Sobre la estrategia y la táctica de la revolución proletaria

«Sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir la misión de combatiente de vanguardia». Esta frase de Lenin se ha repetido tantas veces entre nosotros, que algunos la han convertido en una fórmula capaz de resolver por sí misma hasta los problemas más difíciles o escabrosos. Otros, en cambio, se refieren a ella para subrayar nuestras carencias teóricas, como si en este terreno quedara todo por hacer o debiéramos partir de cero, proponiendo por su parte algunas teorías completamente desconectadas de las experiencias del movimiento revolucionario y de la vida real. Por otro lado, encontramos también a los que, al mostrarse contrarios a todo vanguardismo y dirigismo no sólo desdeñan la importancia de la teoría y del debate en torno al programa y la táctica revolucionaria, sino que para ellos ese tipo de debates carece de toda significación práctica. Por lo general, estos practicistas identifican la labor teórica y la crítica revolucionaria de las ideas y concepciones burguesas, con la práctica teórica que realizaban algunos charlatanes, por lo que no es de extrañar que anden desorientados.

Lenin resaltaba que para Marx «todo el valor de su teoría residía en que ‘por su misma esencia es una teoría crítica y revolucionaria’. Y esta última cualidad es, en efecto, inherente al marxismo por entero y sin ningún género de duda, porque en dicha teoría se plantea directamente la tarea de poner al descubierto todas las formas de antagonismo y explotación en la sociedad moderna, estudiar su evolución, demostrar su carácter transitorio, la inevitabilidad de su conversión en otra forma, y servir al proletariado, para que éste termine lo antes posible y con la mayor facilidad posible, con toda explotación»1. En la teoría de Marx y Engels está contenida la estrategia y la táctica de la revolución proletaria, una estrategia y una táctica que son válidas para el proletariado de todos los países. De ellas partimos los comunistas para elaborar el programa y la línea política de la revolución (para lo cual debemos tener en cuenta las condiciones específicas de nuestro país, las tradiciones de lucha del proletariado, etc.), de manera que cuando nos referimos a la estrategia y la táctica (a la teoría en general), lo primero que pensamos es que no tenemos necesidad de inventarlas o elaborarlas ya que éstas hace tiempo que fueron elaboradas, fundamentadas científicamente, por el marxismo. Claro que esto no nos exime de la obligación de tener que estudiarlas y asimilarlas, de modo que podamos aplicarlas en la práctica y en cada situación concreta como lo que resultan ser: una guía para la acción.

Como es bien sabido, la estrategia y la táctica de lucha del proletariado revolucionario de todos los países, formuladas por Marx y Engels, están fundadas sobre los sólidos cimientos del materialismo histórico, en la economía de Marx y en su teoría de la lucha de clases y de la dictadura del proletariado. La concepción del materialismo histórico nos demuestra, a decir de Lenin, que «en virtud del desarrollo de las fuerzas productivas, de un sistema de vida social surge otro más elevado»2. La economía de Marx nos ofrece la radiografía de la sociedad burguesa, su estructura económica y social, sus leyes y contradicciones específicas, que la distingue de los demás sistemas económico-sociales; en tanto que la teoría de la lucha de clases y de la dictadura del proletariado expresa el antagonismo, la lucha de intereses contrapuestos, que enfrenta al proletariado y a la burguesía y el modo en que habrá de ser resuelto. Tales son, muy a grandes rasgos, las concepciones, las leyes, principios e ideas que definen la estrategia y la táctica del proletariado revolucionario de todos los países; de manera que si alguna persona tuviera necesidad de una nueva estrategia y una nueva táctica deberá buscar en otra parte, no en los textos del marxismo, sino en los textos de los revisionistas y otros teoricistas.

I

Aparentemente, son contadas las obras marxistas que tratan sobre la estrategia o lo que generalmente se conoce como los fines u objetivos últimos de la lucha proletaria, mientras abundan las dedicadas a la táctica.

Si estudiamos, por ejemplo, a Lenin encontramos que, con la excepción de sus trabajos dedicados a la divulgación o defensa de las concepciones de Marx y Engels, la mayor parte de su voluminosa obra está dedicada a la elaboración del programa y la táctica del partido, y eso aún cuando, como es sabido, la revolución en Rusia no tenía como meta inmediata de la acción revolucionaria, la toma del poder por la clase obrera, por lo que, si nos dejamos llevar por esa primera impresión a que hemos aludido (la falta de una estrategia), su atención debería haber estado centrada en la elaboración de una estrategia diferenciada, distinta a la definida por Marx y Engels. Es lo que siempre han tratado de hacer los revisionistas, para quienes los textos clásicos de Marx y Engels, incluso hoy día los de Lenin, son algo viejos, están desfasados, han sido superados por la evolución histórica o están pasados de moda. De ahí que no desaprovechen ninguna ocasión para revisarlos y proponer en su lugar —basados en algunos aspectos nuevos, pero siempre secundarios de la evolución del régimen capitalista, o bien en las necesidades momentáneas del movimiento obrero— una estrategia nueva, original o muy creadora.

Y es que en la literatura marxista-leninista se da por sentado que el proletariado revolucionario de cualquier país no tiene más objetivo que la destrucción del Estado y la dictadura burguesa y la construcción de otro Estado nuevo de dictadura del proletariado, a fin de poder comenzar la edificación comunista. Todas las obras de Marx y Engels no contienen, en realidad, sino la fundamentación teórica de esa estrategia, que aparece resumida o abreviada en El Manifiesto Comunista elaborado por ambos y en otras importantes obras en las que abordan cuestiones de la táctica revolucionaria, aunque, como es lógico suponer, en esto último (en lo relacionado con la táctica) el análisis y la solución concreta de los problemas dependen más de las condiciones de cada época y de cada país. Esto explica que haya sido en este terreno donde Lenin y Mao hayan centrado más su atención. «Sólo considerando en forma objetiva el conjunto de las relaciones mutuas de todas las clases, sin excepción, de una sociedad dada y teniendo en cuenta, por lo tanto, el grado objetivo de desarrollo de esta sociedad y sus relaciones mutuas con otras sociedades, podemos disponer de una base que nos permita trazar certeramente la táctica de la clase de vanguardia»3.

Como vemos, Lenin se refiere expresamente a táctica correcta, dando por sentado que la estrategia no puede ser otra distinta de la que ya hemos comentado. ¿Podría ser de otro modo? ¿Puede tener el proletariado de cualquier país otro objetivo distinto al derrocamiento del poder de la burguesía y el establecimiento de su propio poder? Los revisionistas siempre han utilizado esa necesidad que se le plantea a la clase obrera de disponer de una base sobre la que establecer una táctica correcta, para introducir en el seno del movimiento la ideología y la política liberal burguesa y conducirlo por el camino trillado del reformismo y la conciliación de clases. «Determinar su comportamiento caso por caso, adaptarse a los acontecimientos del día, a los virajes de las minucias políticas, olvidar los intereses cardinales del proletariado y los rasgos fundamentales de todo el régimen capitalista, de toda la evolución del capitalismo, sacrificar esos intereses cardinales en aras de las ventajas verdaderas o supuestas del momento: ésa es la política del revisionismo»4.

Otros oportunistas de la misma escuela de los revisionistas, sólo que más radicales o izquierdosos, complementan la labor de confusión y división que realizan aquéllos dentro del movimiento obrero parloteando sin cesar de la dictadura del proletariado y tachando de reformista la táctica verdaderamente revolucionaria, marxista-leninista, que habrá de permitir a la clase obrera preparar todas las condiciones necesarias para aproximarse y para pasar, finalmente, a alcanzar su objetivo. En realidad, esos charlatanes de izquierda hacen así el juego a los derechistas más contumaces y les dejan todo el campo libre.

Para que esto no suceda, el Partido Comunista tiene que plantear correctamente y ponerse al frente de la lucha por los intereses inmediatos de los trabajadores a la vez que defiende dentro del movimiento sus intereses u objetivos futuros. Esa lucha por los intereses inmediatos de las masas no entra en contradicción con la defensa de sus intereses últimos, y de hecho, los posibilita. También la defensa intransigente de los objetivos revolucionarios supone la única garantía para la obtención de mejoras inmediatas, pues une y fortalece al proletariado frente a sus enemigos y dota a su movimiento de una perspectiva clara, por lo que jamás ha de hacerse ninguna concesión en el terreno de los principios, debiendo ser éstos salvaguardados en todo momento.

A ello habrá de contribuir la aplicación de una táctica acertada y unas formas de lucha que correspondan a las circunstancias internas e internacionales de cada momento. Sobre este particular conviene recordar que Lenin, retomando una idea de Marx, llamaba a tener en cuenta como parte de la táctica, en cada etapa o fase de desarrollo social, la dialéctica de los períodos de estancamiento político y de los cambios bruscos: «por una parte, aprovechando las épocas de estancamiento político o de desarrollo a paso de tortuga la llamada evolución ‘pacífica’ para elevar la conciencia, la fuerza y la capacidad combativa de la clase avanzada, y por otra parte, encauzando toda esta labor de aprovechamiento hacia el ‘objetivo final’ del movimiento de dicha clase, capacitándola para resolver prácticamente las grandes tareas en los grandes días que concentran en sí veinte años»5.

II

Un rasgo que podríamos considerar común a todo proceso revolucionario es que éstos se efectúan siempre a través de etapas diferenciadas. En unos casos, el inicio de una etapa coincide con la culminación de toda una fase de desarrollo histórico, económico y social; tal sucede con las revoluciones socialistas iniciadas como continuación de la revolución democrático-burguesa. En otros, se trata del final de una fase y del comienzo de otra en el desarrollo de una misma revolución.

El proceso revolucionario nunca es lineal, sino zigzagueante y se efectúa por etapas, en oleadas y a través de saltos. En todo esto influye enormemente la situación general del capitalismo y la fuerza con que puede contar en un momento dado el movimiento revolucionario, no sólo dentro de un país, sino también a escala internacional, lo que a su vez obliga al proletariado revolucionario a revisar su táctica: bien para emprender una ofensiva o para replegarse ordenadamente en espera de una situación más favorable que le permita proseguir su avance. Naturalmente, esto exige que se mantenga firme en sus principios revolucionarios así como en las posiciones políticas que haya podido conquistar.

Es en estas condiciones, particularmente, cuando se debe poner cuidado para no confundir el objetivo final de la lucha con los objetivos que se pueden alcanzar para una determinada etapa del proceso revolucionario. Estos otros objetivos pueden ser también estratégicos para dicha etapa, lo que no quiere decir que no exista ninguna otra o que debamos proponer marchar desde ella siempre en línea recta hasta el objetivo final, sin reparar en las nuevas circunstancias que, por otra parte, sin ninguna duda, habrá que cambiar en uno u otro momento.

De aceptar esa concepción tan unilateral, estrecha, rígida, del proceso revolucionario ¿qué haríamos, por ejemplo, en una situación de receso generalizado del movimiento o, como ha sucedido recientemente, cuando la revolución ha sufrido una severa derrota en todo el mundo? ¿No habría que fijar como objetivo estratégico inmediato la recomposición de las fuerzas revolucionarias? ¿No exigiría el cumplimiento de esta tarea una etapa más o menos prolongada de trabajo orientado según la táctica definida por Marx y Lenin para los períodos llamados pacíficos, en los que el movimiento marcha a paso de tortuga?

La etapa que siguió a la terminación de la guerra antifascista y revolucionaria de 1936-39 en España, no obstante el período de la guerrilla, tuvo ese carácter de repliegue y de recomposición de fuerzas, pero en lugar de eso lo que se produjo, por influencia revisionista, fue una verdadera liquidación del Partido y el movimiento, lo que ha hecho mucho más difícil y prolongada esa labor. Pero incluso en una situación de ascenso revolucionario, ¿se puede saltar por encima de la fase preparatoria, del nivel de conciencia de las amplias masas del pueblo y pasar de un día para otro, del régimen burgués al socialismo? ¿Se puede plantear la implantación de la dictadura del proletariado, desde la situación del régimen capitalista, sin que medie un período de lucha política que permita capacitar a las masas en el democratismo más consecuente, que las lleve a comprender la necesidad del socialismo y que las prepare realmente, en base de sus propias experiencias, para ejercer el poder?

Tomemos el ejemplo de la revolución rusa de 1917, que es el que mejor puede servirnos para poner en claro este problema de las etapas que hemos encuadrado en la categoría de la «estrategia», entre comillas, es decir, en el concepto de la estrategia considerada dentro de las distintas etapas, fases o períodos por los que necesariamente atraviesa todo proceso revolucionario.

III

El hecho de que la revolución rusa, como la definiera Lenin desde un principio, tuviera un carácter democrático-burgués, no socialista, no invalidó la estrategia proletaria orientada al derrocamiento de la burguesía y al establecimiento del poder obrero; tan sólo obligaba a adoptar una táctica acorde con la correlación de las fuerzas sociales en presencia que les permitiera aproximarse al objetivo y capacitar al mismo tiempo al proletariado para resolver prácticamente las grandes tareas en los grandes días que concentran en sí veinte años. Sobre este particular, Lenin ya había mostrado la imposibilidad de que la burguesía rusa pudiera llevar hasta el fin la revolución democrática así como su inclinación al compromiso con la reacción, lo que ofrecía a la clase obrera la posibilidad de encabezar y dirigir la revolución democrática y de llevarla hasta sus últimas consecuencias, es decir, hasta su transformación en revolución socialista. «La democracia tiene una enorme importancia en la lucha de la clase obrera contra los capitalistas por su liberación», escribió Lenin. Y continuaba: «Pero la democracia no es, en modo alguno, un límite insuperable, sino solamente una de las etapas en el camino del feudalismo al capitalismo y del capitalismo al comunismo».

(…)

«La democracia es una forma de Estado, una de las variedades del Estado. Y, consiguientemente, representa, como todo Estado, la aplicación organizada y sistemática de la violencia sobre los hombres. Esto, por una parte. Por la otra, la democracia significa el reconocimiento formal de la igualdad entre los ciudadanos, el derecho igual de todos a determinar el régimen del Estado y a gobernar el Estado. Y esto, a su vez, se halla relacionado con que, al llegar a cierto grado de desarrollo de la democracia, ésta, en primer lugar, cohesiona al proletariado, la clase revolucionaria frente al capitalismo, y le da la posibilidad de destruir, de hacer añicos, de barrer de la faz de la tierra la máquina del Estado burgués, incluso la del Estado burgués republicano, el ejército permanente, la policía, la burocracia, y de sustituirla por una máquina más democrática, pero todavía estatal, bajo la forma de las masas obreras armadas, como paso previo hacia la participación de todo el pueblo en las milicias».

«Aquí la ‘cantidad se transforma en calidad, esta fase de democratismo se sale ya del marco de la sociedad burguesa, es ya el comienzo de su reestructuración socialista»6.

Ésa es la verdadera concepción del marxismo-leninismo, la dialéctica de la transformación de la revolución democrático-burguesa en revolución socialista. De ahí que Lenin no previera una etapa prolongada de revolución democrática y concibiera el proceso revolucionario de Rusia de manera diferente a como se había dado en Occidente, pero no de manera distinta a como lo concibiera Marx en sus tesis de la revolución permanente; que, por cierto, nada tiene que ver con la concepción trotskista. Fue este mismo planteamiento el que le llevó a formular la táctica del gobierno obrero-campesino como un tipo especial de alianza de clases revolucionaria dirigida por el proletariado y cuyo fin no era otro que el establecimiento de la dictadura proletaria. Este programa, como es sabido, se cumplió en la práctica incluso antes de lo previsto. A ello contribuyeron una serie de circunstancias como la guerra imperialista, la bancarrota del Estado zarista y el hecho de que los obreros y campesinos se hallaban armados. Sobre esta base surgieron los Soviets, las organizaciones políticas de masas que habrían de desempeñar tan importante papel en el desarrollo de los acontecimientos.

«¿Qué deben hacer los Soviets de diputados obreros?», pregunta Lenin entonces, y he aquí su respuesta: «deben ser considerados como órganos de la insurrección; como órganos del poder revolucionario… necesitamos un poder revolucionario, necesitamos (para cierto período de transición) de un Estado… pero no como el que necesita la burguesía con los órganos de poder en forma de policía, ejército, burocracia separados del pueblo y en contra de él. Todas las revoluciones burguesas se han limitado a perfeccionar esta máquina del Estado, a hacer pasar esa máquina de manos de un partido a las del otro. Si se quiere salvaguardar las conquistas de la presente revolución y seguir adelante, si se quiere conquistar la paz, el pan y la libertad, el proletariado debe, empleando la palabra de Marx, demoler esa máquina del Estado ya hecha y sustituirla por otra nueva, fundiendo la policía, el ejército y la burocracia con todo el pueblo en armas»7.

Repárese en que en este largo pasaje que acabamos de citar, Lenin se está refiriendo a la necesidad del Estado para cierto período de transición y no para una etapa política cualquiera; es decir, se está refiriendo al Estado de la dictadura revolucionaria del proletariado y no, como podría parecer a simple vista, a un gobierno provisional nacido de una alianza de clases. Esta alianza existió durante un corto período de tiempo y desempeñó el papel de dictadura democrático-revolucionaria del proletariado y los campesinos, pero no llegó a constituirse en Estado. Su función principal consistió en facilitar el establecimiento de ese nuevo Estado que estaba surgiendo y que en aquellas circunstancias sólo podía ser ya el Estado de la dictadura del proletariado.

«La dictadura revolucionaria-democrática del proletariado y de los campesinos ya se ha realizado en la revolución Rusa (en cierta forma y hasta cierto grado); puesto que esta fórmula sólo prevé una correlación de clases y no una institución política concreta llamada a realizar esta correlación, esta colaboración»8. Es en ese momento cuando la cantidad se transforma en calidad, cuando el grado de democratismo se sale ya del marco de la sociedad burguesa, es ya el proceso de la reestructuración socialista. Este fenómeno que describe Lenin se produjo durante el período de la dualidad de poderes que marca la existencia de la dictadura democrático-revolucionaria de los obreros y campesinos, representados en los Soviets en los que los representantes de los obreros obtendrían la mayoría que les permitió ejercer el poder sin compartirlo con ninguna otra clase. Así nacería el nuevo Estado, la nueva institución política en la que se funden la policía, el ejército y la burocracia con todo el pueblo en armas.

Lenin explica, en el mismo texto que hemos citado más arriba, en contra de los que le acusaban de putchismo y de los que conciben como un juego la toma del poder, la absoluta necesidad de ganar a las masas así como la actividad que a tal fin desplegaron los bolcheviques en vísperas de la insurrección. «En mis tesis (se refiere a las Tesis de Abril) me aseguré completamente contra todo salto por encima del movimiento campesino o, en general, pequeño-burgués que no ha culminado, contra todo juego a la ‘toma del Poder’ por parte de un gobierno obrero, contra cualquier aventura blanquista, puesto que me refería directamente a la experiencia de la Comuna de París. Como se sabe, y como indicaron detalladamente Marx en 1871 y Engels en 1891, esta experiencia excluía totalmente al blanquismo, asegurando completamente el dominio directo, inmediato e incondicional de la mayoría y la actividad de las masas sólo en medida en que la propia mayoría actuase conscientemente.

«En las tesis reduje la cuestión, con plena claridad, a la lucha por la influencia en el seno de los Soviets de diputados obreros, jornaleros, campesinos y soldados. Para no dejar ni sombra de duda al respecto, subrayé dos veces, en las tesis, la necesidad de un trabajo de paciente e insistente ‘explicación’, ‘que se adapte a las necesidades prácticas de las masas’»9.

Ahí aparece expuesta, en líneas generales, la táctica bolchevique para el tránsito de la democracia más consecuente al establecimiento del gobierno obrero con el que culmina el proceso revolucionario anterior, tras una etapa de acumulación de fuerzas y preparación de las mismas para ejercer el poder. El que este proceso se diera en un país y en unas circunstancias particulares, que puede que no se repitan, no resta validez a esa táctica, sobre todo, en lo que se refiere a su aspecto estratégico, a la necesidad de observar las etapas o fases por las que atraviesa todo proceso. Esto resulta importante a la hora de determinar las consignas u objetivos políticos que corresponden a cada una de esas etapas, especialmente en lo que se refiere a la preparación política de las masas.

«¿Puede, acaso, considerarse que el partido debe asumir la iniciativa y la dirección en la organización de las acciones decisivas de las masas —escribe Stalin— basándose sólo en que su política es, en general, acertada, si esta política no goza aún de la confianza y del apoyo de la clase, a causa, pongamos por ejemplo, del atraso político de ésta, si el partido no ha logrado convencer aún a la clase de lo acertado de su política, a causa, pongamos por ejemplo, de que los acontecimientos no estén todavía lo suficientemente maduros? No, no puede. En tales casos, el partido, si quiere ser un verdadero dirigente, debe esperar, para convencer a las masas de lo acertado de su política, debe ayudar a las masas a persuadirse por experiencia propia de lo acertado de su política»10. Stalin abunda en esta idea fundamental de la táctica en la que venimos insistiendo, y continúa recordando algunos pasajes de las obras de Lenin que no dejan lugar a ninguna duda sobre este aspecto: «Si no se produce un cambio en la opinión de la mayoría de la clase obrera, la revolución es imposible, y ese cambio se consigue a través de la experiencia política de las masas (…) La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente. Esto es lo principal. Sin ello es imposible dar ni siquiera el primer paso hacia el triunfo. Pero de esto al triunfo hay todavía un buen trecho. Con la vanguardia sola es imposible triunfar. Lanzar sola a la vanguardia a la batalla decisiva, cuando toda la clase, cuando las grandes masas no han adoptado aún una posición de apoyo directo a esta vanguardia, o al menos de neutralidad benévola con respecto a ella… sería no sólo una estupidez, sino, además, un crimen. Y para que realmente toda la clase, para que realmente las grandes masas de los trabajadores y de los oprimidos por el capital lleguen a ocupar esa posición, la propaganda y la agitación, solas, son insuficientes. Para ello se precisa la propia experiencia política de las masas»11.

IV

En España, como señala el proyecto de Programa de nuestro Partido, no existe «ninguna etapa revolucionaria intermedia, ningún ‘peldaño de la escalera histórica’ anterior a la revolución socialista». El desarrollo industrial, la transformación capitalista del campo, etc., la entrada, en suma, del capitalismo en la fase monopolista, imperialista, la última de su desarrollo, ha terminado hace ya tiempo con los remanentes del régimen semifeudal y ha creado las bases económicas y sociales que hacen posible y necesario el paso al socialismo. «Por consiguiente, el objetivo estratégico que persigue el partido es la expropiación de la oligarquía financiero-terrateniente y la implantación de la República Popular».

Como vemos, aquí ha sido claramente establecido que en España no queda más revolución pendiente que la socialista, y en consonancia con este objetivo estratégico se avanzan algunas de las medidas que van a permitir acercarnos a ese período de comienzo de la reestructuración socialista. Para ese comienzo, no pueden ser lanzadas consignas netamente socialistas, tales como poder obrero o dictadura del proletariado, que ni serían comprendidas ni aceptadas por las grandes masas. A esa etapa corresponden consignas de carácter democrático-revolucionario que pueden ser compartidas por amplios sectores de la población, no sólo por el proletariado, aunque, ciertamente, sólo la clase obrera está interesada y luchará por llevarlas a cabo de manera consecuente hasta el final; es decir, hasta propiciar el salto de la cantidad de democracia a la nueva cualidad socialista una vez que se hayan creado todas las condiciones para ello, para que ese salto sea realmente revolucionario, encuentre una sólida base de masas, y no sea un salto en el vacío.

Aquí cabe preguntar: ¿cuál va a ser el contenido de clase de esa República Popular que habrá de ser construida sobre los escombros del viejo Estado de la reacción?; ¿puede ser confundida con una república democrático-burguesa?, ¿acaso un Estado socialista no puede adoptar una forma republicana, o puede no ser popular y democrático? No entraremos a considerar la posibilidad de que hoy día, bajo el capitalismo monopolista de Estado, se pueda retroceder en la historia hacia la restauración de una democracia burguesa, ya que éste es un absurdo teórico muchas veces refutado por nosotros. Centremos la atención en el concepto de lo popular, así como en el análisis de clase que sirve de base a nuestra posición política.

Según la concepción marxista, ese concepto designa a las clases y capas sociales democráticas y revolucionarias que en un momento dado pueden estar, objetivamente, interesadas en luchar unidas por sus intereses comunes. Sin embargo, esa coincidencia momentánea no ha de llevarnos a perder de vista las contradicciones y las luchas de intereses distintos, y hasta contrapuestos, que se dan en el seno del pueblo. Cuando, por causas que no vienen al caso exponer aquí, dichas contradicciones se agravan o se hacen antagónicas y un sector de la población se pasa al campo del enemigo, de la contrarrevolución, deja automáticamente de pertenecer al pueblo; por lo que éste deberá ejercer la dictadura sobre dicho sector. La dictadura no se aplica jamás contra las masas populares que defienden la revolución (es decir, contra el pueblo), por la sencilla razón de que son éstas, precisamente, las que sostienen el nuevo poder.

En general, se puede decir que en España no existe una burguesía nacional, popular o democrática que esté interesada en un cambio profundo de la sociedad. Esto se debe al hecho de que las transformaciones económicas y sociales correspondientes a la revolución burguesa hace tiempo que han sido realizadas por el capital monopolista, quedan aún por resolver algunos problemas como, por ejemplo, los relacionados con la opresión de las nacionalidades y otros de carácter superestructural (culturales, etc.), pero tales problemas que todavía están por resolver no hacen de la burguesía española una clase revolucionaria. De manera que ya sólo queda, junto a esos remanentes de la revolución burguesa, algunas capas de la pequeña burguesía en rápido proceso de proletarización, especialmente en el campo. El Proyecto de Programa del Partido resume esta cuestión de la estrategia y la táctica como sigue: «Entre esos sectores, los más próximos al proletariado son los semiproletarios y pequeños campesinos cargados de deudas por los bancos. En la perspectiva de sus intereses futuros, todos esos sectores están objetivamente interesados en la revolución socialista, aunque oscilan continuamente entre las posiciones consecuentemente democráticas y revolucionarias del proletariado y el reformismo burgués».

Pues bien, es de suponer que, con la instauración de la República y la nueva etapa del proceso revolucionario a que dará lugar, con las medidas de carácter democrático-revolucionario se abrirá un período de lucha política que sólo podrá conducir, en un corto espacio de tiempo (aunque éste dependerá de la correlación de las fuerzas en pugna) a la formación de un gobierno obrero apoyado en las grandes masas armadas del pueblo trabajador, el cual deberá proseguir las transformaciones económico-sociales, políticas, culturales, etc. De esta manera se habrá consumado el salto, se habrá establecido la dictadura proletaria sobre los enemigos de las conquistas populares y ésta podrá seguir adelante profundizando en las conquistas bajo la dirección de la clase obrera.

En el proyecto de Programa, este proceso que hemos descrito queda explicado de la forma que sigue: «con la instauración de la República Popular se inicia el período que va desde el derrocamiento del Estado fascista e imperialista a la implantación de la dictadura del proletariado. Dicho período cubrirá una corta etapa de transición que puede ser considerada también como de comienzo de la reestructuración socialista, la cual deberá estar presidida por un gobierno provisional que actúe como órgano de las amplias masas del pueblo alzado en armas».

Entre las medidas que se proponen en el Proyecto de Programa del Partido para que sean aplicadas inmediatamente por el Gobierno provisional, hay algunas que no dejan ni la más mínima sombra de duda respecto a su carácter verdaderamente democrático y revolucionario: «Creación de Consejos obreros y populares como base del nuevo poder»; «disolución de todos los cuerpos represivos de la reacción y armamento general del pueblo»; «nacionalización de la Banca, de las grandes propiedades agropecuarias, de los monopolios industriales y comerciales y de los principales medios de comunicación».

El Proyecto de Programa del Partido explica, además, que «sólo un gobierno revolucionario formado por los representantes de las organizaciones populares, que actúe como órgano de la insurrección popular victoriosa, poseerá la fuerza y la autoridad necesarias para organizar las elecciones a una asamblea de representantes del pueblo. Bajo el nuevo gobierno se llevará a cabo la demolición completa de la vieja máquina estatal de la burguesía, arrasará desde los cimientos los pilares sobre los que se asienta la dominación y los privilegios del capital (pues ésta es la condición primera de toda revolución verdaderamente democrática y popular) y se emprenderán inmediatamente las transformaciones económicas y sociales necesarias, facilitando así el establecimiento del poder popular y, dentro de él, la hegemonía política del proletariado».

Vemos, pues, que el gobierno provisional y todas las medidas que habrá de tomar obedecen a una necesidad, la que corresponde a esa corta etapa de transición que deberá permitir el establecimiento de la dictadura proletaria. Para ello contará con la participación y el apoyo de todos los trabajadores dirigidos por su vanguardia y organizados en sus partidos, sindicatos, milicias, etc. De ahí que se pueda asegurar que ese Gobierno será democrático, mil veces más democrático que cualquier gobierno burgués y, aunque no constituirá todavía un Estado, en el sentido estricto, institucional, de este concepto, deberá proceder dictatorialmente contra la reacción y arrasar con todos los privilegios, siendo legitimado para ello por la nueva correlación de clase surgida de la revolución.

Este período a que se refiere el texto citado y que se inicia tras el derrocamiento del Estado fascista y monopolista no puede ser confundido, por tanto, con una etapa de revolución democrático-burguesa, ni siquiera de nuevo tipo, puesto que el poder económico y político en que basa la burguesía su dominación, ha sido (o está siendo)demolido, lo que quiere decir que debemos inscribirlo dentro de la táctica destinada a alcanzar el objetivo final de la revolución.

Esta táctica, aparte de cubrir las necesidades políticas, organizativas, etc., que ya hemos referido, correspondientes al período de transición, se basa en la consideración de que existen sectores populares, además de la clase obrera (tales como los pequeños campesinos, los semiproletarios y los pueblos oprimidos de las nacionalidades) que están también interesados y pueden tomar parte activa en la lucha por el derrocamiento del Estado fascista e imperialista u observar una posición de neutralidad. «La táctica del Partido busca atraerlos al lado del proletariado, al objeto de derrocar por la fuerza a la oligarquía financiera y terrateniente, ganar a la pequeña burguesía o tratar de neutralizarla». A continuación de este párrafo, el Proyecto de Programa hace hincapié en la idea que ya hemos explicado: «El Partido no se puede proponer conducir directamente a la clase obrera desde la situación presente a la toma del poder. Para eso son necesarias determinadas condiciones interiores y exteriores, una potente organización y abundantes experiencias políticas, tanto por parte de las masas como del propio Partido. Todo esto habrá de aparecer o se irá creando en el curso de la lucha revolucionaria y en el proceso mismo de derrocamiento del régimen capitalista».

En todo este proceso, la lucha política por el poder se destaca como la cuestión más importante, verdaderamente decisiva, y toda la labor y la táctica del Partido no tienen otro objeto o finalidad que preparar las condiciones que permitan a la clase obrera aproximarse y acceder, finalmente, al poder. Para ello se deberán tener en cuenta las condiciones tanto generales (internas y exteriores) como las concretas de cada situación o período por el que atraviesa el movimiento. No hacerlo así sólo puede ocasionar fracasos y reveses y hacer, por consiguiente, mucho más lenta y costosa la marcha.

Es en esa perspectiva de lucha por el poder, y ateniéndonos en todo momento a las situaciones políticas imperantes, a la correlación de fuerzas, al grado de conciencia política y combatividad de las masas, etc., donde se debe situar la lucha de resistencia frente al fascismo, el capitalismo y el imperialismo y por la obtención de verdaderas mejoras económicas, sociales y políticas de carácter democrático que las masas necesitan.

El Partido plantea la lucha por esas reivindicaciones, tales como las libertades políticas, de expresión, asociación y manifestación, los derechos sindicales y sociales de los trabajadores, el derecho de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas por el Estado español, la amnistía para los presos políticos, etc., como parte de su táctica orientada a poner aún más al descubierto y aislar al régimen fascista y ofrecer un programa de lucha común que permita la unidad y el reagrupamiento de las fuerzas populares. A tal fin deberá contribuir también la lucha armada de resistencia, así como el boicot activo y sistemático a los partidos, sindicatos y mascaradas electorales organizadas por el régimen.

Éstos son, en resumen, los objetivos, las tareas, el Programa, la táctica y las consignas que corresponden a este momento; y el Partido debe luchar por ellas con firmeza y ahínco, en la seguridad de que están en el camino justo.

1 Lenin: Apéndice III del libro: Quiénes son los amigos del pueblo y cómo luchan contra los socialdemócratas

2 Lenin: Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo.

3 Lenin: Carlos Marx.

4 Lenin: Marxismo y revisionismo.

5 Lenin: Carlos Marx.

6 Lenin: El Estado y la revolución.

7 Lenin: Tesis de Abril.

8 Lenin: Cartas sobre táctica.

9 Lenin: Cartas sobre táctica.

10 Stalin: Cuestiones del Leninismo.

11 Lenin: Obras completas, Tomo XXV. Citado por Stalin en Cuestiones del Leninismo.

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