Crisis del desarrollo y desarrollo de la crisis

* Publicado en Resistencia nº 16, octubre 1991.

En el presente trabajo vamos a tratar de situar históricamente algunos importantes problemas relacionados con la crisis que atraviesa actualmente el socialismo. Un nuevo replanteamiento histórico del movimiento revolucionario y de transformación social se hace necesario por varios motivos: primero, porque en las concepciones sobre el socialismo más al uso, rara vez aparecen las contradicciones propias del nuevo sistema —en particular la lucha que sigue enfrentando en todos los terrenos a la burguesía y al proletariado— como el verdadero motor de desarrollo; segundo, y en conexión con lo anterior, porque, si bien es cierto que los factores económicos (con los que se argumenta muy a menudo) constituyen la base y habrán de seguir desempeñando en el futuro un papel nada desdeñable, pensamos que no deben servir de pretexto para velar la naturaleza, esencialmente ideológica y política de estos problemas. Hay que tener presente que en la construcción del socialismo y el comunismo, al ser un proceso conscientemente dirigido, destaca el predominio de la ideología y de la política, de manera que no es exagerado afirmar aquí, como otras veces se ha hecho, que el que sea o no correcta la línea política e ideológica lo decide todo. Otra concepción sobre este particular nos conducirá al pantano del economismo, a dar por buena la teoría sobre el desarrollo de las fuerzas productivas como factor determinante o decisivo, tanto de la revolución como de la contrarrevolución que se ha producido en numerosos países. Y nosotros negamos que eso pueda ser así en la época que nos ha tocado vivir, es decir, en la fase de desarrollo monopolista o imperialista del capitalismo. Por último, nos encontramos con el antagonismo que enfrenta a los dos sistemas sociales y con la crisis general en el que está sumido desde hace mucho tiempo el mundo capitalista. En nuestra opinión, el análisis de estos dos factores exige un análisis muy especial, dado que, sólo descubriendo la relación que guardan entre sí, y poniendo de relieve su entrelazamiento y despliegue histórico, es como únicamente podrán ser comprendidos.

I

Para comenzar se hace obligado exponer los conceptos que nosotros tenemos sobre el desarrollo y la crisis, a fin de poder ver con mayor claridad la relación que existe entre ambos.

Para el marxismo, la noción de desarrollo social se inscribe dentro de la concepción general acerca del movimiento, el cambio y la transformación de todas las cosas y fenómenos del mundo, e incluye tanto la evolución o el crecimiento, como el cambio y la transformación. «Si todo se desarrolla —argumenta Lenin— entonces todo pasa de uno a otro, pues, como bien se sabe, el desarrollo no es un crecimiento, una ampliación simple, universal y eterna (disminución), etc. (…) la evolución tiene que ser entendida con más exactitud. Como el surgimiento y desaparición de todo, como transiciones recíprocas»1. Esto es muy necesario tenerlo en cuenta.

«A fin de poder comprender el desarrollo de una cosa —escribe por su parte Mao— debemos estudiarla por dentro y en sus relaciones con otras cosas: dicho de otro modo, debemos considerar que el desarrollo de las cosas es un automovimiento, interno y necesario, y que, en su movimiento, cada cosa se encuentra en interconexión o en interrelación con las cosas que le rodean. La causa fundamental del desarrollo de las cosas no es externa, sino interna; reside en su carácter contradictorio; de ahí su movimiento, su desarrollo»2.

El desarrollo de una cosa o un fenómeno resulta de la unidad y de la lucha de los contrarios que la forman. En esta relación, uno de los aspectos de la contradicción ocupa la posición principal o dominante y determina, por tanto, su carácter. El desarrollo se produce cuando los contrarios que están unidos y luchan al mismo tiempo entre sí, intercambian, en determinadas condiciones, sus respectivas posiciones (uno se convierte en su contrario); de modo que el que antes era dominado pasa ahora a ser dominante, en tanto que el que antes dominaba pasa a ser dominado. Al cambiar la antigua relación, nace también una cualidad nueva o superior a la anterior. El desarrollo no es más que el «despliegue histórico de aquellas contradicciones internas fundamentales, despliegue que acontece por etapas o períodos que se contradicen y se superan progresando»3. Insistimos en la importancia de tener siempre presente esta concepción del desarrollo, si no queremos dejarnos enredar a cada paso por alguna de las interpretaciones que de ello hace el revisionismo apoyándose en su dialéctica.

Cuando tratemos esta cuestión, hemos de distinguir el simple cambio o desarrollo cuantitativo, del desarrollo concebido como salto o desarrollo cualitativo, pues mientras que en el primero no hay verdadera evolución, en el segundo sí la hay, e incluye al primero. En realidad, estos dos tipos de cambio se suceden con determinada regularidad: unos son consecuencia de otros. Pero no hay que confundirlos, ya que, mientras que unos van preparando las condiciones, acumulan, por así decir, el material, es el otro el que realiza el trabajo de transformación, el que hace aparecer lo nuevo y le imprime su forma y su marcha.

Así, por ejemplo, en muchos países capitalistas ha tenido lugar un desarrollo económico y numerosos cambios tecnológicos, sociales, etc. Sin embargo, aún no ha tenido lugar en ellos un cambio en el carácter de clase de la sociedad que suprima la contradicción fundamental del sistema que enfrenta a las fuerzas productivas sociales con las relaciones de producción basadas en la propiedad privada y la explotación del trabajo por el capital. Este cambio habrá de producirse, de esto no tenemos ninguna duda, más para ello se tendrá que llevar a cabo la revolución que derroque a la burguesía, implante la dictadura del proletariado y ponga los medios de producción al servicio de los trabajadores. Sólo entonces se habrá producido el verdadero desarrollo social y se dará paso a otro proceso distinto.

Aclarado lo anterior y para evitar confusiones, ya podemos decir que, a menos que lo indiquemos, en este trabajo emplearemos la palabra desarrollo en su acepción más corriente; o sea, nos referiremos al desarrollo como simple evolución o cambio cuantitativo. Para la otra acepción —para el salto o cambio cualitativo— emplearemos la palabra revolución ya que este vocablo resulta más ajustado al fenómeno que se describe.

II

Desarrollo, crisis y revolución son términos que aparecen relacionados unos con otros. En la concepción marxista, la crisis es el resultado o la eclosión final de todo proceso de desarrollo y desemboca normalmente en un nuevo ciclo, lo cual se puede considerar también como un salto brusco en la evolución de una cosa o fenómeno. Mas la crisis también tiene su propio proceso. Es por esta razón que a menudo nos referimos al proceso de desarrollo de la crisis. Se comprende que sin desarrollo no podríamos hablar de crisis y que sin tener presente a esta última tampoco podríamos referirnos al desarrollo.

Por lo general las crisis se presentan como una interrupción brusca en el curso del desarrollo. Otras veces aparecen como un estancamiento, pero en realidad éste no representa otra cosa sino el estado de equilibrio momentáneo y previo al estallido de la crisis. Durante la crisis todo se desbarajusta, nada o muy pocas cosas marchan con la misma normalidad de antes, lo cual viene a poner de manifiesto la necesidad de un nuevo ajuste o de una adaptación del conjunto, para que pueda proseguir el proceso. Ahora bien, todo proceso de desarrollo y, con mayor razón, toda crisis sobrevenida en cualquier cosa, tiene un límite histórico fijado por su propia naturaleza; es decir, por su propia contradicción o contradicciones internas, así como por el tipo de relación que establece con el mundo exterior, y además se efectúa por etapas. Luego, necesariamente, llega un momento en que los factores de crecimiento que intervienen y que hasta entonces han prevalecido, tienen que ceder el paso a los de su decadencia.

Esto que acabamos de señalar es aplicable, por ejemplo, al proceso de crecimiento y decadencia de la vida del hombre. Desde que nace hasta que muere, una persona atraviesa por varias etapas, de las cuales, las primeras son de crecimiento o desarrollo, y las segundas de decrepitud o envejecimiento. El crecimiento no se produce de un solo estirón. Lo mismo ocurre con el envejecimiento, que no sobreviene de un día para otro. En las etapas de crecimiento hay períodos de crisis y luego, en las de envejecimiento también, pero con ello no desaparecen por completo los aspectos de la vida. Esto sólo sucede cuando llega la muerte. Bueno, pues en las sociedades ocurre algo parecido, en especial en la sociedad burguesa.

Como es bien sabido, el capitalismo se ha desarrollado a través de crisis periódicas más o menos regulares. En el pasado, de cada una de esas crisis el sistema en su conjunto salió más fortalecido. Esto sucedía antes de que el capitalismo alcanzara la última fase de su desarrollo (la fase imperialista), a partir de la cual comenzó su decadencia en el mundo entero.

Esta última fase del desarrollo capitalista se caracteriza por la crisis permanente o ya crónica y se divide, a su vez, en varias etapas, lo cual explica que durante este período no haya cesado toda actividad. La entrada del capitalismo en la fase de su crisis general, no supone una limitación absoluta al desarrollo de las fuerzas productivas. Precisamente, es este mismo desarrollo el que crea las condiciones generales que hacen posible el cambio revolucionario. La experiencia demuestra que en las condiciones de predominio de los monopolios y del capitalismo financiero, se sigue produciendo un cierto tipo de desarrollo económico, científico, tecnológico, etc. Tal y como escribieron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista: «La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales». La cuestión consiste en que, hoy día, dicho desarrollo no sólo no suprime la crisis, no sólo no redunda en el mayor fortalecimiento del capitalismo, sino que, además, lo debilita enormemente, socava más rápidamente los cimientos sobre los que se asienta, agudiza todas y cada una de sus contradicciones, hace mucho más frecuentes, extensas, profundas y violentas las crisis económicas, sociales, políticas y precipitan al sistema a su bancarrota y destrucción.

Resultaría imposible poder resumir en unas cuantas líneas el conjunto de factores que han conducido a la actual etapa de desarrollo de la crisis capitalista. Por este motivo, y a fin de no desviar la atención del lector del tema que nos ocupa, nos limitaremos a hacer abstracción de la misma.

Otra cuestión es la que se refiere al factor fundamental que está impulsando adelante la crisis. Este factor es la superproducción; como dirían Marx y Engels, «el exceso de civilización y su repercusión en la estructura de la producción y del régimen político burgués».

Dado el grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas y en la concentración económica, la burguesía no puede continuar revolucionando las relaciones de producción, pues ha llegado a un límite, más allá del cual comienza la verdadera revolución. Ésta es la causa de su derrota histórica. Por este motivo está intentando, con el neoliberalismo, dar marcha atrás a un proceso que se le escapa de las manos.

Para nosotros, la crisis que atraviesa actualmente el capitalismo es inseparable de las otras dos grandes crisis que ha sufrido el sistema en este siglo, y como las anteriores, ésta tiene sus propios rasgos o características. Es necesario estudiar a fondo este problema y captar su esencia, ya que sólo de esta manera podemos orientarnos en la maraña de contradicciones y de luchas que se manifiestan hoy en todas partes.

III

Hasta aquí hemos tratado del desarrollo y de la crisis, como su consecuencia más inmediata. También hemos sostenido que todo avance se produce como resultado de la contradicción, aclarando que, para que se produzca un verdadero desarrollo, es preciso que tenga lugar un salto, un cambio de cualidad o una revolución y que todo se efectúa a través de un proceso dividido en etapas.

Pues bien, del conjunto de contradicciones que contiene un proceso complejo, una de ellas representa siempre el papel de contradicción fundamental, a la cual se subordinan todas las demás. Esto quiere decir que dicha contradicción fundamental atraviesa, como un hilo de engarce, todo el proceso desde el principio hasta el final y condiciona, por tanto, a todas las demás contradicciones.

No hay que confundir la contradicción fundamental con las demás contradicciones ni hacer tabla rasa de estas últimas en nombre de una sola, como suele hacer el revisionismo. Por ejemplo, la contradicción existente entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, reviste el carácter de contradicción fundamental en la sociedad capitalista, y se manifiesta en la lucha que enfrenta al proletariado con la burguesía. En cambio, otras contradicciones como la que enfrenta a los países socialistas con los países capitalistas, la contradicción entre el imperialismo y las naciones oprimidas y la que enfrenta entre sí a los mismos Estados imperialistas, tienen carácter de contradicciones principales —no fundamentales— y actúan como tales en la actual etapa del proceso histórico. De más está decir que ninguna de estas contradicciones podrá llegar a tener nunca el carácter de contradicción fundamental, si bien, como suele ocurrir, pueden pasar a un primer plano en un momento dado y condicionar, a su vez, a las otras contradicciones.

Ahora bien, cada etapa del proceso está delimitada, tanto por el carácter de los cambios cuantitativos que se producen en ella, como, particularmente, por los saltos o cambios cualitativos a que ellos dan lugar y que ponen término a dicha etapa, pero que, sin embargo, sólo representan un pequeño cambio o salto cualitativo parcial con relación al conjunto. Por consiguiente, podemos concluir: en el curso de desarrollo y de crisis de una cosa o un fenómeno complejo, tienen lugar, tanto los cambios cuantitativos, específicos para cada etapa, como varios cambios o saltos cualitativos parciales antes de alcanzar la solución o salto cualitativo final. Así, un cambio cualitativo parcial contiene numerosos cambios cuantitativos, en tanto que un salto cualitativo final, contiene varios cambios cualitativos parciales. De este modo se puede describir el desarrollo de la crisis del sistema capitalista.

La experiencia ha demostrado muchas veces, en contra de lo que en un principio se había supuesto, que el derrumbamiento del capitalismo y la creación de una nueva sociedad comunista, no se efectúa a través de un solo cambio o salto cualitativo, de un acto único (la revolución mundial), sino mediante toda una serie de actos, de crisis y revoluciones, de numerosos cambios cuantitativos y de saltos cualitativos parciales, que son los que habrán de conducir, a través de un largo proceso, creciente en su complejidad, al salto cualitativo final.

Este enfoque, pensamos que reviste extraordinaria importancia para el análisis del problema que nos ocupa; permite responder a numerosos interrogantes y nos libera, por así decir, de buena parte de la carga de subjetivismo y del esquematismo con que nos hemos sentido agobiados a lo largo de tantos años.

Tenemos que reconocer que en este punto —al establecer la estrategia de lucha del proletariado— Marx y Engels partieron de una excesiva simplificación del problema, al situar en el centro de su análisis la extensión de las relaciones capitalistas de producción a todo el mundo, así como la creciente polarización, en dos clases enfrentadas, de la sociedad moderna: la burguesía y el proletariado. Esto lo hicieron, además, en una época en que, como posteriormente se ha comprobado, el capitalismo, pese a sus crisis periódicas cada vez más graves, aún tenía por delante un amplio campo de desarrollo.

IV

Como es bien sabido, el modo de producción capitalista contiene varias contradicciones, de las cuales, sólo una de ella destaca como contradicción fundamental: ésta es la contradicción que enfrenta a las fuerzas productivas sociales con la apropiación individual. Dicha contradicción condiciona el desarrollo de todas las demás contradicciones, por lo que ninguna de ellas podrá ser resuelta sin que se haya modificado antes aquella. Esto último —es bien cierto—, sólo podrá ser conseguido en el plano mundial, sólo que siguiendo el proceso que ya hemos descrito; es decir, por etapas y saltos, dentro de las cuales habrá que incluir, además, algún retroceso. La experiencia de más de un siglo de movimiento social así lo ha demostrado.

Con la primera guerra imperialista mundial y el triunfo de la revolución soviética, se puede afirmar que se produjo un primer salto o cambio cualitativo parcial en la solución de la contradicción que enfrenta a las fuerzas productivas sociales con las relaciones de producción capitalista. Este primer salto fue preparado por toda una serie de cambios en el régimen de propiedad privada y del sistema capitalista de producción, que dieron lugar a la crisis de superproducción y a que se agudizaran hasta el extremo todas las contradicciones internas del sistema. Aparte de la contradicción fundamental, ya señalada, en este período destacan tres grandes contradicciones o contradicciones principales: la contradicción que enfrenta al proletariado con la burguesía, la contradicción entre los países imperialistas y las colonias, y la contradicción que enfrenta entre sí a los mismos Estados imperialistas.

Al comienzo de la crisis, de estas tres contradicciones, la última desempeñó el papel principal. Fue esta contradicción la que desencadenó la guerra entre los países imperialistas. Sin embargo, en el curso de la guerra, al agravar ésta las condiciones de vida de las masas populares y debilitar a los dos bandos enfrentados, dicha contradicción perdió intensidad, haciendo pasar a un primer plano a la contradicción que enfrentaba a la burguesía con el proletariado. De este modo, la cadena imperialista pudo romperse por su eslabón más débil (Rusia).

La Gran Revolución Socialista de Octubre de 1917, resultante de esa lucha y de la crisis capitalista que estallara dos años antes, abrió las puertas a un desarrollo nuevo de la humanidad y debilitó extraordinariamente al sistema capitalista, pero el triunfo de la revolución no se extendió en aquel momento a otros países —como se esperaba— ni la crisis dio al traste con todo el sistema, sino únicamente con una parte del mismo. Además, el imperialismo, ya desde los primeros meses del poder soviético, logró cercarlo, le agredió y le impuso determinadas condiciones.

La revolución socialista realizó un cambio casi completo, para las condiciones que habían permanecido en Rusia, pero supuso sólo un pequeño cambio, un salto cualitativo parcial, respecto al desarrollo de la revolución mundial. Este hecho debería de traer aparejadas numerosas consecuencias de orden práctico y teórico. Una de ellas —quizás la más importante— fue la política de construcción del socialismo en un solo país, por lo demás, atrasado y destruido por más de cinco años de guerra. Esta política encontró su fundamento ideológico en el análisis leninista del imperialismo, en particular en su teoría sobre los eslabones débiles del sistema, la cual ha demostrado muchas veces ser enteramente justa. Por lo demás, no hay que perder de vista que aquella misma realidad obligó a un repliegue de la revolución apenas comenzada.

Todo esto corroboraba lo que aquí estamos defendiendo: el conjunto de circunstancias que hicieron necesaria y posible la revolución (la crisis general del capitalismo, la permanencia de éste, así como la extrema debilidad del proceso revolucionario recién iniciado) limitaron su campo de acción y determinaron en gran medida su forma. La socialización debió ser limitada para adoptar el capitalismo de Estado y otras fórmulas de la economía capitalista; en cuanto a la forma de poder que en un principio adoptaron los soviets, ésta tuvo también que adaptarse para poder corresponder a las necesidades de la construcción y desarrollo económico, así como las exigencias de la lucha contra los enemigos interiores y exteriores de la revolución.

El socialismo se había hecho ya una necesidad histórica. La guerra imperialista y los incontables sacrificios y calamidades que impusieron a las masas populares de todos los países, así lo habían demostrado. El triunfo de la revolución también lo confirmaba. Sin embargo, en aquel momento no podía llegar más lejos. Tenía que conformarse con haber roto aguas. El parto de la nueva sociedad habría de ser lento, dificultoso y muy doloroso, pero por lo mismo tampoco se podría evitar y menos aún dar marcha atrás, como lo pedían los oportunistas de la II Internacional y otros.

Es claro que, desde entonces, las fuerzas revolucionarias han tratado muchas veces de tomar la iniciativa en la lucha contra el imperialismo y que en ocasiones lo han conseguido, haciendo avanzar el proceso revolucionario mundial sin lograr, no obstante, inclinar definitivamente la balanza de la correlación de fuerzas a su favor. Esto nos advierte, una vez más, que las condiciones generales que obligaron a aquel primer repliegue de la revolución socialista, aún no se han modificado esencialmente y continúan obrando, de modo que obligan a los repliegues y retrocesos, aunque cada vez sobre una base algo distinta.

Para resumir este punto podríamos decir que el sistema capitalista, en el curso de su crisis general ha sufrido numerosas derrotas y se ha debilitado, pero todavía cuenta con la fuerza y el poder suficientes (con recursos económicos, políticos, militares e ideológicos) para dificultar y contener el avance del comunismo. Ésta es una realidad objetiva, una constante de la época que nos ha tocado vivir, cuya determinación escapa a la voluntad o línea política de cualquier partido o movimiento revolucionario. La cuestión consiste en que no podemos seguir ignorándola por más tiempo.

Aún es el día en que el movimiento comunista no ha sabido establecer la conexión de toda esa serie de hechos y circunstancias que aquí estamos refiriendo, de modo que ello permitiera interpretar correctamente este fenómeno; aunque bien es verdad que desde hace algún tiempo se tendía a ello.

V

El movimiento comunista se ha fijado como objetivo acabar con la explotación del trabajo por el capital. El capital es trabajo acumulado en manos de unos pocos; es también una relación social, mediante la cual la burguesía extrae la plusvalía al proletariado. Ésta es la base sobre la cual se levanta todo el edificio de la sociedad burguesa. De manera que, asegurar las condiciones que permitan su reproducción siempre ampliada (el proceso de valorización) se convierte en su medio y al mismo tiempo en su fin.

Para ello la burguesía tiene que privar al proletariado de todo medio de vida propio, someterlo a la disciplina del hambre y hacer de él una víctima de los productos de su propio trabajo. Esta alienación se manifiesta en el fetichismo de las mercancías que encubre aquella relación y mediante el cual las mercancías aparecen con vida propia e independiente, ajenas a sus propios productores y opuestos a ellos. La forma más desarrollada de este sometimiento la encontramos en el dinero, como medida con la que todas las mercancías expresan sus valores. Pues bien, como decimos, el comunismo habrá de poner término a esa relación a la vez que irá creando otra nueva; es decir deberá acabar con la explotación de los obreros y establecer su dominio sobre los medios de producción, sobre los productos de trabajo y sobre la misma naturaleza, hoy día también enajenada por la relación capitalista. Ésta será la base sobre la que se asiente la futura sociedad, la asociación de productores libres.

Debe entenderse con ello que tales problemas no podrán ser resueltos de un día para el otro, ni en unos cuantos años; menos aún si tenemos en cuenta la internacionalización de las relaciones económicas, el desarrollo desigual y el dominio que actualmente ejerce el capitalismo sobre la economía mundial.

El capital es una categoría histórica; es decir, tuvo su proceso de nacimiento, posteriormente se impuso en todo el mundo, y hoy está decayendo, por lo que, necesariamente, tendrá que desaparecer. Desde luego, esto no va a ser como coser y cantar, no va a resultar un proceso natural y espontáneo, entre otras razones porque la burguesía se opone violentamente a su desaparición. Aparte de eso, nosotros hemos de tener en cuenta y analizar las condiciones objetivas en que podrá llevarse a cabo. No hacerlo así sólo puede conducir a un atolladero, del que luego resultará muy difícil salir.

En el socialismo no pueden regir las mismas leyes de la explotación, la competencia y el comercio capitalistas; la ley del valor no puede actuar de regulador de las relaciones económicas ni puede determinar los precios; aquí son la política y la planificación económica —orientadas conforme a los intereses a corto y largo plazo de las masas— los verdaderos reguladores. Esto obedece a una ley objetiva, determinada por el grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas sociales.

En el socialismo, el desarrollo económico es inseparable del desarrollo social y cultural general; es un proceso económico, social, político, tecnológico, ideológico, etc., que debe ir acompañado además, del establecimiento de nuevas relaciones económicas internacionales. Por la misma razón eso no puede suponer la anulación por decreto de todas las relaciones monetario-mercantiles o de las áreas económicas en las que la ley del valor aún conserva alguna vigencia. De hacerse así, se perjudicaría a las masas populares y en lugar de favorecer el desarrollo del socialismo, éste resultaría mutilado, con el consiguiente perjuicio para la causa.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que la desaparición de las antiguas leyes económicas y el establecimiento completo y más o menos duradero de otras nuevas (de las leyes económicas del comunismo) presupone la existencia de un solo tipo de propiedad (la de todo el pueblo), la superación de la contradicción entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, la distribución según las necesidades, etc.

En otra ocasión nos ocuparemos más en detalle de las implicaciones políticas, económicas y del problema que venimos analizando. Ahora queremos hacer notar la enorme influencia que ha tenido la URSS en la RPCh y en los demás países socialistas, algunos de los cuales, como es sabido, no han podido escapar al influjo imperialista. Eso por no referirnos a otros países en vías de desarrollo o a sus repercusiones en el movimiento de la clase obrera de los países capitalistas maduros.

Hay que decir, no obstante, que si bien dicha influencia ha podido condicionar en medida considerable la evolución del nuevo proceso social, no ha podido ni podrá modificar las leyes fundamentales que rigen su desarrollo, las cuales encuentran su base en las contradicciones y la crisis que corroen por dentro al modo de producción capitalista. Conviene subrayar este punto.

VI

Prosigamos. Con la crisis capitalista de los años 30 y la derrota del nazi-fascismo durante la II Guerra Mundial, se produjo otro salto en la crisis general del sistema capitalista y en el nuevo proceso de desarrollo social. Este otro salto o cambio cualitativo (no lo olvidemos) también tuvo un carácter parcial. Las bases de existencia del capitalismo se redujeron considerablemente y su situación se hizo mucho más difícil, pero el imperialismo se mantuvo en pie y se hizo mucho más agresivo. Estas circunstancias generaron nuevas contradicciones que comenzaron a influir a su vez, poderosamente, sobre el desarrollo del movimiento revolucionario.

Se agravó la contradicción entre el socialismo y el capitalismo y aparecieron las contradicciones entre los países socialistas y la que enfrenta al revisionismo con las masas populares. Se podría asegurar que estas nuevas contradicciones, junto a todas las demás que ya existían, conformaban la nueva situación, son lo específico en esta nueva fase de la crisis general del sistema capitalista y de edificación de la nueva sociedad socialista, la cual se puede caracterizar también como de tránsito del capitalismo al comunismo en el plano mundial.

Anteriormente, esas contradicciones a que hemos hecho referencia, ya habían aflorado, en particular la que enfrenta al primer país socialista con el conjunto de países capitalistas. Mas una vez finalizada la contienda, con el resultado que conocemos, dichas contradicciones cobraron fuerza y se agravaron. Hasta entonces, la que enfrentaba a los Estados capitalistas había predominado sobre todas las demás contradicciones. Eso hizo que la guerra comenzara entre ellos. Pero después la contradicción entre el campo imperialista, capitaneado por los EEUU y el campo socialista, recién formado en torno a la Unión Soviética, pasó a primer plano. También empezó a destacar la contradicción que existía desde hace tiempo entre el imperialismo y las colonias.

El debilitamiento del imperialismo y el surgimiento del campo socialista posibilitaban la sublevación e independencia de los pueblos y de las naciones oprimidas, abriéndoles las puertas a un desarrollo independiente. De esta manera se debilitaría aún más el imperialismo, dado que dicho desarrollo sólo podía desembocar, en la época en que estamos, en la vía socialista. A tal fin, los movimientos revolucionarios de los países recién independizados deberían contar con el apoyo y la ayuda de los Estados socialistas y del proletariado internacional. Fue por aquí por donde se manifestó por primera vez la contradicción dentro del campo de los países socialistas, y en particular la contradicción que enfrentaba a las masas populares con el revisionismo moderno. Hasta entonces, esta última contradicción no había rebasado los límites del propio movimiento clasista.

Era lógico que al extenderse el movimiento revolucionario y abarcar a naciones y pueblos enteros se incrementara la presión y el chantaje de la burguesía y su actividad general orientada a confundir y a socavar el socialismo. Estas actividades permitieron a los revisionistas abrirse paso en muchos partidos comunistas y llegar a su dirección, con lo que la contradicción que les enfrentaba anteriormente a los comunistas marxista-leninistas se fue ampliando, hasta abarcar a las grandes masas de todos los países.

La situación creada por la aceleración de la crisis imperialista, y los nuevos problemas que hacen surgir el avance del socialismo y la ampliación del movimiento revolucionario, plantearon la exigencia de un análisis a fondo de toda la experiencia histórica anterior al objeto de clarificar las ideas, tanto de la lucha contra el imperialismo, como de la construcción del socialismo. Pero a la hora de abordar estas cuestiones, el subjetivismo, las distintas condiciones, los intereses nacionales o del Estado y el temor a ser atacados por el imperialismo se impusieron sobre cualquier otra consideración. Debido a todo ello el revisionismo empezó a levantar cabeza y facilitó a la burguesía de todos los países el poder explotar al máximo estas contradicciones, con lo que añadió nuevas dificultades a las que fueron apareciendo en el movimiento. De ese modo ha podido el capitalismo recuperarse en parte de las pérdidas y derrotas que ha sufrido e ir adaptándose a la crisis que padece.

Estos nuevos factores han complicado de forma extraordinaria todo el proceso haciéndolo mucho más complejo, difícil, prolongado y contradictorio de lo que teóricamente se suponía en un principio. El que no se hubiera producido el derrumbe del capitalismo en un solo acto, y el que la revolución socialista haya triunfado en primer lugar en los eslabones débiles del sistema, es decir, en países agrarios y atrasados en los aspectos económicos y culturales, ha determinado en buena medida el carácter escalonado del proceso de transición de una sociedad a otra, lo está haciendo mucho más difícil y costoso, han permitido al imperialismo adquirir experiencias para combatirlo utilizando sus propias contradicciones, y han obligado más de una vez a las fuerzas revolucionarias a batirse en retirada y tener que hacer concesiones. Éstas se expresan en la gran difusión de las ideas burguesa-revisionistas y también en la adopción de políticas y métodos económicos del sistema capitalista.

VII

En vista de todo ello, se podía hablar —tal y como lo hacen los ideólogos del imperialismo— de una vuelta al sistema capitalista o de una involución del proceso histórico iniciado a comienzos de siglo con la entrada del capitalismo en la última fase de su desarrollo (imperialista), en la fase de su crisis general. Pero eso sería una consideración harto superficial, entre otros motivos, porque la crisis no sólo no se ha detenido, sino que se presenta hoy de forma mucho más agravada que antes. De modo que no resulta exagerado afirmar que, lejos de haber sido resuelta con el derrumbe de los regímenes revisionistas, ha sido ese derrumbe, precisamente, el que ha suprimido los últimos diques que la han estado conteniendo. Por eso se puede asegurar que la crisis ha entrado en su tercera fase o etapa.

El socialismo no puede ser derrotado. Nuestra posición ante la crisis que atraviesan los países socialistas, y ante los fenómenos económicos, políticos y sociales que esta crisis ha generado, ha de ser crítica y muy abierta. Tenemos que librarnos de los prejuicios al uso en relación con la historia del movimiento comunista y los errores cometidos en la construcción del socialismo, pero, en ningún caso esa posición puede ser distinta a la que dicta la dialéctica objetiva que opera en el desarrollo del proceso histórico.

Hemos de enfocar el socialismo como etapa de transición, que se efectúa también a través de sus propias contradicciones, de crisis y revoluciones. La diferencia esencial con respecto al capitalismo es que, dichas crisis, tienen un carácter de desarrollo, mientras que la sociedad burguesa se encamina a su muerte o desaparición. El conocimiento de todas esas contradicciones y la forma en que han de ser resueltas son aún limitadas. No obstante, es indudable que se han hecho continuos progresos y que aún se avanzará mucho más en este terreno en el futuro.

El proceso del conocimiento está igualmente sometido a leyes. No se alcanza de un golpe y exige, ante todo, la práctica. Debido, en buena medida, a la carencia de conocimientos, la ideología burguesa que difunde el revisionismo ha podido confundir durante algún tiempo a mucha gente y ha causado numerosos estragos. Pero esa ideología y los intereses que representa están en oposición con la vida, se enfrenta a los intereses de cientos de millones de trabajadores, a la gran mayoría de la población del mundo, y por tal motivo no podrá triunfar. Por lo demás, lo nuevo siempre se abre paso a través de la lucha contra lo viejo o ya caduco. Éste no es un proceso lineal sino ondulatorio, con saltos hacia adelante y retrocesos, dentro de una tendencia ascendente. Lo nuevo siempre acaba por imponerse.

En el curso de la revolución burguesa, los feudales consiguieron recuperar el poder algunas veces; luego fueron derrotados definitivamente. Se produjo lo que la filosofía marxista denomina negación de la negación. Por otro lado, es indudable que si el revisionismo no hubiera surgido tampoco el leninismo hubiera podido triunfar en el movimiento obrero revolucionario.

No existe nada que no contenga su contrario, que no evolucione y que no se transforme a través de la lucha y de los cambios bruscos. Como vemos, al final la vieja unidad se rompe o desaparece para dejar paso a otra nueva unidad de contrarios o bien a la negación de la negación. Esta ley se manifiesta a través de la aparición de lo viejo en lo nuevo, lo que induce a pensar en una repetición, en una vuelta a lo antiguo. Esta confusión se produce porque, generalmente, se pierde de vista que las respectivas posiciones de los opuestos han cambiado y que, consiguientemente, esa repetición, no es ni puede ser una copia o la misma de antes. Es decir, se efectúa en un plano más elevado, en una situación distinta en la espiral que sigue todo desarrollo.

En el primero de los ejemplos que hemos referido, los feudales sólo pudieron hacerse de nuevo con el poder en base a las condiciones creadas por la revolución burguesa. De ahí que tuvieran que adaptarse a ellas, en algunos casos, o fueran inmediatamente derrotados. En cuanto a la ideología y política burguesas, éstas tuvieron que adaptarse también, tomar la forma de marxismo para poder infiltrarse y permanecer en las filas obreras. Por este motivo resultó relativamente fácil desenmascararlas y desbancarlas de nuevo.

Bueno, pues en los países ex-socialistas ocurre algo parecido, la burguesía no podrá establecer allí por mucho tiempo su poder. La clase obrera, los campesinos y otros trabajadores, pese a todos los problemas y sacrificios que les han impuesto los imperialistas, y pese a todas las mamarrachadas cometidas por los revisionistas, han conocido un modo de vida mucho mejor del que les ofrece el capitalismo. Las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales creadas por la revolución socialista se están revelando bastante más sólidas e inamovibles de lo que la burguesía y sus lacayos revisionistas habían supuesto. Por todas estas razones, y tal como lo demuestra el análisis histórico, así como los acontecimientos más recientes, nosotros negamos que en el conjunto de los países socialistas se pueda producir una marcha atrás o una vuelta al capitalismo.

Pero, aún en el supuesto de que tuviera lugar un fenómeno de esa naturaleza, deberíamos considerar que el socialismo volvería a surgir de nuevo con redobladas fuerzas.

VIII

Los rasgos o características más señalados de esta tercera etapa de la crisis general del capitalismo ya han sido esbozados; se trata, en primer lugar, de la situación de privilegio, de monopolio industrial, tecnológico y financiero y de la gran acumulación de capital concentrada en unos pocos países ricos, y para lo cual no existe ninguna salida. Esta enorme masa de capital sobrante, producto de la esquilmación y la rapiña ya no puede ser reconvertida para extraer ganancias, y eso ni en los países subdesarrollados (que han sido despojados, empujados a la ruina, a la insolvencia y a la mendicidad) ni en los propios países imperialistas, que se hallan saturados de mercancías, y cuyas industrias trabajan muy por debajo de su capacidad productiva. Debido a estas circunstancias no son sólo las leyes del mercado o de la libre competencia económica las que se están imponiendo en la economía mundial, sino la ley del más fuerte, política y militarmente. Todo esto agudiza en extremo las contradicciones entre los países y grupos monopolistas en búsqueda y reparto de mercados, de las fuentes de materias primas y en la distribución de las pérdidas financieras que ya ha ocasionado la crisis.

En segundo lugar, el campo socialista, que anteriormente mantenía unido y cohesionado al imperialismo, se ha debilitado, lo cual hace que la contradicción que lo enfrentaba al campo imperialista esté pasando por un momento de máximo antagonismo o de confrontación abierta. Esto ha hecho que, a su vez, la contradicción o las desavenencias entre los países socialistas se estén atenuando.

En tercer lugar, la contradicción que enfrentaba a las masas populares (principalmente a la clase obrera) con el revisionismo, si aún no ha sido ni será resuelta en mucho tiempo —ya que depende de la misma existencia del imperialismo— se puede considerar que también ha perdido fuerza, al haber sido los revisionistas desbancados y desenmascarados en casi todos los lugares.

Finalmente, nos encontramos con el sometimiento de la mayor parte de las llamadas burguesías nacionales a los grandes grupos monopolistas y financieros internacionales, así como con la quiebra económica que amenaza a todos. Esto limita enormemente las posibilidades de un nuevo auge económico, con lo que aumentan a la vez los factores de inestabilidad política y los que conducen a una guerra extendida a todo el planeta.

La burguesía ha conducido nuevamente a la humanidad al borde de la barbarie y el aniquilamiento y ya no podrá seguir especulando con su pretendido humanismo y su democracia; no puede hacerlo, ya que, de todas formas, la situación general impide otra salida que no sea el establecimiento de nuevas relaciones económicas y sociales. Esto sólo podrá realizarlo una revolución que derroque el dominio de la burguesía, al menos, en la mayor parte de los países.

La contradicción que enfrenta a la burguesía y al proletariado (que forma la inmensa mayoría de la población mundial) se destaca nuevamente como una de las principales contradicciones. Debido a todas estas circunstancias, hoy se presenta ante nosotros una situación en muchos aspectos semejante a la que precedió a la primera etapa del proceso que estamos analizando; es decir, actualmente nos hallamos en una situación muy parecida a la que se dio antes de la primera guerra imperialista mundial, con la notable diferencia que supone todo el camino que llevamos recorrido en la evolución histórica, tanto en lo que respecta a la profundización de la crisis general del capitalismo, como en el asentamiento y mayor experiencia del socialismo. Se podría asegurar que la historia ha dado una vuelta completa, sólo que no ha regresado al mismo punto de partida, sino que se ha situado sobre una escala más alta. En este sentido, también se podría decir que se ha producido una negación de la negación, ese aparente retorno a lo antiguo del que anteriormente hemos hablado.

IX

La crisis general que afecta al mundo capitalista, la bancarrota del revisionismo, el debilitamiento de la Unión Soviética y la agravación de todas las contradicciones del imperialismo, son factores que empujan al mundo hacia el abismo de una nueva guerra.

El comunismo no desea ni propugna la guerra entre los Estados, pero tampoco la teme. En realidad, mientras siga existiendo el imperialismo, las guerras serán inevitables. En las condiciones del dominio imperialista, la guerra no conduce a la paz, ya que los períodos de paz son como treguas que sirven para preparar una nueva guerra. Por este motivo hay que estar preparados para enfrentarlas y no permitir que la burguesía y el revisionismo desarmen a las masas y las adormezcan con mentiras y engaños. El pacifismo que preconizan algunos movimientos carece de todo fundamento científico. Los que desean de verdad la paz deberán luchar por ella derrocando al imperialismo, que es el causante de todas las guerras.

Por el momento los campos de esta nueva confrontación que están preparando los círculos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capitalismo financiero, aún no aparecen muy bien delimitados. No obstante, una cosa parece clara; para imponer el nuevo orden mundial, los EEUU necesitan destruir el Estado Soviético y desmembrar su territorio; necesitan también atacar China o someterla a su hegemonía, al igual que a los demás Estados capitalistas. De estos últimos, sólo Inglaterra y quizás Francia están realmente interesados en emprender esta nueva aventura junto con los EEUU, de la que con toda seguridad van a salir muy mal parados. Es por este motivo que existe la posibilidad de conjurar por algún tiempo la guerra. Pero si ésta estallara, la contradicción entre los países socialistas y el imperialismo pasaría a ocupar el primer plano de la escena internacional. En este caso dicha contradicción podría cambiar de carácter, al entrar en juego los intereses de otros Estados y naciones junto a los de todos los pueblos del mundo.

El peligro de una nueva guerra mundial está aproximando las posiciones y estrechando los lazos de amistad y cooperación entre la URSS, la República Popular China y otros países. Esta tendencia habrá de ejercer una considerable influencia en el ámbito internacional, favorable para la paz. Favorecerá también el proceso de clarificación, el intercambio de experiencias y la rectificación de sus respectivas posiciones en la perspectiva de proseguir el camino revolucionario. Pero si el capitalismo rompe las reglas de la coexistencia pacífica y de no injerencia en los asuntos internos, si emprende una agresión o prosigue la escalada de la guerra en distintos frentes, lo más probable es que los países socialistas se vean obligados a recurrir al apoyo del proletariado internacional y le presten, a su vez, ayuda para llevar a cabo la revolución. De esta manera, la guerra podría adoptar la forma de guerra civil revolucionaria contra la guerra imperialista.

Volver atrás se ha hecho imposible por más que lo intenten el imperialismo y sus lacayos y por más desastres, guerras y demás calamidades que aún puedan provocar. La experiencia está demostrando que sólo se puede salir hacia adelante: agudizando las contradicciones del sistema capitalista, profundizando el proceso de rectificación y desarrollo del socialismo, impulsando la organización independiente y la lucha revolucionaria del proletariado. La cuestión es que, dada la forma en la que se había iniciado el proceso y las enormes dificultades que se han tenido que enfrentar, no podía sino desembocar en la situación presente. Mas ésta, a su vez, ha creado sus propias contradicciones, que son las que, a fin de cuentas, habrán de permitir el desarrollo futuro.

* * *

El socialismo se ha convertido en una necesidad apremiante, en una cuestión de vida o muerte para más de las tres cuartas partes de la población del mundo. Esto es válido igualmente para los pueblos de la URSS y de la RPCh. Sólo el socialismo ha permitido a estos pueblos salir en muy pocos años de su atraso secular y ponerse a la cabeza en muchos sectores del desarrollo económico, social, tecnológico y cultural; y eso pese a todos los chantajes y las agresiones de que han sido objeto por parte del imperialismo. En cambio, la vía de desarrollo capitalista, la democracia y demás baratijas que ahora les están ofreciendo ¿qué les ha traído? Sólo la ruina, la desmoralización y el oprobio nacional.

Algo parecido les ha ocurrido a la mayor parte de los países que forman el llamado Tercer Mundo. La deuda, la esquilmación y la bancarrota económica, así como todos los desastres y lacras sociales que se han abatido sobre ellos, no son más que la consecuencia de un tipo de desarrollo para el que realmente no existe ninguna salida. Éste es un problema histórico que sólo podrá ser resuelto por una revolución popular que modifique radicalmente las antiguas relaciones económicas de la explotación capitalista. De otra manera, ¿qué pueden esperar del capitalismo todos esos pueblos y naciones, que no sea su devastación?

Al arruinar a esos países y provocar la crisis social que actualmente padecen, el capitalismo ha restringido aún más su campo de actuación económica. La recuperación de los mercados del Este de Europa, en tales condiciones, no es más que una ficción que no llegará a realizarse. El deterioro de la economía y la insolvencia de esos países hacen poco menos que imposible el que puedan incorporarse al campo de las relaciones económicas capitalistas y atender todas sus exigencias. Por tal motivo, el capitalismo tendrá que basar cada día más su existencia en el expolio descarado, en el empleo de la fuerza y en la agresión abierta.

La voracidad de los monopolios y la acelerada aplicación de los resultados de la revolución científico-técnica al proceso productivo, no ha hecho sino ensanchar aún más el antiguo foso que separaba las antiguas colonias de sus metrópolis. La consecuencia más importante de todo ello no ha sido solamente el incremento de la dependencia económica y de los intercambios desiguales (lo que hace que los países ricos sean cada vez más ricos y los países pobres cada vez más pobres), sino también que con dicha explotación y la subsiguiente pobreza se agrava aún más la crisis de la economía capitalista mundial, al constituirse esos factores en un obstáculo permanente, casi insuperable, que impide toda nueva recuperación o expansión. El capitalismo no puede resolver esta contradicción, por lo mismo que tampoco puede convertirse en un sistema de beneficencia para esos pueblos; menos aún puede hacerlo en un momento en que, como es bien sabido, se ha visto obligado a desmantelar el Estado de Asistencia que le permitía tener apaciguados a los trabajadores de sus propios países. Como decimos, la burguesía monopolista no puede resolver esta contradicción pero anda buscando cómo contrarrestarla reduciendo al máximo su dependencia de las materias primas clásicas, al tiempo que procura ampliar artificialmente el mercado interno de consumo, especialmente dirigido a una minoría. De esta forma, el capitalismo financiero está convirtiendo a las antiguas metrópolis en sus nuevas colonias. El resto de la población del mundo sobra, pues ya no la necesita en la misma medida que antes para la reproducción ampliada del capital. Esto está ocurriendo con cada vez más amplios sectores de trabajadores de los países imperialistas: lo que antes se consideraba como la población flotante o ejército industrial de reserva, constituido por los sin trabajo, hoy se está convirtiendo en la población del abismo.

En tiempos aún no muy lejanos, cada vez que se producía un chasquido en la estructura del sistema capitalista —y todos sabemos con qué frecuencia y grado de intensidad tienen lugar éstos últimamente— pocas personas parecían dudar que la solución a la crisis capitalista pudiera ser otra distinta a la revolución y al fortalecimiento de las posiciones del socialismo. Las crisis económicas, políticas y sociales, así como el incremento de la lucha de clases que traen consigo, venían a confirmar las teorías y predicciones acerca de la derrota inevitable del sistema de explotación y su reemplazamiento por el comunismo en el mundo entero. En cambio hoy esa perspectiva se presenta como utópica, poco razonable e incluso criminal. La bancarrota del revisionismo está haciendo tambalearse lo que parecía haber echado profundas raíces en la conciencia colectiva.

Ponemos el acento en la marrullería y desbandada final de los revisionistas, aunque también es cierto que las ideas, el programa y la acción comunistas han atravesado por un mal momento. Prueba de ello es que no hemos sabido cerrar el paso al revisionismo ni a la contrarrevolución burguesa.

Obviamente, entre nosotros nunca ha sido necesario remarcar la brutal diferencia que siempre nos ha mantenido enfrentados a los Jruschev, Breznev, Den Siaoping, Carrillo y demás canalla revisionista; todos ellos, como se sabe, exaltados en su tiempo por la burguesía como marxistas creadores, nada dogmáticos. Lo mismo están haciendo ahora con Gorbachov y su pandilla de centristas y liberales. Pero lo cierto es que la propaganda burguesa está hoy más interesada que nunca en no establecer ninguna distinción entre los revolucionarios marxista-leninistas y los traidores revisionistas que les han servido y aún hoy les sirven. No están interesados en señalar las diferencias, particularmente, cuando se refieren a los errores y fracasos. Esto resulta vital para ellos, dado que sólo de esta manera pueden seguir alimentando la confusión, atribuyéndonos los mismos crímenes, las mismas traiciones y las mismas adulteraciones que sólo nosotros hemos combatido.

Nuestros errores y fracasos son de distinta naturaleza de los cosechados por los revisionistas; en algunos casos resultaron inevitables, en otros fueron motivados por la falta de experiencias anteriores o bien por la correlación de fuerzas que nos era desfavorable. Por este motivo lo peor que podríamos hacer en estos momentos sería hacer un balance negativo de toda la actividad desarrollada por el movimiento comunista internacional; un balance que ocultara los aciertos, las partes perdurables de la obra realizada (que son las que van a permitir seguir avanzando) y nos impidiera comprender el carácter temporal, y por lo tanto enmendable, de los errores cometidos.

Lo que importa destacar ahora es que nunca hemos perdido el norte, jamás hemos traficado con los principios ni hemos perdido los vínculos con la parte más sana, más consciente y más combativa de nuestra clase. Por eso podemos asegurar que la burguesía no va a lograr sus propósitos de aislarnos y menos aún de identificarnos con los revisionistas que ellos han promovido. La clase obrera tiene un olfato muy fino y no se dejará llevar a engaño a este respecto.

En lo que afecta a nuestro movimiento, podemos decir que el fracaso revisionista y los desastres que ha causado han permitido deslindar completamente los campos con ellos, pues ya no se trata, por nuestra parte, de hacer pronósticos o de demostrar a dónde conduce su política. Hoy, los resultados de esta política se pueden ver en cualquier parte. Por otro lado, la renuncia abierta al marxismo-leninismo (de obra ya lo habían arrinconado hace mucho tiempo) y su desbocado liberalismo y social-chovinismo, hablan por sí solos de la trayectoria que han seguido y habrán de seguir. Algo realmente novedoso, sobre todo si lo comparamos con la política que siempre han llevado los círculos más reaccionarios, rapaces e imperialistas del capitalismo financiero.

Es claro a todas luces que el revisionismo se ha pasado decididamente al campo de la reacción burguesa y del imperialismo. Por eso no es de extrañar que se haya atraído el desprecio y el odio de los trabajadores. Este hecho ha despejado todas las dudas que aún pudiera haber entre los sectores más avanzados de las masas y facilita enormemente nuestro trabajo entre ellos. Ahora mismo, ya podemos decir que el ambiente que se respira entre nosotros es bien diferente al que existía hace tan sólo unos meses. Antes, cuando nos enfrentábamos al revisionismo, no podíamos evitar la impresión de encontrarnos solos, predicando en el desierto, frente a un enemigo formidable, sólido, afincado como una roca y sin fisuras en su estructura ideológica y orgánica. Por eso respiramos con alivio cuando empezó a desmoronarse.

Hoy, a pesar de todas las dificultades, el movimiento comunista renace y toma fuerzas de nuevo en todos los países. Verdaderamente, podemos tener la certeza de que no estamos solos en este combate.

1 V. I. Lenin: Cuadernos filosóficos.

2 Mao Zedong: Obras Escogidas, Tomo I.

3 J. M. Pérez Hernández: Problemas filosóficos de las ciencias modernas.