La contradicción principal y el enemigo nº 1

Siguiendo el planteamiento de Liwanag, si bien se puede reconocer en el plano teórico, poniendo mucha voluntad, alguna diferencia entre la contradicción que enfrenta a los pueblos oprimidos y a los EEUU como enemigo n° 1 y la contradicción principal que enfrenta a los pueblos y países oprimidos contra el imperialismo en general, en la práctica es muy fácil confundir ambos conceptos: basta con que propongamos dirigir en todas partes la flecha de la revolución contra un único blanco, los EEUU, para que los identifiquemos: EEUU y la revolución popular formarían los dos polos de una sola y misma contradicción.

Y qué duda cabe que todo país en guerra y toda revolución tiene que saber distinguir su enemigo n° 1 para poder concentrar los esfuerzos contra él. De esto se trata, precisamente, para nosotros, aunque no lo parezca. Ahora bien, una cosa es que las masas populares de varios países o zonas del mundo puedan tener ante sí, en un momento dado, a un mismo enemigo y esto les permita establecer una alianza contra él; y otra muy diferente es hablar de la posibilidad de extender esa alianza a la práctica totalidad de los países, pueblos y Estados de Asia, África, Europa del Este, Rusia, China y América Latina, porque eso es harina de otro costal.

Aquí, obviamente, nos estamos trasladando al plano internacional y, en este plano, como se podrá comprender fácilmente, tanto la clase obrera como los pueblos y naciones oprimidas no encuentran solamente al imperialismo de los EEUU, sino también a los otros Estados imperialistas; o sea, nos encontramos frente al imperialismo internacional: el verdadero enemigo n° 1 de la revolución. Y no resulta difícil de comprender que la única manera de combatir a este enemigo consiste en desarrollar la lucha revolucionaria en cada país; en unos casos, contra la explotación, el pillaje y la agresión de los imperialistas y sus títeres internos; en otros contra la propia burguesía, de tal manera que se combinen y se apoyen ambas partes del movimiento en una lucha revolucionaria única.

Esto significa que el enemigo n° 1 variará según los países o zonas. Es decir, no será el mismo para el pueblo de Filipinas, por ejemplo, que para el pueblo del Congo, de Francia o de Rusia. O por decirlo de otra manera: tanto la clase obrera como los pueblos y naciones del mundo tienen ante sí, en el plano internacional, a un único enemigo n° 1 (el imperialismo) contra el que deben unir sus fuerzas para derrotarlo, pero al mismo tiempo cuentan con otro enemigo en el interior de cada país, que es su enemigo principal. Y la forma de derrotar al primero consiste en desarrollar la lucha contra el segundo, no existe otra.

«Sólo hay un internacionalismo efectivo —explica Lenin— que consiste en entregarse al desarrollo del movimiento revolucionario dentro de cada país y en apoyar (por medio de la propaganda, con la ayuda moral y material) esta lucha, esta línea de conducta y sólo ésta en todos los países sin excepción»1.

Al llevar a cabo la lucha revolucionaria contra el enemigo interno nos estamos liberando, a la vez que ayudamos a la liberación de los otros pueblos y naciones oprimidas, debilitamos al enemigo común. Esto no nos impide reconocer la hegemonía y el papel de gendarme que actualmente desempeñan los EEUU en el campo internacional, ni nos impide apoyar por todos los medios posibles a los que luchan consecuentemente contra él y contra los otros Estados imperialistas. Pero considerar, como lo hace Liwanag, que por este motivo se puede formar una alianza contra los EEUU, que incluya a numerosos países capitalistas, sin que esto debilite el frente común antiimperialista en todos y cada uno de los países, sólo puede conducirnos a atarnos las manos y a que de ello saquen ventaja los otros Estados imperialistas frente a la clase obrera y las amplias masas populares aunque no sea más que por la vía de la atenuación de las contradicciones y de la lucha de clase dentro de estos Estados.

Queda claro, pues, que la revolución proletaria en los países imperialistas, el comienzo de la lucha revolucionaria, no debe ser aplazada a la espera de que los países atrasados, coloniales o dependientes, resuelvan sus contradicciones con el imperialismo, ya que ésa sería la forma en que jamás se lograría ni una sola victoria efectiva contra él. Aquí no se trata de la acción unida o simultánea de los proletarios y pueblos de todos los países, ya que eso significaría también, como indicó Lenin, «aplazar el socialismo hasta las calendas griegas, es decir, hasta nunca». Lo que se plantea es que no podemos perder de vista en ningún momento las principales contradicciones de la época del imperialismo y la revolución proletaria: la contradicción existente entre el trabajo y el capital, la contradicción que enfrenta al imperialismo contra los pueblos y naciones oprimidas y la contradicción que enfrenta entre sí a los grupos monopolistas y a los Estados imperialistas.

Las dos primeras contradicciones afectan, de una parte, tanto a los EEUU como a los otros Estados capitalistas de segunda o tercera fila, y de otra a la clase obrera y a los pueblos oprimidos de todos los países que, de hecho, forman la reserva de la revolución proletaria. Las luchas de las naciones oprimidas, como Yugoslavia o Irak, que han sido agredidas, desmembradas y saqueadas, al enfrentar la agresión y el pillaje imperialista también contribuyen a debilitar a ese enemigo común y favorecen, aunque sólo fuera por este motivo, el triunfo de la revolución proletaria; también contribuyen al debilitamiento de los imperialistas sus luchas y enfrentamientos, quebranta las posiciones del capitalismo en general, aproxima el momento de la revolución proletaria y hace de esta revolución una necesidad práctica, pero esas contradicciones, tal como hemos apuntado más arriba, tienen un carácter diferente e incluso se pueden volver contra nosotros en un momento dado si no sabemos situarlas correctamente.

Para comprender a fondo esta cuestión verdaderamente crucial es necesario partir del enfoque de clase que considera al proletariado internacional, y no a un pueblo o a un conjunto de pueblos y naciones, como el auténtico componente principal de la lucha general contra el imperialismo y la reacción en todos los países, el cual está hoy más presente y con mucho más peso que nunca antes, tanto en Europa Occidental y América del Norte, como en Rusia, en China, en todo el resto de Asia, así como en África y en América Latina.

Particularmente en estas últimas zonas continúa existiendo la contradicción que enfrenta al imperialismo con los pueblos y naciones oprimidas. También es verdad que los imperialistas no sólo exprimen a los países exportadores de materias primas, sino también a los que producen productos manufacturados para la exportación, mas todas estas contradicciones, así como la intrincada madeja de la lucha de intereses que se da hoy día en todo el mundo, no pueden ser situadas en el terreno de la lucha nacional, ya que, en su mayor parte, tienen otro carácter: se derivan de la contradicción existente entre el trabajo y el capital, exacerbada hasta el extremo en la actual etapa monopolista, última, del desarrollo del capitalismo; y en esta etapa lo que se plantea no es la revolución nacional, sino un proceso de revolución socialista extendido por todo el planeta.

Esto no significa que no siga pendiente la lucha nacional y democrática en numerosos países, la cual deberá ser encabezada y dirigida por la clase obrera. Sin embargo, allí donde sigue pendiente, esa revolución no puede ser, bajo ninguna circunstancia, la meta de la clase obrera, sino tan sólo una etapa de transición que deberá conducir al socialismo y, por tanto, ha de estar supeditada al logro de este objetivo.

Todo esto debe quedar claro desde el primer momento, ya que de lo contrario no sólo se siembra la confusión y se divide al movimiento obrero, sino que de hecho se le coloca bajo la influencia política e ideológica de la burguesía, que de esta manera podrá manipularlo y utilizarlo en provecho propio con el pretexto de la defensa de los derechos nacionales.

Aquí se exige que cada partido u organización comunista adopte una posición firme y clara de clase, es decir, verdaderamente socialista e internacionalista, que tenga en cuenta también las otras contradicciones que se dan en nuestra época para utilizarlas en favor de la revolución.

Entre esas otras contradicciones destacan hoy, de manera particular, la que enfrenta a los pueblos y naciones oprimidas al imperialismo, así como la que se da entre los diferentes Estados imperialistas. Éstas son contradicciones de distinta naturaleza, puesto que mientras la primera se encuentra entre las contradicciones que enfrentan a las fuerzas revolucionarias y a los imperialistas y coadyuvan al proceso revolucionario mundial, la segunda es una contradicción que opera dentro del campo reaccionario y tan sólo puede obrar como auxiliar en la revolución si los partidos comunistas la saben utilizar correctamente. Esto no resta importancia a dicha contradicción y, de hecho, en numerosas circunstancias históricas ha desempeñado un papel de primer orden en el desenlace de los acontecimientos. Por este motivo no debe ser subestimada o dejada aparte, que es, principalmente, lo que hace Armando Liwanag en su epílogo al folleto de Ray O. Light.

Por lo visto, toda la atención de dicho folleto, como su nombre indica, está centrada en Los rasgos característicos de la estrategia militar mundial del imperialismo estadounidense. El militarismo, no cabe la menor duda, es una de las principales características del imperialismo de los EEUU en particular, sobre todo en la última década, y claro está que esta característica merece ser estudiada a la luz del marxismo-leninismo a fin de extraer de ese estudio y análisis las conclusiones necesarias para orientar la lucha contra él. Sin embargo, hay que evitar caer en todo enfoque parcial o unilateral de este importante problema, ya que al fin y al cabo, la potencia militar, la fabricación y utilización de las armas, incluso las de alta tecnología, dependen siempre del potencial económico y de otros factores sociales y no deben, por consiguiente, ser absolutizados. Otras potencias antes que los EEUU, al ostentar el monopolio industrial, ejercieron la hegemonía en el campo imperialista y después fueron desplazadas, y lo mismo o algo parecido les puede pasar a los EEUU en un futuro no muy lejano.

La ley del desarrollo desigual entre los distintos países capitalistas aún continúa operando con fuerza, por lo que nos parece, al menos exagerado, considerar a los EEUU como los únicos dueños y señores del mundo que explotan y oprimen a todos los países, naciones y pueblos al modo como lo hacían en sus territorios los antiguos señores feudales de horca y cuchillo.

Este esquema, que reproduce en el aspecto militar la tesis del ultraimperialismo que ya hemos mencionado, no se realizó nunca y no se realizará por la sencilla razón de que es imposible bajo el imperialismo cuya esencia, como indicó Lenin, es «el monopolio más la competencia». Es lo que ha conducido ya a dos guerras imperialistas mundiales y lo que habrá de conducir a la tercera.

Pero Liwanag está tan ocupado en analizar la estrategia militar mundial del ultraimperialismo de los EEUU, que no ha reparado en ese detalle. ¿Para qué necesitan los EEUU sus arsenales atómicos? El mismo Liwanag reconoce que resulta excesivamente costoso para combatir a la guerrilla. Menos mal. Pero, ¿y el sistema antibalístico que están desarrollando para la guerra de las estrellas? ¿Acaso puede creer nadie que los EEUU lo necesitan para protegerse de los misiles atómicos que puedan lanzar contra ellos los Estados terroristas como Corea del Norte y Libia? Desde luego, hay que ser bastante ingenuo para tragarse semejante patraña. Lo necesitan, efectivamente, para mantener a raya a sus socios y competidores, pero resultaría igualmente ingenuo suponer que éstos habrán de quedarse de brazos cruzados o que no cuenten con el poder económico y la tecnología para competir también en este terreno.

En fin, no entraremos aquí en detalles sobre el desarrollo de las contradicciones imperialistas y los acelerados preparativos que están haciendo para emprender una nueva guerra por el reparto o la redistribución del mundo, porque esto nos llevaría muy lejos y, además, creemos que ya ha sido tratado con suficiente extensión por nosotros en otros trabajos publicados en Antorcha.

Lo que nos interesa destacar es que esas contradicciones entre los Estados imperialistas, por una serie de circunstancias que no viene al caso analizar aquí, han pasado aun primer plano en la arena internacional. Esto no suprime ni anula las otras contradicciones, especialmente la que enfrenta al trabajo y al capital en todos los países así como a los pueblos y naciones oprimidas y al imperialismo y la reacción, pero sí las condiciona en sentido inverso al de la revolución. Momentáneamente esto es así, por más que nos pese, de lo contrario no habrían estallado con la fuerza que lo han hecho de nuevo las contradicciones interimperialistas.

Y es así porque, no obstante la agravación de la crisis económica y política casi permanente que padece el sistema imperialista en esta etapa, del consiguiente incremento de la lucha de clases en todos los países, de su mayor extensión y exacerbación, etc., la clase obrera carece de la orientación y la organización que le hace falta para invertir la relación de fuerzas que le resulta actualmente desfavorable.

De esta situación no vamos a salir por la vía que propone Liwanag y todos aquellos que se orientan por la línea general mal llamada maoísta, aunque bien es verdad que en las interpretaciones del marxismo-leninismo y del maoísmo, así como en toda una serie de cuestiones importantes, existen entre ellos algunas diferencias de matices.

1 Lenin: Las tareas del proletariado en nuestra revolución.