Lo único que sabemos es que no sabemos

Dándose cuenta de que le podemos coger en uno de sus innumerables renuncios, M. se adelanta para anunciarnos: «Ya antes de Lenin ¿cuánto no analizaron Marx y Engels a partir de la práctica acumulada…?». No obstante, él se apresura a dejar bien sentado, no sea que todo su fantasmagórico edificio “teórico” se venga abajo, que tales análisis «podrían parecer eternos, pero tienen su propia gestación histórica».

Gestación” y “eternidad”, he ahí dos “categorías” a las que, ciertamente, no se les puede reprochar nada. Nuestro crítico no quiere pillarse los dedos. Afirma que los principios del marxismo-leninismo tuvieron su tiempo de “gestación”, lo cual resulta irreprochable (¿cómo objetar tan brillante idea?), para añadir a continuación que “podrían parecer eternos”, en lo cual también tiene toda la razón del mundo. Ahora bien, con lo que ya no podemos mostrarnos tan de acuerdo es con lo que viene al final del párrafo: «son principios, en fin, lo suficientemente establecidos como para que podamos asignar, por ejemplo, a cualquier particular (china, keniata, australiana, etc.) explotación capitalista el carácter de simple ‘forma’ (ahora sí) ‘sin’ contenido añadido apreciable alguno».

¿Está o no está claro lo que M. entiende por “principios” “suficientemente establecidos”? Éstos, como la misma explotación capitalista, no dejan de ser “simples formas sin contenido añadido alguno” en relación con las particularidades o nuevas categorías económicas que él ha establecido; como si existiera una “forma” china, “particular”; otra keniata, una más australiana, etc., de explotación del trabajo por el capital y no obedecieran todas a la misma ley de la extracción de la plusvalía. Pero por lo visto, dicha ley no tiene carácter, contenido y forma universal, no representa la esencia misma del sistema de explotación capitalista, ya que se puede establecer a capricho una “forma simple” de extracción de la plusvalía en cada país (o etnia) en particular.

Es este tipo de “principio universal establecido” lo que él está dispuesto a reconocer, con esa suficiencia de matachín o perdonavidas, a condición de que por nuestra parte admitamos que «hay otras cuestiones que están poco desarrolladas, desde el punto de vista universal», y que «podamos decir que los nuevos procesos particulares que plantean esas cuestiones tienen mucho relativamente hablando de universal».

Es a partir de esos nuevos procesos, “a posteriori”, asegura M., como se desarrollarán nuevas leyes universales que nuestro cerebro deducirá. Por eso aconseja «centrarse en lo particular, no ya porque siempre haya que hacerlo para estudiar algo concreto, sino también para aumentar el fondo universal del socialismo científico, de tal manera que se establezcan las leyes que conexionan todos los procesos revolucionarios particulares con la época del imperialismo», pues aunque parezca que el marxismo ha establecido esas “leyes que conexionan”, en realidad, ya hemos comprobado que con la excepción de la “simple forma” de la explotación capitalista, no ha establecido ni ha conexionado ná de ná; por cuyo motivo resulta “mucho mejor centrarse en lo particular” no conexionado ni establecido, “que perderse en especulaciones teóricas demasiado generales, que por muy revestidas de principios que aparezcan, no van a resolver ni un ápice”.

M. concluye esta primera parte de su exposición crítica asegurando que «de lo que se trata aquí es de comprender que ‘el conocimiento es infinito’ y siempre va por detrás del desarrollo de la realidad material que permite ‘destilar’ los elementos para el análisis. Cuando los problemas ‘particulares’ que se presentan no están, en sus conexiones con los demás, bastante estudiados; cuando aparecen problemas ‘particulares’ bastante nuevos que el hombre no ha estudiado aún mucho, entonces el ‘peso de lo universal’ que tienen esos particulares es muy grande. Jugando con las palabras, podemos decir, que la ‘responsabilidad universal’ de esos particulares es muy grande, y entonces su estudio concreto no se hace desde la concepción de lo particular como simple forma de un contenido esencial que, en realidad, apenas existe o conocemos todavía; ese contenido esencial va a derivarse de más de un proceso particular práctico como el que nos hemos encontrado. Ante estos nuevos problemas, lo universal depende mucho de lo particular». «Si cuando me enfrento a un ‘proceso revolucionario particular’ me planteo negar, modificar los principios universales ya establecidos, ya sintetizados y prácticamente corroborados y afirmados, estaré cometiendo revisionismo. Pero si ante lo que todavía no se conoce mucho, lo poco que se conoce es muy pobre y no pasa de ser bastante general e impreciso, y encima no me esfuerzo en sacar enseñanzas de mi particular, estaré cometiendo dogmatismo. Así, poner el acento en lo particular, en principio ni es bueno ni es malo, tan sólo es cuestión de saber por qué, para qué, con qué objetivo pongo el acento en lo particular».

Queda demostrado que este hombre aún no sabe a dónde va, ni de dónde viene, ni por qué ha venido. De lo único que se muestra seguro es de que “el conocimiento es infinito” y que apenas sabemos nada.

Ya comentamos al comienzo ese juego de palabras y lo que con él está tratando de escamotear nuestro crítico, lo cual no es otra cosa que su ignorancia y absoluta falta de principios. Es lo que aparece en esa confesión que acaba de hacernos: “Cuando los problemas ‘particulares’ que se presentan no están, en sus conexiones con los demás, bastante estudiados; cuando aparecen problemas bastante nuevos que el hombre no ha estudiado aún mucho…”. Claro que esta ignorancia y falta de principios, M. la pone en la cuenta del marxismo-leninismo para cargar así el “peso de lo universal” sobre esos supuestos “problemas particulares bastante nuevos”. Éste es, como se sabe, el argumento supremo que el revisionismo siempre ha utilizado para atacar al marxismo-leninismo e intentar despojarlo de sus ideas y principios fundamentales.

De todas formas, ya hemos comprobado también que cuando se trata de aplicar dichos principios a lo particular o para realizar un estudio de las experiencias prácticas más importantes que nos permitan, al menos, adelantarnos alguna vez y no “marchar siempre detrás del desarrollo de la realidad material”, no faltan quienes, en nombre de “particularidades” y de fenómenos “nuevos y desconocidos” procuran, como es el caso, desviar nuestra atención de los problemas particulares que nos hemos propuesto estudiar; pretextando que “la responsabilidad universal de esos particulares es muy grande”, por lo que dicho estudio o análisis concreto no debe hacerse “desde la concepción de los particulares como simple forma de un contenido esencial”, ya que esa realidad “apenas existe” o no se “conoce todavía”.

Es de destacar que ha sido ese interés nuestro por estudiar lo particular en sus aspectos más importantes (ideológicos, económicos y políticos), partiendo del conocimiento que nos proporciona la historia del movimiento obrero y comunista sintetizado por el marxismo-leninismo así como de la posición de clase del proletariado revolucionario, lo que ha impulsado a M. a salirnos al paso con su cantinela.

Pero ¿qué es, “exactamente”, dentro de los límites históricos en los que nos movemos, lo que “todavía no se conoce aún mucho”…? Silencio. ¿En qué consiste lo “poco que se conoce”, eso que “es muy pobre y no pasa de ser bastante general e impreciso”…? No sabe, no contesta. Un espeso silencio pesa sobre nosotros. Por supuesto que resultaría excesivo o fuera de lugar pretender que, desde esa posición de “principios”, M. estuviera dispuesto a esforzarse un poco por su parte y ser más “preciso”, al menos para mostrarnos esa particularidad tan nuestra que él asegura estamos “negando”. ¿No se estará refiriendo al “dogmatismo” de marras?

Que todo esto resulta demasiado “general”, “pobre” e “impreciso”, de acuerdo, pero ¿podría nuestro crítico ser un poco más explícito e indicarnos con mayor precisión “por qué, con qué”…? Ha de quedar claro que no le estamos invitando a que nos dé otra paliza, pues nuestro cuerpecito, francamente, no lo resistiría. Con lo que llevamos visto y lo que aún nos queda por ver de su concepción es más que suficiente, al menos hasta que podamos reponernos.

Algunas personas bien intencionadas podrían interrogarnos sobre este derroche de nuestras raquíticas fuerzas para responder a tan “detallada” y “particular” palabrería. Y no les faltaría razón, aparte de que, como se podrá comprender, no resulta ser un plato de buen gusto para nosotros tener que “apretar las clavijas” a este muchacho, teniendo que seguirle a través de todos sus pasos, fintas, revueltas y contorsiones. Pero no nos queda otro remedio que “recoger el guante” que nos ha arrojado de manera tan altanera y bravucona, no sea que se engalle todavía más y nos exija nuevas e inacabables explicaciones. Por lo demás, no podríamos dejar pasar la oportunidad que nos ha ofrecido M. de poder matizar mejor nuestras propias ideas en relación con los problemas planteados. Esto es algo que tendremos que agradecerle, siempre que no se acostumbre e intente marearnos con nuevas elucubraciones como las que siguen:

«En realidad, cuando hablo de ‘particulares’ estoy abstrayendo tanto como cuando hablo de universal. Es decir, los particulares sin más no dejan de ser una generalidad que produce mi cerebro por necesidad del análisis, para conocer y transformar». Esta cancioncilla ya la hemos oído entonar anteriormente, y no puede sorprendernos, sobre todo si reparamos en la música que la acompaña y con la que su autor procura aturdir nuestro oído. Precisamente, si existe algo que distingue a lo particular de lo universal, es su carácter concreto, es decir, no abstracto, sino material y objetivo. Lo que no significa que, efectivamente, como hemos comprobado anteriormente, los particulares que produce el cerebro de M. “no dejen de ser” una “generalidad”, una “pura abstracción” o simple palabrería. Cosa muy distinta es el enfoque y la posición que debemos adoptar en el momento de abordar cualquier problema, situación particular o análisis concreto.

«Tras la palabra vaso, –nos alecciona M.–, se pueden esconder muchos ‘particulares’ en función de los límites de nuestro estudio». “Se pueden esconder”, ciertamente, a la manera que él los esconde. Otra cuestión es que nos dediquemos a buscarlos, como M. pretende que hagamos, mientras olvidamos otros tantos particulares menos ocultos o más evidentes y que reclaman nuestra atención. No hace falta decir que no vamos a aceptar esa invitación al juego del escondite o de la gallinita ciega.

Vemos, pues, una vez más, que nuestro crítico no cesa en su encomiable empeño (tenemos que reconocerlo) de llevarnos al huerto con sofismas y otras bagatelas por el estilo de la que acabamos de recoger de su texto. Por él sabemos, pobres ignorantes cargados de prejuicios autosuficientes, que cuando hablamos o pedimos un vaso más o menos colmado de cerveza, no nos estamos refiriendo a un vaso concreto; no, estamos pidiendo todas las formas “abstractas particulares” de vasos existentes en el mercado y, más que todas esas formas, lo que pedimos son otros “muchos particulares” tan abstractos como los vasos. De este modo, ciertamente, no hay manera de “agarrar” nada; es como vivir en un mundo donde lo que “parece ser” no es realmente sino otra cosa o muchos objetos a la vez. Es a este mundo de verdadera locura adonde nos quiere llevar M. para confundirnos y enredarnos.

Que “en cada particular se encuentra un elemento de desarrollo de lo universal” o varios de esos elementos (tal sucede con la composición química, la forma y el uso que se le pueda dar a un vaso de cristal, así como su carácter de producto del trabajo social), eso es algo que no ha descubierto M. Cuestión aparte es que él quiera convertirlo en una “individualidad” a partir de la cual «nuestro cerebro puede inmediatamente desarrollar un proceso de abstracción, de conceptualización, de génesis de la teoría, que en una medida u otra se enfrenta a toda la teoría anterior para precisarla más (conocerla mejor), desarrollarla, etc.». La teoría del vaso que acabamos de conocer, no da, para ese objeto, desde luego, mucho más de sí. Pero podemos tomar una individualidad como M. y su cerebro como ejemplo del “proceso de abstracción”, de “conceptualización” y “génesis” de la nueva teoría que, “en una medida u otra se enfrenta a toda la teoría anterior.

Nuestro hombre sabe perfectamente que nosotros no somos físicos más o menos preocupados por los agujeros “atómicos” que pueda contener un vaso, sino, en todo caso, jubilosos comparsas, sólo atentos al nivel de nuestro vaso de cerveza. Cuando ésta se acabe, la fiesta habrá terminado para nosotros, y por eso hemos de procurar mantenerla a un nivel “razonable”. El hecho de que “lo real-concreto sea más complejo o rico que lo abstracto teórico” del vaso, se lo dejamos al físico para que, mientras nosotros danzamos, él se distraiga. Ésa es la única verdad relativa y absoluta que reconocemos…

Este “teórico” de ocasión que nos ha salido con tan malas artes, quiere a toda costa hacernos tragar su concepción pragmática, empiriorrelativista, acusando la “impotencia” e “insuficiencia” de “los principios universales” para “permitirnos conocer plenamente un particular” como si eso fuera posible o nosotros nos hubiéramos propuesto conseguirlo utilizando los tales principios cual talismán maravilloso. Esto no le impide, naturalmente, afirmar a continuación, siguiendo su método habitual: «En realidad, jamás podremos conocer nada completamente, pero sí lo suficiente para nuestras necesidades…». (¡Chaval, ponnos otra!). «Siempre tendremos la posibilidad de avanzar en nuestro conocimiento de forma progresiva» (¡qué gran verdad!), sólo que… para eso tendremos que prescindir de los principios, ya que éstos ¡«jamás serán (…) lo suficientemente potentes para permitirnos conocer plenamente lo particular»! Éste es, sin duda, el “proceso de abstracción, de conceptualización, de génesis de la teoría” que “se enfrenta a toda la teoría anterior”, a esa teoría que nosotros hemos expuesto y defendido “en particular” y en nombre del marxismo, basados en nuestro relativísimo conocimiento.

Pero todavía nos falta, tengan paciencia, mucha tela que cortar. Ya vemos que este hombre se ha propuesto vencernos por agotamiento. Quizás lo consiga y tiremos la toalla antes de llegar al penúltimo asalto: «Cuando Lenin nos dice que lo individual entra incompletamente en lo universal, precisamente nos está diciendo que jamás podremos conocer completamente un proceso individual, que no hay universalidad que nos ahorre el estudio individualizado de las cosas reales. En el artículo existe una errata cuando dice que ‘lo individual entra en forma completa en lo universal y no a la inversa’. Como podemos comprobar, Lenin nos dice que ‘lo individual entra en forma incompleta’. Pero ¿cómo no interpretar que lo que está escrito sea lo que se quiere decir?». Simplemente, podemos responder a M.: cerrando los ojos a todo, absolutamente todo el texto que precede a esa errata y que después continúa. Sólo de esta manera, fijando la vista obsesivamente en una errata, y haciéndose la vana ilusión de que nos ha cogido con las manos en la masa, se puede llegar a montar todo este absurdo artificio.

En realidad, este hombre ha tenido que dar todo ese rodeo para tratar de fundamentar su “crítica” de una errata, de una palabra. De esta errata ha extraído toda la fuerza y el material suficiente para montar este escándalo, lo que habla por sí solo de la calidad de su método, así como de su moral “revolucionaria”: él, que posa de defensor “insobornable” de la verdad, hace demagogia barata porque, en lugar de transcribir “incompleta”, los famosos duendecillos de las imprentas nos hicieron la jugarreta de poner “completa” y M., falto de otra razón o de un argumento de más peso, aprovecha la oportunidad de la confusión que pueda crear esta errata, y todo airado, como el que nos ha sorprendido en flagrante delito, se abalanza sobre nosotros para espetarnos: “¿Cómo no interpretar que lo que está escrito sea lo que se quiere decir?”. No ha sido suficiente con jurar hasta los clavos de cristo que no, que simplemente ha sido una errata que, por lo demás, no se presta, ni por asomo, a semejante interpretación. Pero puestos a no transigir, ¿resultaría demasiado pedirle que aplique el mismo criterio interpretativo a las otras cien mil palabras que contiene el referido texto, aún cuando no han sido reconocidas por él mismo como erratas claras y manifiestas? Por nuestra parte juramos de nuevo, poniéndonos de rodillas, y esta vez por el cuerpo entero de Cristo crucificado, que lo que está escrito en todas y cada una de esas cien mil palabras, sí dicen lo que quieren decir… Pero ni por esas. M. se revuelve, posa de nuevo y se lanza en picado como un buitre dispuesto a sacar todo el jugo a la errata de marras: «¿Qué sentido tiene recordarnos que Lenin no expresa que lo universal entra en forma incompleta en lo particular?; ¿qué al no expresarlo, es que lo universal entra en forma completa en lo particular? Esto es un absurdo total, pues si de algo estamos seguros es que el artículo no piensa que lo universal entra en forma completa en lo individual».

Efectivamente, todo esto es un absurdo alucinante. Este hipercrítico se pregunta: “¿cómo no interpretar que lo que está escrito sea lo que se quiere decir?”, para a renglón seguido, afirmar que “estamos seguros de que el artículo no piensa que lo universal entra en forma completa en lo individual”. ¿En qué quedamos? Una de dos, o M. no sabe leer y por eso tiene que “interpretar” lo “que está escrito” y hacer un juicio de intenciones, no sobre lo que realmente se dice, sino sobre “lo que se quiere decir”, o es un embrollador nato que, conociendo la existencia de la errata, la utiliza para arrimar el ascua a su sardina: «porque si consideramos cada individual como una manifestación particular de una esencia totalizante, que sería lo universal, entonces sí podríamos considerar que lo universal incluye completamente lo individual». Así piensa y escribe sin sonrojarse este defensor de la verdad. Cree, sin duda, que nos chupamos el dedo, y que con escribir y luego atribuirnos lo que ha escrito, ha resuelto para siempre el problema. ¿Quién, sino M., ha inventado esa “manifestación particular de una esencia totalizante”? Precisamente, si algo ha quedado particularmente claro en ese artículo es que lo esencial, por ser esencial, no puede abarcar la totalidad de un fenómeno u objeto particular, no puede representar más que lo que hay en cada uno de ellos de universal o común con otros muchos objetos o fenómenos particulares. De lo contrario, el mundo, la naturaleza, la sociedad, etc. estarían constituidos por una esencia universal única, por algo muy parecido al Dios de la Biblia. De ahí que se citara a Lenin para confirmar esta posición, puesto que, además, se trata de refutar la tesis que aparece expuesta en el texto de Mao que afirma, precisamente, lo contrario; es decir, que en lo “particular está contenido lo universal”, como algo “totalizante”.

Veamos a continuación lo que sostiene el artículo (que M. ha picoteado a su antojo) en su conclusión-resumen de la cita de Lenin. Permítasenos citarnos, aunque sólo sea una vez: «La contradicción no sólo es universal porque exista en todas las cosas y fenómenos desde el comienzo hasta el fin, sino porque lo universal o común está contenido en cada una de ellas como lo esencial, dado que, ‘lo individual existe sólo en la conexión que conduce a lo universal’. Por eso dice Lenin que ‘todo individual entra en forma completa (aquí la errata, debiera decir incompleta) en lo universal’ y no a la inversa, es decir, no lo universal en lo particular, ya que de ser así tendríamos que considerar cada particular como un universal, como algo que se basta a sí mismo para existir».

Ahora volvemos a repetir ese párrafo, pero sin la errata, a ver qué resulta: «Todo individual entra en forma incompleta en lo universal y no a la inversa, es decir, no lo universal en lo particular, ya que de ser así tendríamos que considerar cada particular como un universal…». He ahí, a decir de nuestro crítico, “una manifestación particular de una esencia totalizante” y por cuya razón “podríamos considerar que lo universal incluye completamente a lo individual”. Verdaderamente, no es posible extraer una conclusión más “totalizadora” y aberrante de una tesis tan clara y esclarecedora.

Repárese en que aquí no estamos hablando de lo que “piensa” M., de lo que estaba pensando mientras escribía otra cosa que contradecía su pensamiento, como, al parecer, ha sido nuestro caso; pues es evidente que su pensamiento coincide al cien por cien con lo que ha escrito. Se trata a todas luces de una manipulación escandalosa que sólo una mente retorcida y presuntuosa hasta más no poder, puede llevar a cabo y repetir de la manera que acabamos de ver; y eso a pesar de nuestras reiteradas aclaraciones y también (porque, en honor a la verdad, todo hay que decirlo) de nuestras advertencias en el sentido de que no habrían de quedar sin respuesta tales manipulaciones. Pero, claro, una persona como él, que como vemos no es nada propensa a los “prejuicios autosuficientes”, no ha querido oírnos. Estaba tan seguro de tenernos bien asidos por una errata, que ha seguido adelante, utilizándola como catapulta para bombardearnos con sus ideas y conceptos rabiosamente antimarxistas.

«… así pues, hay que insistir mucho (vuelve a repetir a continuación de la ración ‘errática’ que nos ha servido), en que los principios universales nunca son lo suficientemente potentes como para ahorrarse el estudio concreto de una cosa, de un fenómeno, cuanto más si es complejo y bastante ‘nuevo’, porque en este último caso, lo que tenemos más bien es, a priori, un déficit de universalidad. Y si esto no se tiene claro, como les pasaba a los dogmáticos chinos, habrá que incidir en la importancia de lo particular».

Lo universal no sólo es “impotente” para conocer lo viejo, sino que, otra prueba de esa impotencia, es que no conoce lo “nuevo” que el “cerebro” particular de M. nos está descubriendo. Este cerebro, por lo que ya hemos visto y aún habremos de ver, no padece, ni “a priori” ni a posteriori, ningún “déficit de universalidad”. Él no es como esa gente tan atrasada y tan parecida a los “dogmáticos chinos” que no quieren reparar siquiera en un fenómeno tan “nuevo” y de tanta importancia, como sin duda lo es M. Por este motivo, y por más hastío y repugnancia que nos produzca cuanto dice, debemos continuar “incidiendo” en él.

«Debe quedar claro que si lo universal fuera sólo contenido y lo particular forma, jamás podrá ser lo individual universal». Ésta es otra “tesis”, continuación ampliada hasta el absurdo de todas las que ya hemos leído, que M. está empeñado en atribuirnos para intentar salir lo más airoso posible de la errata en que se ha metido… “si lo universal fuera tan sólo contenido y lo particular sólo forma” ¿¡a quién, sino a un “teórico” como él se le podría haber ocurrido esa mamarrachada!? Sólo M. separa y confunde –y resulta muy difícil sustraerse a la impresión de que lo hace con el único propósito de enredar y marear al personal– esas dos nociones filosóficas que en nuestra exposición aparecen siempre juntas, como partes inseparables de unos mismos objetos y fenómenos. Lo que sucede es que, para nosotros –y esto también creemos haberlo aclarado– el contenido, es decir, las leyes internas más profundas del desarrollo, representa siempre el aspecto principal y determina, por tanto, la forma.

Estas leyes, dado su carácter o naturaleza general, universal, abstracta, no tienen ni pueden tener, por sí mismas, ninguna forma material, o por decirlo de otra manera: expresan todos los contenidos y todas las formas, y precisamente por este motivo, porque las expresan todas, no pueden tener ellas mismas ninguna de esas formas. En realidad esas leyes sólo son el “reflejo”, más o menos fiel o “exacto” en el cerebro del hombre, de distintas propiedades de la materia, así como de su propio pensamiento; son abstracciones lógicas que el hombre hace de esas cualidades que existen objetivamente (no son, como afirma M. “creaciones puras” del cerebro del hombre, ni éste las segrega como si fueran bilis), descubriéndolas y extrayéndolas mediante la transformación, el estudio y análisis del mundo objetivo, de los objetos y de la sociedad, etc., a través de las cuales toman formas materiales concretas y se manifiestan. Esto no resulta ser, ciertamente, una operación sencilla, como lo demuestra, entre otras cosas, el cacao mental que tiene nuestro crítico en la cabeza, y exige, ante todo, mucha modestia y una clara posición de clase.

Otra cuestión es que pretendamos “meter” cualquier particular en el primer universal que se nos ocurra, haciendo “abstracción” de sus propias leyes o rasgos particulares de existencia y desarrollo; pero que esas leyes existen y están operando continuamente, y por tanto no tenemos que inventarlas como algo “nuevo” u original, sino que debemos, antes que nada descubrirlas arrancándole todos los velos de misticismo o fetichismo que la reacción ha arrojado sobre ellas, de todo esto nosotros no tenemos ninguna duda. ¿Se puede deducir de aquí que nos “negamos” a reconocer que existen y siempre existirán problemas o fenómenos nuevos, en los que debemos centrar nuestra atención para analizarlos en concreto y poder resolverlos en la práctica, descubriendo así sus leyes o sus rasgos particulares? Lo que afirmamos es que para llevar a cabo esa labor es indispensable partir del conocimiento ya adquirido, esto es, del marxismo-leninismo, puesto que de cualquier otra manera no es posible identificar esas leyes y rasgos, ni siquiera a través de sus formas, más allá de las simples apariencias.

De cualquier manera, una cosa parece clara: si existen hoy algunas cuestiones o problemas nuevos que deben ser estudiados y analizados a la luz del marxismo-leninismo (problemas generales y particulares relacionados con la experiencia práctica del movimiento comunista, así como con la vida de cientos de millones de personas de distintos países, durante varias décadas), esas cuestiones y problemas nuevos, particulares, son, precisamente, los que nosotros, desde nuestras escasas posibilidades y grandes limitaciones, hemos abordado en sus aspectos más importantes, y no los que M. ha inventado para distraer nuestra atención y de los que, por supuesto, nada puede demostrar, simplemente, porque no existen.

El problema de “salirse por la tangente” a que se refiere M. a propósito de esta cuestión, no consiste, como él lo presenta, en «romper la unidad que hay entre lo que tiene de conocimiento universalizable cualquier individual con todo lo universal preexistente hasta entonces», sino en utilizar lo “universalizable” de “cualquier individual” para romper “la unidad existente” realmente, o la “forma” de relación entre “cualquier individual” y lo “universal preexistente”.

Esa consideración, con la que M. concluye el primer apartado de su escrito y con la que nos advierte: «el estudio concreto de un nuevo fenómeno que se desarrolla ante nosotros ha de partir de que hay algo ahí que todavía no conocemos», no nos explica, y no puede hacerlo, en qué consiste ese “algo” pero de lo que sí estamos seguros es de que, mientras el “nuevo fenómeno” “se desarrolla”, él nos propone dejar de lado y abandonar los principios revolucionarios. A esto le llama, con toda lógica, “abandonar toda prepotencia prejuzgadora”. Más claro ni el agua.