La desmundialización

* Publicado en Antorcha nº 2, enero 1998.

Hacía tiempo que veníamos buscando la forma de hincar el diente al tan traído y llevado tema de la mundialización. Se han escrito tantas cosas sobre la susodicha mundialización, que resulta verdaderamente complicado abordar el tema por alguno de los lados que presenta sin riesgo de resbalar. Cierto que disponemos de la base firme que nos ofrece la interpretación marxista-leninista, pero no queríamos basarnos en este recurso sin habernos asegurado antes de que no existían otras fuentes más actuales que nos permitieran afrontar sus tesis y conclusiones. En ello andábamos atareados cuando, no hace mucho tiempo, llegó a nuestras manos un documento con las ponencias presentadas por Herri Batasuna en el Foro Alternativo organizado en Madrid en septiembre-octubre de 1994 coincidiendo con la reunión del FMI** y del BM***. De estas tres ponencias ha llamado la atención entre nosotros la que firma Iñaki Gil de San Vicente y que lleva por título Por un nuevo orden internacional: la solidaridad de los pueblos frente a la insolidaridad de los Estados. La ponencia de Gil de San Vicente va a servir a nuestro propósito, ya que el hombre nos ofrece un poco de cada uno de los componentes que, según él, están en la base de una explicación científica de tan intrincado problema: un poco de historia, un poco de teoría y un poco de detalle, para acabar señalando, como es de rigor en este tipo de trabajos, algunas necesidades y tareas del momento.

El intento del autor de la ponencia objeto de nuestra atención no es otro, como veremos, que el de clarificar algunas ideas y referencias muy generales y, desde luego superficiales, sobre las tesis de la llamada mundialización, lo que entra en flagrante contradicción con sus mismos postulados nacionalistas.

Gil de San Vicente formula dos preguntas al comienzo de su trabajo con las que trata de delimitar el alcance de su propia investigación:«primero, ¿tenemos que seguir pensando exclusivamente dentro de las categorías clásicas burguesas de Estado y todo lo que suponen o tenemos que avanzar en la dialéctica entre mundialización y Estado?; y segundo, ¿qué podemos hacer los pueblos oprimidos considerando las transformaciones causadas por la mundialización?». Las respuestas de Gil de San Vicente a estas preguntas, que aparecen ilustradas con unas palabras de Max Gloor, director general de Nestlé (personaje nada propenso, como se podrá comprender, a aceptar las categorías clásicas burguesas) sobre la identidad de la empresa como nación no adscrita a ningún Estado, constituye el grueso de su argumentación.

Nosotros, lógicamente, vamos a tener que forzar ese marco tan estrecho, a fin de poder situar las categorías clásicas burguesas en su verdadero marco de desarrollo histórico, es decir, en el marco del monopolismo o el imperialismo en el que se desarrolla hoy día, no sólo la mundialización de la economía, la integración, sino también la desintegración y la lucha por un nuevo reparto del mundo entre las grandes potencias y el intento de supeditación a cada uno de esos bloques imperialistas de países y continentes enteros. Esta contradicción, que se destaca cada día más, no es la única que corroe por dentro al sistema capitalista. También encontramos

** Fondo Monetario Internacional.

*** Banco Mundial.

en todas partes la contradicción que enfrenta al proletariado con la burguesía, así como a los países y pueblos oprimidos al imperialismo. Tal es el marco general de las contradicciones y las luchas que se dibujan actualmente en todo el planeta; muy semejante, por lo demás, a los de otras épocas recientes.

La concentración y centralización del capital y el entrelazamiento y mayor dependencia de unas economías respecto a las otras, sobre todo, la explotación y expolio a que somete el capital financiero a la clase obrera y a los países que se hallan bajo su férula, no han modificado las reglas de la jungla que rigen los comportamientos de los imperialistas. Tampoco han empujado a éstos a prescindir de sus Estados nacionales como instrumentos de represión, control y pillaje; en todo caso han reforzado todavía más este carácter, hasta el punto de suprimir toda apariencia de independencia del Estado respecto al poder omnímodo de la burguesía financiera. Esta tendencia, como lo pone de relieve el mismo Gil de San Vicente, se venía registrando desde antes de comienzos de siglo: «Al concluir la I Guerra Mundial, un selecto grupo de burgueses yanquis comprendió que la maquinaria existente en aquel momento comenzaba ya a quedar anticuada y superada por las crecientes necesidades de planificación a medio plazo de sus empresas». Mas, ¿es cierto, como afirma a continuación, que dichas empresas, «tras un proceso imparable de concentración y centralización iban quedando constreñidas por la estrechez estatal»? Aquí hay dos aspectos a considerar: la estrechez estatal para el proceso imparable de concentración y centralización concebida como una limitación espacial-económica o territorial (lo cual resulta cierto) habrá que distinguirla de la supuesta estrechez política, jurídica, etc. que convertiría al Estado en un estorbo para los fines de esa misma concentración y centralización del capital y para su utilización como instrumento de la política imperialista.

Evidentemente, en ese proceso se confunden el proceso de acumulación del capital, con su tendencia a la exportación, a la internacionalización, lo que no sólo no entra en contradicción con lo anterior, sino que viene a ser su consecuencia inevitable. El monopolismo es imperialismo, entrelazamiento de la industria con el capital bancario y la formación, sobre esta base, del capital financiero. Por lo que hemos leído, Gil de San Vicente no pone en tela de juicio el hecho indiscutible de que el capital se ha servido del Estado para alcanzar la etapa monopolista de desarrollo. Otra cuestión es que le siga siendo necesario una vez alcanzada dicha etapa. ¿Dónde, en qué país, bajo qué normas y de qué instrumentos habría de servirse actualmente el capital para seguir su obra civilizadora de acumulación y centralización? ¿Es concebible la existencia del capital monopolista sin una base nacional de sustentación y sin un Estado que lo respalde en la competencia cada vez más feroz que le enfrenta a los monopolios de los otros países, así como en sus aventuras bandidescas? La exportación de capital, en sustitución de la exportación de mercancías, se destaca cada vez más como una de las características más importantes del imperialismo. Sin embargo, este rasgo no suprime el mercado nacional como base de las operaciones económicas y financieras de los monopolios; tampoco suprime la competencia y la lucha entre ellos y menos aún, como se podrá comprender, los centros de organización y control de todas sus actividades fuertemente instalados en cada país y respaldados por sus respectivos Estados.

Pero además, nuestro autor, en ese poco de historia que nos ha contado, ha olvidado lo más importante: el proceso de monopolización del propio Estado capitalista, es decir, la fusión o ensambladura del Estado con los monopolios industriales y financieros, de tal manera que ello les permite llevar a cabo la lucha por un nuevo reparto y redistribución del mundo. De ahí la necesidad que tienen todos ellos de seguir contando con una base nacional y un Estado poderoso, armado hasta los dientes. Otro planteamiento de este importante problema nos obligaría a tener que admitir que nos encaminamos hacia la formación de un gobierno mundial o de un ultraimperialismo sin Estados nacionales, que tendría la misión de administrar la economía de todos los países capitalistas rechazando la lógica implacable de la competencia y de la ley del más fuerte, para adoptar criterios de planificación.

Como vemos, en este punto, al que tendremos ocasión de volver más adelante, la concepción de Gil de San Vicente no difiere en nada de la que nos quieren vender todos los días los apologistas descarados del imperialismo, sean éstos neoliberales o de la escuela socialdemócrata; aunque también es verdad que no todos coinciden en los mismos planteamientos pues, mientras los neoliberales ponen el acento en la unipolaridad, en el nuevo orden mundial diseñado por los EEUU, los otros centran más su atención en la multipolaridad; clara señal del profundo desacuerdo estratégico que existe entre ellos y que a no tardar mucho tiempo habrá de llevarles de nuevo al enfrentamiento militar.

Para esto, y para muchas cosas más, necesitan los monopolistas a los Estados de su nación. Es lo que ha venido sucediendo a lo largo de toda la historia de este último siglo (y aún antes) como el mismo Gil de San Vicente no puede por menos de reconocer cuando se refiere a la política seguida por los círculos industriales y financieros de los EEUU, que tras hacer añicos la contradicción entre monopolización y marco estatal después de finalizada la I Guerra Mundial, sentaron las bases, a través del ‘Consejo de relaciones exteriores’, de la ideología intervencionista e imperialista posterior que habría de llevarles, primero, a la guerra contra Japón y poco más tarde contra Alemania. Pero lo más sorprendente de este análisis histórico, es lo que sigue a continuación: «En la medida en que el capital comprendió que su única salida era una nueva guerra mundial, en esa medida comprendió a la vez que la forma-Estado anterior a la crisis era ya inservible. La tragedia de 1929 venía a confirmarlo. La tragedia expansiva de Alemania y Japón también lo confirmaba». Estos dos factores, junto a otros no menos importantes, como la existencia de un vasto movimiento revolucionario extendido a todo el mundo y la decadencia económica y militar del imperialismo inglés, fueron los que, a decir de Gil de San Vicente, permitieron dar el primer paso hacia la formación de esa suerte de Estado universal, proyecto en el que estarían todos los imperialistas igualmente interesados ante «la misma tesitura de modernización de la forma-Estado». Y así, «al poco de concluir la II Guerra Mundial, se creará el siniestro club de Bilderberg que no era sino el paso lógico a escala internacional del ‘Consejo de relaciones exteriores’ yanqui inmediatamente después de la I Guerra Mundial».

La agravación de todas

las contradicciones del capitalismo

Ahí tenemos ya el embrión de lo que más tarde, con la formación de la trilateral y más recientemente el G-7 constituirían la forma-Estado capitalista internacional, lo que a decir de este hombre «no es sino la expresión de ese proceso general de desbordamiento y envejecimiento de los Estados», «una de las principales respuestas del capitalismo al proceso de globalización». Con ello se habría dado el paso decisivo para la creación del nuevo orden mundial, establecido, tal y como acabamos de ver, a voluntad de unos cuantos magnates financieros (por decisión política) y en el que no desempeñarían ya ningún papel las leyes económicas del propio sistema, las luchas de intereses capitalistas ni las contradicciones entre los Estados y del que, por supuesto, quedaría excluida, por fin, toda posibilidad de guerra imperialista de rapiña.

Ésta es la historia que nos ha mostrado en su ponencia Gil de San Vicente, un poco resumida, es cierto, pero suficiente para comprender la tendencia del capitalismo contemporáneo. Digamos por nuestra parte, que esta concepción no es nueva. Fue Carlos Kautsky el primero en definir al imperialismo como una opción política, como la política más conveniente y deseable para el capitalismo financiero. Dicha interpretación venía avalada por la teoría del punto de vista puramente económico elaborada por el mismo Kautsky, según la cual «no está descartado que el capitalismo pase todavía por una nueva fase: la ampliación de la política de cárteles a la política exterior, la fase del ultraimperialismo», es decir, a la unión de los monopolios de todos los países, a la fase de «la explotación general del mundo por el capital financiero unido internacionalmente», y no a la competencia más desenfrenada entre ellos y finalmente a la guerra.

Kautsky formuló esta teoría en 1914-1915, o sea, en plena guerra imperialista. Un año más tarde, Lenin la refutó en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, demostrando que la dominación del capital financiero no sólo no suprime las contradicciones, la desigualdad del desarrollo y la lucha económica mundial, sino que la acentúa. De manera que, en lugar de los acuerdos entre los capitalistas para la explotación general del mundo, lo que se abría paso con fuerza irresistible era la competencia creciente, la lucha por los mercados, por las fuentes de materias primas y la mano de obra barata. «Bajo el imperialismo —escribió Lenin— no se concibe otro fundamento para el reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc. que la fuerza de los que participan en el reparto, la fuerza económica general, financiera, militar, etc. Y la fuerza de los que participan en el reparto no se modifica de un modo idéntico, ya que bajo el capitalismo es imposible el desarrollo igual de las distintas empresas, trusts, ramas industriales y países»1. Los hechos, (la guerra imperialista) no sólo estaban corroborando la veracidad de esta tesis de Lenin, sino que la han estado corroborando desde entonces hasta nuestros días.

Hoy, el establecimiento de las relaciones capitalistas de producción en casi todos los países, así como el dominio que ejerce sobre ellos el capitalismo financiero, es una realidad que nadie puede negar, haciéndose claro para todos lo que Marx y Engels escribieron en 1847 en el Manifiesto del Partido Comunista: «La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en el auge de la industria (…) multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media (…) mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países»2. Queda claro que el fenómeno de la mundialización no es nada nuevo, sino tan viejo como el propio capitalismo. Lo verdaderamente nuevo (y es lo que todos los apologistas del sistema están procurando ocultar), es la nueva fase imperialista que hace tiempo alcanzó el capitalismo, es decir, el dominio de los monopolios industriales, comerciales y financieros, y el hecho de que es en esta fase, cuando las contradicciones del sistema alcanzan su máximo grado de desarrollo, cuando están más a punto de hacerlo saltar.

Resumamos a continuación las interpretaciones que de este nuevo fenómeno nos ofrecen reiteradamente algunos órganos de la prensa burguesa, muy coincidentes, por lo demás, con las ideas de Gil de San Vicente que ya hemos expuesto: la mundialización financiera tiene su propio Estado regido por cuatro grandes instituciones: FMI, BM, OCDE* y OMC** que hablan con una sola voz para exaltar las virtudes del mercado e imponer sus planes y sus programas, etc. Ese Estado es el mandatario de las empresas gigantes y multinacionales que concentran la producción, el comercio y el capital financiero, lo que supuestamente ha permitido un crecimiento y una prosperidad casi universales gracias a las reformas neoliberales (en España se presenta como ejemplar el milagro latinoamericano). En la otra cara de la moneda aparece la austeridad presupuestaria, la desregulación y desreglamentación, las privatizaciones, reconversiones y deslocalización de las empresas, los despidos, la conculcación de los derechos laborales y sociales de los trabajadores, el foso cada vez más abismal que separa las economías de los países del Tercer Mundo de las de los países capitalistas desarrollados, el hecho de que un puñado de países ricos, en los que vive el 15 % de la población mundial acapare el 80 % de los recursos económicos del planeta, así como la crisis en que se halla sumido todo el sistema; la evidencia de que con las reformas neoliberales el capital monopolista ha dado rienda suelta a todas las contradicciones que bullen en su seno, haciéndolas aparecer al desnudo.

Mas todo esto es tan novedoso como la existencia del monopolismo y su dominación mundial. La relación real de dependencia de países formalmente independientes respecto a la red del capitalismo

*Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.

** Organización Mundial de Comercio.

financiero internacional fue analizada por Lenin como uno de los rasgos característicos del capitalismo. En cuanto a las consecuencias del librecambio sobre la situación de los trabajadores, ya Marx demostró que su incremento lleva aparejado un aumento de la división del trabajo, la destrucción de la cualificación de los obreros, la intensificación de la competencia entre ellos así como la caída de los salarios. Sin embargo (también hay que decirlo), Marx no se lamentó nunca por ello ni se posicionó a favor del proteccionismo, pues de sobra sabía que el librecambio agrava la crisis del capitalismo y lleva al extremo todas sus contradicciones.

Coincidiendo con la era Thatcher-Reagan, tuvo lugar la crisis de la deuda, que trajo consigo numerosas quiebras y obligó a múltiples fusiones y reestructuraciones bancarias. Desde el crac de 1987, del que se salvaron los mejores, se ha producido una concentración masiva de poder financiero e indudablemente, la nueva recaída, el nuevo crac, va a acelerar aún más esa tendencia, pero adviértase que ese reforzamiento del capital financiero no es el resultado del incremento de la producción, sino precisamente de lo contrario, es decir, de su estancamiento; ese fortalecimiento se está logrando sobre la base de las fusiones de grandes empresas industriales y entidades bancarias, lo que viene impuesto por la crisis y como una necesidad para poder sobrevivir en la competencia fiera que se ha desatado. Al mismo tiempo que se producía el boom de los negocios capitalistas, los trabajadores han visto disminuir sus salarios; los servicios sociales, las prestaciones de sanidad, educación, jubilación, etc. se han recortado; las grandes desigualdades se han ahondado cada vez más. Según la OIT *, actualmente hay en el mundo mil millones de parados, un tercio de la población activa. Aunque nadie quiere reconocerlo y se extiende la euforia, es el estancamiento lo que caracteriza la economía mundial, estancamiento que hasta ahora trataban de ocultar poniendo como ejemplo la loca carrera hacia ninguna parte de los dragones y tigres asiáticos. En los países dependientes, el desplome de sus economías es aún mayor que el que sufrieron los EEUU después de la gran depresión de los años 30; en las repúblicas de la ex-URSS, el hundimiento y la devastación es el doble del que sufrió la Unión Soviética cuando los nazis invadieron parte del país y la aviación alemana bombardeaba los principales centros industriales (en 1942 el PNB soviético descendió un 22 %, entre 1989 y 1995 ha bajado un 44.%). El crac de las bolsas asiáticas ha supuesto unas pérdidas de más de 250 mil millones de dólares, sin contar las de Hong Kong. «Facilitando la canalización de los flujos de ahorro hacia sus usos más productivos, los movimientos de capitales aumentan la inversión, el crecimiento y la prosperidad». Esta brillante profecía hecha por el Consejo de Ministros de finanzas del planeta, en la reunión anual del FMI, que esta vez, para mayor ironía, tuvo lugar en Hong Kong en vísperas del crac, demuestra la perspicacia de los gestores del capitalismo financiero.

¿Qué ha cambiado en el capitalismo respecto a otras épocas? Lo nuevo (aparte de los importantes progresos de las comunicaciones y en la ingeniería financiera, lo que en todo caso obra en el sentido de un mayor descontrol y anarquía, estimulado, además, por las desregulaciones) viene del hecho de que de Ucrania a Zimbabwe, de la India a Bélgica, de EEUU a Perú el único modelo de desarrollo que se ha impuesto por la fuerza de los monopolios y de los Estados capitalistas más fuertes asociados a ellos, es el fundado sobre las arenas movedizas del librecambio, de la imposición imperialista, lo que habrá de llevar a la ruina y a la bancarrota a los países más débiles y a la guerra imperialista de rapiña entre los que se encuentran en mejores condiciones para competir en el reparto de los despojos de aquéllos.

Esto, como acabamos de ver, no nos hace entrar en un nuevo mundo, al modo como lo pinta la propaganda yanqui; es decir, no ha creado ni puede crear una mundialización donde la «integración de las redes financieras, de la información y de los intercambios une a todo el planeta, haciendo que el poder de los Estados pase al de los mercados», sino, por el contrario, nos ha situado de nuevo en medio de una crisis devastadora que abarca ya a continentes enteros, que afecta a cientos de millones de trabajadores y a decenas de países para los que no queda ya más salida que la lucha por sacudirse el pesado yugo del imperialismo y

* Organización Internacional del Trabajo

emprender el camino de la edificación socialista; un mundo, en fin, en el que se han agravado todas las contradicciones y antagonismos del sistema, en particular, la contradicción fundamental que enfrenta a las fuerzas productivas sociales con la apropiación privada capitalista.

Lo que explica esta crisis, así como las soluciones mundializadoras que preconizan los círculos imperialistas de EEUU, no es otra cosa sino la superproducción, el crecimiento desmesurado del déficit público y la bancarrota financiera. De ahí la virulencia cada vez mayor que está adquiriendo la competencia y la lucha por los mercados, por las fuentes de materias primas y las esferas de influencia; de ahí también el acelerado proceso de regionalización, de la formación de bloques económicos —el NAFTA*, la UE**, la ASEAN***, el MERCOSUR, etc.—, de manera que bien se puede decir que estamos pasando, de un mundo bipolar, dividido en dos grandes bloques (los encabezados por EEUU y la URSS) a otro mundo cuya característica principal no es esa supuesta integración con un único eje formado por los EEUU, sino a la desintegración de ese mundo, a la desmundialización, lo que inevitablemente dará paso a la formación de varios ejes correspondientes a otras tantas potencias económicas, financieras y militares que tratarán de repartirse el mundo y de preservar sus zonas económicas y geoestratégicas. Esto no excluye, naturalmente, la relación e interpenetración e incluso los acuerdos entre los países de diferentes regiones y de unos con otros; sin embargo lo que va a predominar entre ellas no serán los acuerdos, sino las disputas de competencia y las luchas de intereses contrapuestos que al final habrán de conducir a la guerra.

En EEUU existe la creencia generalizada de que la integración económica que facilita la tecnología será en el futuro todopoderosa y políticamente neutra, es decir, no ligada a los intereses de un sólo país. De ahí la tesis de que el mercado mundial impone límites a los agresores potenciales. Pero veamos, por ejemplo, cómo es considerada por Pekín la mundialización. Los americanos piensan que Asia del Este puede convertirse en la vanguardia de un mundo dominado por la economía. Pero los actores claves de los intercambios internacionales y de los inversores mundiales (Corea del Sur, Taiwán y Japón) están bajo la protección del ejército americano. Es la marina USA la que protege la navegación en el mar de China; EEUU ha facilitado a esos tres países el acceso a su mercado a cambio de que sigan en su campo y sirvan a su estrategia de impedir que ningún país asiático se convierta en una potencia regional. Si los americanos esconden estos hechos, para Pekín están a la orden del día. Lo que la Casa Blanca denomina como mundialización es tildado de hegemonía por Pekín. Eso permite entender por qué China viola el imperativo mayor de la mundialización. Los vínculos de China con la economía mundial no hacen más que acrecentar los intereses de Pekín por su propia hegemonía militar.

Finalmente, cabe señalar que las previsiones que en los años 70 hicieron algunos sobre la posibilidad de que un puñado de multinacionales llegara a controlar la mayor parte de los medios de producción han resultado erróneas. Actualmente existen, según la ONU, unas 35.000 multinacionales; de entre ellas, ciertamente, el poder está concentrado; se calcula que las 100 mayores controlan un 16% de los medios de producción mundiales; entre las primeras 300 controlarían un 25% lo que las coloca muy lejos de las previsiones antes citadas.

Además, las multinacionales son actualmente de origen muy diverso. En 1970, más de la mitad de las 7.000 multinacionales censadas por la ONU procedían de dos países, los EEUU y Gran Bretaña. Mientras que hoy apenas la mitad de las 35.000 firmas controladas provienen de cuatro países: EEUU, Japón, Alemania y Suiza. Gran Bretaña ocupa el séptimo lugar. Variaciones en las tasas de cambio, excedentes de capital, crecimiento más fuerte: todos estos factores han ayudado a las multinacionales de otros países a entrar en el área internacional.

* Zona de Libre Comercio del Atlántico Norte.

** Unión Europea.

*** Asociación de Naciones del Sureste Asiático

Según Bill Emmott, autor de un extenso artículo sobre las multinacionales, «el crecimiento del comercio mundial sugiere que la integración está frenándose en vez de acelerarse. Los intercambios aumentaron rápidamente entre 1950 y 1973, cuando los Rounds sucesivos del GATT* bajaban las tarifas aduaneras y las tasas fijas de cambio y ayudaban a las empresas a concebir proyectos. Pero su crecimiento disminuyó a partir de 1973, a medida que los cursos del cambio se hacían más volátiles y después, durante los años 80, cuando barreras no arancelarias se levantaron para inhibir los intercambios tanto de bienes como de servicios entre los países industrializados (…) Queda el capital, factor incontestable para el que ha habido grandes progresos desde 1980. El flujo de inversiones de las empresas ha crecido desde 1980 y se ha concentrado en las regiones más ricas del mundo. Mientras que en los años 70 alrededor del 25% de la inversión directa iba a los países en desarrollo, en los años 80 esa parte ha descendido al 20%. Muchos de esos países se han visto excluidos de los mercados de capital internacional a causa de las dificultades ligadas a su endeudamiento; desde los años 70 muchos habían prohibido o controlado muy estrictamente las inversiones directas y de cartera extranjeras». Emmott concluye su artículo reconociendo que «la integración económica mundial propiamente dicha sigue siendo una perspectiva lejana, y ni siquiera estamos seguros de que se progrese continuamente en su dirección. Esta dura realidad nos da una indicación sobre el desarrollo de las multinacionales. A primera vista, la ‘mundialización’ parece conducirnos hacia mercados perfectos y sin fisuras; se supone a menudo que eso implica la convergencia de las empresas hacia una especie de firma planetaria modelo. Pero no está ocurriendo nada de eso»3.

Un poco de teoría

Gil de San Vicente condimenta su exposición, ya sabrosona de por sí, con un poco de teoría. El refrito que resulta de ello, como se podrá imaginar, no es de lo más estimulante. Veamos cómo se las ingenia:

«La razón de fondo de esta contradicción permanente entre las fuerzas expansivas del capital y el corsé asfixiante de la forma-Estado en sí, hay que buscarla (en) la dinámica incontenible de la acumulación, de la reproducción ampliada de capital exigida por sus leyes inherentes». Más adelante, ahondando en la misma línea de pensamiento, Gil de San Vicente escribe: «si tuviéramos que sintetizar esa razón de fondo, diríamos que el secreto último del periódico envejecimiento de la forma-Estado y de las transformaciones nacionales que la preceden, acompañan y suceden, radica en la contradicción inherente a la definición simple de capital. O sea, es la contradicción entre, por una parte, las necesidades expansivas de reproducción ampliada, de valoración en suma, y por otra parte, las trabas inevitables impuestas por el capital constante (…) lo que en resumen explica por qué el capital se ha visto forzado periódicamente a readecuar la forma-Estado a sus nuevas necesidades».

Como se puede observar a simple vista, es tal la cantidad de despropósitos teóricos que nuestro teórico ha conseguido enhebrar en tan pocas líneas que, desde luego, no se puede decir que nos lo esté poniendo fácil.

A lo primero que estamos obligados es a desmitificar esa idea tan nebulosa de la forma-Estado que ha sido erigida por él como el fundamento mismo de su teoría mundializadora. ¿Cuál es el contenido, propiamente dicho, del Estado, de todo Estado? Gil de San Vicente no lo quiere explicar o no sabe explicarlo, de ahí que se enrede a cada paso con este concepto, o por mejor decir, con su forma, para acabar atribuyéndole un papel que en modo alguno le corresponde en esta historia. Así, si hemos de atenernos a su concepción, resulta que el Estado en su forma nacional se ha llegado a convertir en el mayor obstáculo que

* Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio.

encuentra el capitalismo en su marcha triunfal hacia la forma de Estado internacional. Del contenido del Estado como instrumento de represión de unas clases sobre las otras, Gil de San Vicente, no sabe decirnos nada. ¿Cuál es el carácter de clase del Estado de que se trata, qué intereses defiende? Es a partir de aquí como únicamente se puede analizar el problema de las formas de Estado que, efectivamente, pueden cambiar y de hecho cambian con mucha frecuencia sin que se modifique su contenido, su esencia clasista. Mas esto no sucede por la presión de las fuerzas expansivas que le opone el capital, sino por el desarrollo de la lucha de clases, lo que le hace adoptar algunas veces la forma democrática y otras la forma dictatorial dentro de una tendencia general hacia la forma fascista, terrorista y militarista.

Ésta es, como es bien sabido, la forma del Estado que se corresponde a la etapa monopolista o imperialista del desarrollo del capitalismo, la que mejor se adapta para servir a los intereses del capital, y eso no sólo para asegurar la reproducción ampliada en el seno de cada empresa o país en particular (por cierto, ¿cuándo ha sido simple la reproducción capitalista?) sino también para apoyar la competencia y asegurar la expansión del comercio y las altas tasas de ganancia de sus inversiones en el exterior. Para todo eso se precisa, y no podría dejar de ser así, que el Estado tenga una forma nacional. La razón de ello estriba en la misma naturaleza privada de la propiedad en que está basado y tiene la misión de defender. Cuando desaparezca la propiedad privada capitalista sobre los medios de producción, desaparecerán también las clases y sus luchas y con ellas la necesidad histórica del Estado en todas sus formas.

Así pues, la forma-Estado mundial o multinacional extendida a todo el planeta es un absurdo teórico, un bluff inventado por la propaganda imperialista destinado a desarmar y someter mejor a los pueblos y naciones oprimidos, y se apoya solamente en el trucaje de algunos datos financieros informáticos sin ninguna base histórica, económica, social, política o cultural.

Gil de San Vicente da por bueno ese trucaje, se sirve también de él y utiliza los mismos argumentos que los imperialistas, sólo que él trata de aderezarlo con una fraseología pretendidamente marxista. No creemos que merezca la pena detenernos a poner en claro el batiburrillo economicista del que se ha servido para meter de matute sus baratijas. Sí vemos conveniente, sin embargo, antes de continuar con sus aportaciones teóricas, recordar aquí la polémica que sostuvo Lenin con Rosa Luxemburgo a propósito de este mismo problema. Luxemburgo, desde luego, no llegó al absurdo de sostener la idea del ultraimperialismo que se desprende de la idea de Gil de San Vicente, y aunque también hay que decir que el propósito de éste no es otro que el de buscar una nueva fundamentación teórica a la lucha de liberación nacional, el resultado a fin de cuentas, es el mismo.

Como es sabido, Rosa Luxemburgo sostenía la tesis según la cual, el desarrollo del capitalismo a nivel internacional y el sometimiento al mismo de la casi totalidad de los países y naciones, es decir, las relaciones de dependencia establecidas por el capitalismo financiero internacional, hacía inútil e ilusoria toda lucha por la liberación nacional. De esta misma tesis parten los trotskistas en su programa internacionalista que niega el potencial revolucionario que encierran los movimientos nacionales democráticos y las luchas de liberación de las colonias como aliados de la clase obrera en la lucha contra el imperialismo y por la conquista del poder en cada país, para cifrarlo todo en consignas abstractas de clase contra clase. Lenin responde a toda esa verborrea pseudorrevolucionaria señalando que la liberación nacional —o el derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas— había que considerarla, antes que nada, como un derecho democrático general, el derecho de toda nación a separarse de otra para formar un Estado aparte. «… la autodeterminación de las naciones en el programa de los marxistas —decía Lenin—, no puede tener, desde el punto de vista histórico-económico, otra significación que la autodeterminación política, la independencia estatal, la formación de un Estado Nacional»4.

La existencia del imperialismo, del capitalismo financiero y las relaciones de dependencia que éste ha establecido con numerosos países, no puede hacer suponer que éste se encamine hacia la supresión de todas las barreras nacionales y de todos los Estados, lo que haría perder validez histórica al principio de la autodeterminación y de la independencia de las naciones. Más bien sucede lo contrario. Hoy no existen menos Estados nacionales que hace un siglo, cuando el capitalismo no había entrado en la fase última, monopolista, de su desarrollo; por eso precisamente, si Lenin hace notar la dependencia económica de numerosos países al capital financiero internacional, es para subrayar el derecho igual de todas las naciones a separarse de otra para crear su propio Estado, derecho que, como acabamos de ver, el mismo desarrollo del capitalismo ha hecho histórica y económicamente necesario.

De modo que el problema no consiste en que la liberación nacional y la formación de un Estado nacional sea hoy imposible o irrealizable debido al desarrollo del capitalismo financiero internacional —como argumenta Rosa Luxemburgo— o porque, como insiste Gil de San Vicente, el avance en extensión y profundidad del ultraimperialismo, de la forma-Estado multinacional, nos deba llevar a elaborar otras formas de movimientos revolucionarios con otros fines y planteamientos distintos a los que venimos sosteniendo. La cuestión consiste, como decía Lenin, en que habría que demostrar la imposibilidad de liberación de las naciones oprimidas bajo el dominio del capitalismo financiero, no como una cuestión económica, sino política. «La independencia de Noruega, ‘alcanzada’ en 1905, fue sólo política. No podía afectar a su independencia económica, ni ése era su propósito. Es precisamente lo que dicen nuestras tesis. Señalamos que la autodeterminación sólo atañe a la política, y que por consiguiente sería erróneo plantear incluso la cuestión de si es económicamente realizable»5.

A este ejemplo nosotros podríamos añadir ahora unos cuantos más, algunos de ellos muy recientes, pero no creemos que sea necesario ya que con lo expuesto hasta aquí sobre este particular nos parece suficiente para poner en evidencia la fallida tentativa de Gil de San Vicente de fundamentar su teoría de la mundialización y de la forma-Estado o del ultraimperialismo, en el desarrollo económico. Veamos ahora si tiene más suerte con los otros conceptos y categorías económicas que menciona y que emplea muy a la ligera, sin haberlas comprendido siquiera.

La razón de fondo que, según nuestro teórico impulsa al sistema capitalista y a la sociedad entera de todos los países a la mundialización, no es otra que la «contradicción permanente entre las fuerzas expansivas del capital y la forma-Estado en sí». Pero como esta contradicción y la forma-Estado en sí no explican absolutamente nada, son entes tan vacíos como la famosa cosa en sí de Kant, el hombre, ha tenido que echar en el asunto un poquillo de teoría para buscar en ella la razón última que le falta a su tesis. Es así como vemos aparecer la dinámica incontenible de la acumulación y todo lo asociado con ella (repetimos que no entraremos en esos detalles porque este comentario se haría interminable). Éstas serían las fuerzas expansivas que al final acaban chocando con los aparatos burocráticos administrativos. El resultado de ese choque ya hemos comprobado que no es otro sino la renovación y articulación a nivel mundial de ese mismo aparato, con lo que al final, una vez superada la crisis del corsé asfixiante de la forma-Estado nación que le comprime, el capital habrá logrado por fin abrir una nueva etapa de desarrollo universal caracterizada por la paz y suponemos que también por la libertad y toda la pesca. O sea, que Gil de San Vicente se esfuerza hasta más no poder por mostrar la razón económica de su portento lógico, pero naufraga también esta vez y de la manera más lamentable.

Ha debido leer en alguna parte que las fuerzas expansivas del capitalismo se hallan en su base económica y, presuroso, se ha dirigido a ella en busca de la razón que le faltaba para redondear su teoría, pero lo ha hecho de manera tan torpe, que ha vuelto con las manos vacías y un revoltillo de ideas confusas en la cabeza. Esto le ha podido ocurrir porque en su ligereza no ha reparado en un detalle casi insignificante; no ha reparado o ha pasado olímpicamente por alto de lo que constituye la contradicción fundamental del sistema capitalista, la cual no es, como él lo ha interpretado, la que enfrenta a las fuerzas expansivas con el corsé de la forma-Estado; no es una contradicción imaginaria, inexistente (la que supuestamente enfrentaría al capital constante con la superestructura política), sino la contradicción bien real y operante que enfrenta a las fuerzas productivas sociales a la apropiación privada capitalista; es decir, a las relaciones de producción. Ésta es una contradicción que, efectivamente, se halla en la base misma de la sociedad, y que se manifiesta en la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía; lo que, llegado un momento, hace que salte por los aires hecha añicos la superestructura política e ideológica erigida sobre ella, el famoso corsé de la forma-Estado en sí de que nos habla Gil de San Vicente.

Salta por los aires quiere decir que es destruida, o sea, que no se renueva, lo que resulta completamente natural pues, si como hemos apuntado, la raíz de la contradicción es de carácter económico y social y exige la expropiación de los expropiadores, el resultado no puede ser la renovación de la forma-Estado capitalista para adaptarlo a sus nuevas necesidades mundializadoras (cosa que ya hemos comprobado también que resulta imposible), sino su total destrucción para sustituirlo en cada país por otro Estado nuevo, por el Estado de la dictadura revolucionaria del proletariado, como paso previo históricamente necesario que habrá de facilitar la emancipación del trabajo y con ello la desaparición de toda forma de Estado como órgano especial de represión de una clase sobre las otras.

Es cierto que este proceso de transición de una forma a otra superior de organización social que hemos descrito brevemente ha resultado ser en la práctica mucho más complejo, difícil y costoso de lo que se suponía al comienzo, mas no por eso nos vamos a dejar comer el tarro por las ideas burguesas que buscan confundirnos. En realidad, esas tesis sobre la mundialización o el ultraimperialismo no tienen más objeto, como ya hemos indicado, que sembrar ilusiones sobre la posibilidad de un desarrollo pacífico y armonioso de la sociedad bajo el imperialismo, y entroncan perfectamente con las tesis revisionistas sobre el desarrollo de las fuerzas productivas, la democracia en general y sus ataques a la lucha revolucionaria y a la dictadura del proletariado.

Si bien es verdad que Gil de San Vicente no prescinde del todo de los Estados en su análisis y establece con ellos una especie de tabla o escala, donde cada uno está situado, según su grado de desarrollo económico, respecto a los poderes verdaderamente secretos que deciden la remodelación y adaptación a las nuevas condiciones por encima de los marcos específicos, de los diversos contextos históricos y sociales y aún del desarrollo desigual y combinado a escala planetaria, en un proceso de adaptación que se complejiza al darse dentro de la intrincada mezcla de pugna no antagónica y colaboración estrecha entre las tres cabezas del capital actual, etc., etc., etc., la consecuencia inevitable de dicha mundialización sería, como no podía ser menos, la inclusión de España, su territorio, su economía, sus pueblos y demás en el mapa de la nueva formación o del nuevo orden mundial. De manera que, y es aquí donde Gil de San Vicente quiere llevarnos, tanto la lucha de liberación nacional como la lucha del proletariado revolucionario tendría que buscar a los principales enemigos en no se sabe qué lugar del globo terráqueo; además de tener que esperar a unificar sus fuerzas en el plano planetario o galáctico antes de poder comenzar el combate en serio por la toma del poder que, por la misma razón, tendría que ser en buena lógica, también mundial.

No debe extrañarnos que después de este planteamiento su autor termine con las siguientes preguntas: «¿qué podemos hacer los pueblos oprimidos, carentes del Estado propio que nos permita sobrevivir en la selva descrita?¿Podemos mirar con optimismo el futuro si aparentemente todo indica que la mundialización y las transformaciones en la forma-Estado ‘aconsejan’ la resignación y el ‘realismo’ a los pueblos indefensos?». Claro que estas preguntas y otras del mismo estilo no pueden dejar de tener una respuesta positiva, pero ¡ojo! porque Gil de San Vicente, dándose cuenta de la trampa teórica en la que se ha metido por su mala cabeza, no puede dejar de mostrar cierto grado de escepticismo hablando no sólo de la «necesidad imperiosa de los pueblos de recuperar o lograr su independencia sino, además (de) la posibilidad de hacerlo. Hablamos —remacha— de la posibilidad, no de ineluctabilidad» (subrayado nuestro). Así de claro y de contundente. O sea, que los pueblos sólo tienen una posibilidad de liberarse de las cadenas de la esclavitud que les ha sido impuesta por la explotación y la opresión capitalista, por ese monstruo informe que Gil de San Vicente nos ha descrito, pero sólo eso: una posibilidad, ya que la destrucción del sistema capitalista, la superación histórica de este sistema a partir de sus propias contradicciones internas no es ineluctable, es decir, que todavía puede salvarse y perdurar eternamente.

¿Es de extrañar que nuestro teórico haya llegado a esta conclusión después del análisis que nos ha ofrecido? A nosotros, desde luego, no nos sorprende en absoluto. Además, sabemos que sólo se puede llegar a ella desde la posición estrecha que defiende Gil de San Vicente y todos aquéllos que, como él, hacen del nacionalismo la principal motivación del movimiento popular. Éste es, como se ha comprobado tantas veces, efectivamente, un camino sin salida, por muchos pocos de historia, de teoría o de internacionalismo que se le quiera echar al asunto, desprovisto de toda fundamentación teórica marxista, clasista, verdaderamente científica.

Aquí se encuentra una de las principales carencias de que viene adoleciendo el movimiento revolucionario en Euskadi, lo que muchas veces tratan de suplir con ese refrito en el que aparecen mezcladas las concepciones políticas e ideológicas más dispares y hasta contrapuestas (como lo son el nacionalismo y el trotskismo), lo que hace extremadamente difícil y complica todavía más toda posible clarificación. Esto se suele presentar como un fenómeno necesario e inevitable, resultado de la unidad de las diversas fuerzas y tendencias que conforman el movimiento nacional. Y en parte es cierto, pero no se puede dejar de reconocer también que esa combinación se ha convertido en un factor más de confusión que impide o entorpece la acción conjunta de aquellas fuerzas que están realmente interesadas y pueden convertir en realidad, aquí, en el Estado español, lo que en el plano del Estado Mundial sólo aparece como una posibilidad de la que bien podría decirse, para ser coherentes con la exposición que nos ha ofrecido Gil de San Vicente, que no puede ser y además es imposible.

1 Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo.

2 Marx y Engels: Manifiesto del Partido Comunista.

3 Bill Emmott: Las multinacionales vuelven a estar de moda.

Publicado en The Economist, 27-Mayo-1993.

4 Lenin: El derecho de las naciones a la autodeterminación.

5 Lenin: Una caricatura del marxismo.