acumulado. También se muestran a veces muy «críticos», sobre todo cuando se trata de poner en solfa los errores o las deficiencias del trabajo de los demás. Claro que no les vamos a reprochar por ese motivo. Lo que tenemos que pedir a esos camaradas es que tengan en cuenta también, de vez en cuando, las iniciativas y las críticas de los demás, especialmente aquellas sugerencias que les llaman a integrar, en una labor única, colectiva, las opiniones, los esfuerzos y la labor de todos los militantes. Si obran de esa manera, es seguro que no estarían tan preocupados por poner siempre por delante, en primer plano, «su» trabajo; no se tomarían cualquier objeción que se les pueda hacer a ese trabajo como un «cuestionamiento» a su «capacidad personal» y seguramente acabarían por comprender que en el Partido tanto los errores como los aciertos son, ante todo, errores y aciertos del conjunto de la organización, del colectivo.

Esto no ha de entenderse como una llamada a la dejación de la responsabilidad que, en la realización del trabajo, nos corresponde a cada uno. Se trata, precisamente, de estimular, como siempre lo hemos hecho, esa responsabilidad individual y articularla de manera que se combine adecuadamente con la labor colectiva, de manera que ambas se vean reforzadas en la realización de unas mismas tareas generales. No se producirá contradicción entre una y otra labor si sabemos situar cada una en el ámbito que les es propio, considerando en todo caso el trabajo colectivo como la labor más importante,verdaderamente decisiva.

Esas actitudes personalistas, muy proclives al «izquierdismo», están mucho más arraigadas entre nosotros de lo que podíamos suponer al principio, y nos han creado algunos problemas. También es verdad que algunas veces se amparan en las desviaciones y errores de tipo derechista que se pueden cometer e incluso los utilizan para afianzarse. El «izquierdismo» y el «derechismo», ya lo hizo notar Lenin, tienen una raíz común, la raíz del espontaneísmo, de la desorganización y, como se complementan y apoyan mutuamente, resulta difícil combatirlos. No obstante, hemos de tener en cuenta en cada momento o encrucijada de la lucha de clases, cuál de esas dos tendencias representa el peligro principal para el Partido, distinguiéndolas claramente una de la otra a fin de que no puedan confundirnos a pesar de su vínculo y de su identidad común.

Por lo demás, el que se manifiesten estos problemas no es malo; al contrario, demuestra la vitalidad del Partido, y de hecho nos fortalece. La lucha ideológica y la confrontación de ideas, la práctica de la crítica y la autocrítica políticas, son el principal método para resolver las contradicciones que surgen, de manera inevitable, dentro del Partido, y constituyen uno de los principales motores para promover su desarrollo, ya que nos permiten aclarar mejor las ideas y reforzar la disciplina partidista. También nos permiten vincularnos a las masas, al tiempo que mejoramos nuestro trabajo y aprendamos de ellas.

Éste es el balance provisional que podemos hacer de esta auténtica batalla que hemos librado dentro de nuestra propia Organización.

1 Lenin: Obras completas – Tomo V

2 Lenin: La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo.